Arturo Jauretche
y la vigencia del
pensamiento nacional y popular
Por Javier Azzali
Por primera vez en mucho tiempo,
tal vez desde 1945, los argentinos nos encontramos discutiendo qué modelo de
país queremos. Eso se llama ejercer la soberanía, la autodeterminación o bien,
darnos una política nacional. Es en este contexto que se explica el
reverdecimiento del pensamiento nacional y popular, desde el 2003: ese
pensamiento profundo que forma parte de nuestra historia, que nos desafía a
pensar el país con claridad, convicción y sin prejuicios, para no perder la
orientación y tomar las decisiones correctas para hacer un país para todos. Es
ahí donde emerge con firmeza, junto con otros como Scalabrini Ortiz, Hernández Arregui
o Cooke, la figura de Arturo Jauretche, tanto por el testimonio que significa
su trayectoria como político, como también su obra como escritor y pensador
nacional.
Jauretche fue, por sobre todo, un
político escritor. Fue político porque militó en las filas yirgoyenistas de
FORJA en la década infame, se alió a Perón a partir del ’43 acercándole los
cuadernos de FORJA en donde escribía Scalabrini Ortiz, cumpliendo el importante
rol de nexo entre un movimiento nacional que ya no existía y el otro que irrumpí
en la escena política, fue director del Banco de la Provincia de Buenos
Aires durante la gobernación de Domingo Mercante, fue hombre de la resistencia
peronista y militó en la causa nacional popular hasta su fallecimiento en 1974,
entreverándose en inigualables polémicas con los representantes del liberalismo
conservador. Fue escritor con las obras Ejército y Política, Política nacional
y revisionismo histórico, Plan Prebisch: el retorno al coloniaje, Los profetas
del odio, El medio pelo en la sociedad argentina, y Manual de zonceras, entre
otras importantes.
Cuando alguna vez a Jauretche le
preguntaron como quisiera que lo recordaran, él dijo que como alguien que
pensaba en nacional, antes que un intelectual. Así denunciaba la falta de
compromiso con los problemas nacionales de gran parte de la intelectualidad
argentina que, por deslumbrarse con lo europeo, descuidaba hasta el punto de
ser funcional a los proyectos conservadores.
Cuando en los años setenta se le
consultaba sobre la posibilidad del socialismo nacional, él decía que estaba de
acuerdo, siempre y cuando lo primero no ocultara lo segundo. Todo su
pensamiento está guiado por un principio regulador –epistemológico, diría un
cientista social- resumido en la frase “hay que volver a la realidad”. Mirar al
país desde los hechos y no desde las ideas que es el modo de fugarse de la
realidad al suplantarla por la ideología civilizada. Se trata, entonces, de
“pensar en nacional”.
El colonialismo pedagógico impide
ver al país con ojos propios, lo que lleva necesariamente a desvalorizar todo
lo nativo y nacional, frente a todo lo importado y extranjero. Esto nos pasa
hoy a los argentinos, cuando vemos que al país real que avanza y está en
movimiento se lo quiere ocultar con un “país virtual” que se construye desde
los medios de comunicación tradicionales y hegemónicos, y que es tan
catastrófico como la fuerza del prejuicio. La Patria, para el pensamiento oligárquico
hegemónico es un sistema institucional, una forma política, “una idea
abstracta, que unas veces toma el nombre de civilización, otras el de libertad,
otras el de democracia”.
El sistema de zonceras es
expresión de esa pedagogía colonial, cuya zoncera madre es la falsa dicotomía
entre el supuesto mundo civilizado y la barbarie nativa (“¡ellos son todos
negros!”), de donde se desprenden otras como la de la auto denigración (“¡qué
país de mierda!”) o que el mal que aqueja a la Argentina es la
extensión. Como otros, esa falsa disyuntiva de civilización o barbarie ha sido
la clave de la cultura colonizada de nuestro país. “Civilizar consistió en
desnacionalizar”, es el efecto de esta zoncera madre (“la que las parió a
todas”), que se han venido reactualizando en cada época, porque la clase
dominante la necesita para asegurar sus políticas de predominio. Debe
destacarse que a una conclusión similar, en cuanto a la importancia de la
pedagogía colonial como parte del ejercicio del poder oligárquico, arribaba el
marxista italiano Gramsci, quien veía al campo de la cultura un lugar de lucha
de posiciones para lograr la hegemonía. Que en el campo universitario se haya
leído primero a Gramsci antes que a Jauretche, es también una muestra de
nuestro pensamiento colonizado.
Jauretche definía con más
precisión: “Descubrir las zonceras que llevamos dentro es un acto de
liberación”. Y con eso se adelantaba no solo a la llegada a la Argentina de Gramsci,
sino también a la de Foucault. A los deslumbrados les preguntaba “¿para qué
pierden el tiempo en criticar la sociedad de consumo cuando en la Argentina se consume cada
vez menos?, ¿para qué discuten la ley de divorcio si el gran problema de las
multitudes argentinas es casarse y el otro gran problema es el de los hijos con
apellido materno?”.
Para pensar en nacional es
necesario revisar la historia oficial. Jauretche lo expresaba a su manera: “la
política es la historia del presente como la historia es la política del
pasada”. Los auténticos protagonistas de nuestra historia son las masas
populares (“los criollos alegres”, les decía), que luchan por construir un país
que sea de todos, superando al elitista creado por los sectores ilustrados y de
la oligarquía. La historia escrita por
el liberalismo conservador expresado en el mitrismo, le ha negado esa condición
protagónica a los sectores populares. De ahí que sea fundamental conocer
nuestro pasado a partir de la revisión de la historia oficial, como conciencia
de nuestra realidad presente y orientación colectiva para el futuro. Su crítica
se dirige contra la derecha oligárquica como a la izquierda liberal (o mitro marxista)
representada esencialmente en el Partido Socialista y en el Partido Comunista,
en la medida en que también éstos aceptan acríticamente la historiografía
liberal conservadora del mitrismo y parten del mismo supuesto “zonzo” de
denigración de lo nacional.
Palabras como vendepatria,
cipayo, oligarquía, tilingo, snob, guarango, zonceras y colonialismo cultural,
se incorporaron al vocabulario político nacional con Jauretche, pero no desde
la perspectiva de alguna moda intelectual pasajera, sino desde la fuerza de la
originalidad que significa ponerle nombre a fenómenos y situaciones sociales
propias de nuestro país.
Hay que dejar de ser sonso, y
para ello hay que criticarse “Soy apenas un zonzo avivado”, decía de si mismo.
“Hay que desaprender todo lo malo para después empezar a aprender lo bueno”. Es
la crítica al pensamiento argentino (por estar hecho por argentinos) pero que
“no le sirve al país”. O dicho de otro modo, a su modo: “Lo nacional es lo
universal visto por nosotros”, o “No se trata de incorporarnos a la
civilización colonialmente, sino de que la civilización se incorpore a
nosotros, para asimilarla y madurarla con nuestra propia particularidad”.
Durante la segunda guerra mundial
defendió y fundamentó la neutralidad ante el enfrentamiento entre los imperios
capitalistas, y sostuvo que la auténtica defensa de la libertad y la democracia
era la lucha por la liberación de nuestro país semicolonial del sometimiento
británico. Esta posición era coincidente con la que asumía, en el barrio de
Coyoacán de Méjico, León Trotsky, quien a su vez defendía la política
nacionalista y agrarista del entonces presidente Lázaro Cárdenas. Como decía
Jauretche, “los pueblos aman la libertad, pero exigen que su primera
manifestación, la primaria, sea la de la libertad nacional, que es la condición
previa de sus otras libertades”. El derecho a la libertad individual, de raíz
liberal, se convierte en derecho a la libertad de raigambre colectiva, por lo
que abandona el campo del litigio y de la abstracción jurídica para convertirse
en una categoría de filosofía política que responde a una necesidad histórica.
Su programa antiimperialista puede resumirse en la posición de FORJA: “Somos
una Argentina colonial, queremos ser una Argentina libre”.
Finalmente, la figura de Jauretche
pone en tela de juicio el lugar del intelectual argentino. Fue un político
escritor, decíamos, sus libros fueron una forma de militancia. Algunos les
criticaban que no era historiador, ni economista ni sociólogo, y él les
contestaba: “Ni intelectual, apenas un
paisano que mira las cosas de su patria con ojos argentinos y desde la vereda
de las multitudes, ayer yrigoyenistas, después peronistas”.