DE
TEOLOGÍAS, LUCHAS Y LIBERACIONES
Ante la Asamblea General
de las Naciones Unidas dos referentes del llamado tercer mundo tienen la
oportunidad de relatar cómo es realidad de pobreza y miseria que somete a las
poblaciones en las que trabajan. El
primer turno frente al micrófono es para la madre Teresa de Calcuta. Luego de
relatar detalles acerca de la angustiosa situación en la que desarrolla su
tarea humanitaria, solicita asistencia y solidaridad. Desde las bancadas de los
representantes del primer mundo explota el aplauso ensordecedor y hasta se
pueden observar lágrimas surcando los rostros siempre tiesos. Luego llega el
momento de pronunciar palabra de Hélder Cámara, obispo de Olinda y Recife,
Brasil. Se pone de pie en el estrado, hace silencio y mira al auditorio que le
devuelve, con curiosidad, la mirada todavía emocionado por la alocución
anterior. Don Hélder se expresa brevemente sobre la injusticia y la opresión en
su tierra. El obispo explica que él también viene a pedir ayuda para solucionar
los penares de su gente y afirma: la razón de la opresión y la miseria, de la
pobreza y la muerte en su tierra está en las decisiones del primer mundo; lo
único que necesita su gente es que los dejen en paz. Sólo quieren de ellos eso.
Quieren poder decidir y construir ellos su propia suerte. El auditorio se
transformó en un inmenso rechinar de dientes. Corrían los auspiciosos años del
neoliberalismo rapaz.
Las teologías, como discursos que construyen
sentidos sobre la realidad, han aportado a la configuración de diversos
paradigmas tanto revolucionarios como reaccionarios. Aquí reside quizás una de
las más interesantes razones de seguir intentando desarmar el papel
privilegiado que han ocupado en nuestro continente las diferentes teologías que
dieron significado y justificación a luchas intraeclesiales –y sus vínculos con
las discusiones y conflictos en los escenarios sociopolíticos- de la última mitad del siglo pasado y sus
ecos en el presente.
Por un lado simplemente la teología; por el otro
una teología de la liberación. La primera total, totalitaria, unívoca; enviada
desde arriba hacia abajo, supra terrenal e institucional. La otra periférica,
antropocéntrica y con la clara intención de tomar partido por las víctimas del
sistema, y, por esto, revolucionaria.
Siguiendo la tradición profética de Montesinos y
De Las Casas, el ardor independentista de Morelos e Hidalgo, el compromiso
militante de Ernesto Cardenal y la lucha
de Camilo Torres, podemos observar cómo la experiencia-de-pueblo y la opción
preferencial por los pobres fue generando, a partir de la década del sesenta
(luego del Concilio Vaticano II) una sistematización teológica de prácticas y
teorías que vinieron a dar respuesta a las injusticias del sistema capitalista,
haciéndose eco del clamor de los oprimidos. Así parió nuestro continente la
“teología de la liberación”.
La teología de la liberación se alzó contra el
capitalismo en distintos puntos de América Latina, tomando para su desarrollo
analítico marcos teóricos hasta el momento censurados y prohibidos por la
burocracia vaticana. Marx dejó de ser lectura prohibida. Las categorías del
materialismo histórico pasaron a ser centrales a la hora de explicar y
denunciar al sistema opresor. Desde este lugar, se leyó la historia de la humanidad
a partir de la experiencia, la resistencia y la lucha de los pueblos oprimidos,
hilvanando continuidades entre el pueblo latinoamericano, el pueblo de Jesús de
Nazareth y el pueblo hebreo del éxodo. Es entonces que el lugar teológico
privilegiado para la manifestación de Dios dejó de ser la Iglesia para pasar a ser
la eklesia. Eklesia fue el nombre que
adoptaron las primeras comunidades cristianas del siglo I, perseguidas por el
Imperio Romano, para referir su carácter de pueblo y de asamblea de iguales. Es
entonces el pobre, la víctima del sistema, a través de la historia, el punto de
partida de esta teología porque se constituye en la manifestación de Dios. La
consecuencia más contundente y escandalosa fue que dicha perspectiva asumía así
que no podía haber teología por fuera de una praxis de la liberación de los
oprimidos; cualquier discurso abstracto sobre Dios era mera especulación. Claro
que toda esta lectura fue interpretada como desviación y radicalización. La opción por los pobres fue objeto entonces
de persecuciones y silenciamientos a los más altos exponentes de esta nueva
teología, como ser el fraile franciscano Leonardo Boff y el sacerdote dominico
Gustavo Gutierrez, entre otros.
Ahora bien, es necesario entender que la
teología de la liberación ha sido también creativa a la hora de organizarse
contra el sistema imperante. Diferenciándose una vez más de la estructura
católica, no sólo ha desalentado la idea de un partido cristiano en los países
en los que ha tenido mayor difusión sino que también ha pregonado la separación
de iglesia y estado, renegando de todo tipo de subsidios, a los que denunciaron
por ser un mecanismo de garantías y complicidades entre las clases dominantes
y la cúpula clerical a lo largo de la
historia de nuestro continente. La opción entonces fue mancomunar esfuerzos con
nuevas fuerzas sociales. Es por esto que podemos encontrar relación directa
entre las Comunidades Eclesiales de Base, forma organizativa de los movimientos
adherentes a la teología de la liberación, y diversas experiencias político
sociales. Ejemplos de esto pueden ser desde el Movimiento de los Sin Tierra de
Brasil hasta el Frente Sandinista de Liberación Nacional de Nicaragua.
Al asumir que las miserias y la violencia que
azotan al tercer mundo son propias del sistema capitalista, la teología de la
liberación pregonó que el origen de todo pecado ya no reside en el llamado
“pecado original” sino en lo que dieron a llamar “pecado estructural”. Don
Helder Cámara caracterizó de este modo a la estructura misma del sistema cuyo
motor es la acumulación de unos a costa de la opresión de otros. Así se explica la cercanía y el compromiso de
la teología de la liberación con experiencias sociales y políticas de tipo socialista
y popular en las décadas del setenta y ochenta.
Una característica a destacar de este movimiento
es que la reflexión teológica, como explicó Gustavo Gutiérrez, es acto segundo; nace de la experiencia y
las prácticas del pueblo en la lucha por su liberación para luego
sistematizarse teóricamente. Esto hace que la lucha por la tierra, el pan y la
transformación del mundo sean en su urgencia, preocupación primera, desplazando
así al modelo de evangelización de la cristiandad.
Las experiencias sociopolíticas latinoamericanas
de las décadas del sesenta y setenta fueron tierra fértil para la expansión de
los movimientos afines a la teología de la liberación, al punto tal que en
algunos pocos casos incluso lograron romper con su posición de periferia
imponiendo agenda en la Conferencia Episcopal Latino Americana, tal es el
caso de la Asamblea
de Puebla en el año 1979.
Llegada la década del ochenta, los ataques de
las jerarquías eclesiásticas comenzaron a ser cada vez más fuertes, generando
una ruptura con la teología de la liberación, que hasta el momento era
combatida pero no castigada. Este cambio en la política vaticana fue impulsado
por Karol Wojtyla – el papa Juan Pablo II- y su fobia al fantasma comunista.
Muchos exponentes y fundadores se retiraron de la escena o fueron expulsados
por el viejo órgano de la
Inquisición, llamado ahora Congregación para la Doctrina de la Fe.
Estos embistes contribuyeron a debilitar las
prácticas y la misma producción teológica liberadora, situación que se
acrecentó con las caídas o desenlaces conflictivos de experiencias políticas
latinoamericanas en las que la teología de la liberación había aportado. A
nivel mundial, la caída del muro de Berlín y las mutaciones de los socialismos
reales colaboraron en la generación del clima de “desilusión” general de los
movimientos revolucionarios hijos de las décadas anteriores, entre los que
estuvo también esta teología.
Caídas las experiencias políticas socialistas y
populares en el continente, a la iglesia romana solo le quedaba un punto
pendiente en su agenda para con estas tierras. En la década del noventa, con el
auge del neoliberalismo y su discurso
mesiánico del mercado, se ponía de
manifiesto un nuevo espacio de confrontación entre diversas teologías. Desde la
periferia miserable el grito de los excluidos se convertía en clamor ineludible
y era necesario enmarcarlo en la senda de la obediencia y el status quo.
Es en ese tiempo donde sucede el relato que
encabeza este texto. Los disertantes mencionados tendrían destinos muy
diferentes, tanto como las visiones de mundo que defendían.
En Roma se fabrican estampas con la figura de la
madre Teresa bendecidas por el Santo Padre. En América Latina la palabra de Don
Helder Cámara es recordada por su pueblo pobre, haciendo caso omiso a las
numerosas sanciones y llamamientos que recibió de parte del prefecto de la
congregación para la doctrina de la fe Cardenal Ratzinger, ahora Benedicto XVI.
Si bien el movimiento de la teología de la
liberación no ocupa el lugar central que tuvo luego del Concilio Vaticano II,
es posible reconocer en ciertas prácticas actuales sus huellas. El PT de
Brasil, la presidencia de Lugo en Paraguay y experiencias comunitarias de base
son ejemplo de esto.