A principios de mes trascendió mediáticamente la decisión del Gobierno de extender las Licencias No Automáticas (LNA) de 400 a 600 productos. Con esta medida el gobierno intenta proteger la producción nacional en ciertos rubros y fomentar el desarrollo en otros. Se abre entonces el debate entre proteccionismo y libre mercado. A veces, para sorpresa del lector, no está tan alejado un pensamiento del otro.
Antes
que nada es importante definir qué son las LNA. Según la Organización Mundial
del Comercio (OMC), son medidas autorizadas que implican un procedimiento
administrativo en el cual se debe presentar
documentación al órgano pertinente como condición previa para realizar
el ingreso del producto al país. Es decir, no es restrictiva sino que implica
una demora burocrática de las mercancías que podrían llegar a impulsar la
sustitución de importaciones.
Esta
medida, junto con las de “antidumping” y la de fijación de “valores criterio”,
son algunas de las normas orientadas a proteger la industria nacional y, por lo
tanto, a defender los puestos de trabajo. El economista heterodoxo Ha-Joon
Chang analiza que las grandes potencias han utilizado el proteccionismo con
intensidad hasta poder desarrollar su industria. Como respondió en una
entrevista a la BBC,
“En el siglo XIX y en las primeras
décadas del XX, EE.UU. fue el país más proteccionista del mundo. Eso sí, una
vez que desarrolló plenamente su industria, exigió al resto que se convirtieran
al Libre Comercio”[1].
Para analizar otro
caso, Mario Rapoport refiere que “Gran Bretaña se hizo librecambista a mediados
del siglo XIX (más precisamente en 1846, con la abolición de las leyes de
granos), cuando ya era la principal potencia industrial del mundo y podía
colocar ventajosamente sus manufacturas y sus bienes de capital”[2].
Claro, así cualquiera. Como estos casos también están los de Alemania desde el Zollverein, Japón, Finlandia y demás
países que se presentan como grandes economías. Estos indicios suponen que el
libre cambio es el paso siguiente al proteccionismo y no algo que representa lo
contrario. Sería una cosa así: “Está bien, ya protegimos pero ahora a poner los
productos en el exterior, exijamos libertad de mercado”.
En
la Argentina,
luego del derrocamiento del General en el ’55, se impuso a fuerza de garrote
las políticas liberales que destruyeron la industria nacional y dejaron al país
de culo a las disposiciones fálicas del gran capital norteamericano. Después de
mucha sangre vino la gran noche menemista y por último un De La Rúa que, con el argumento del
progreso (y con cometa mediante) flexibilizó el trabajo. Todas estas políticas
vinieron de la mano del Consenso de Washington, es decir, lo que Estado Unidos
decía que debían hacer los países latinoamericanos para el crecimiento. En el
2001 se fue todo al carajo.
Hoy
Argentina está pasando nuevamente por un proceso que se presenta como un
desafío para el crecimiento. Es una nueva oportunidad, como la que tuvimos
con la etapa posterior al crack del ‘30
y con las primeras presidencias de Perón. Sería entonces recomendable seguir el
ejemplo de los grandes países pero, ¿es realmente recomendable?
En estos momentos de
impulso económico, y dejando de lado a los cipayos que parecen economistas
interesados en el bienestar de las potencias mundiales; surge una observación
que no puede pasar por alto. Latinoamérica y el Caribe fue la gran
fuente de riquezas para España, Francia, Inglaterra y Estados Unidos. O los
hizo rico o permitió que lo sigan siendo. ¿De quién nos aprovecharíamos
nosotros? ¿De nuestros propios hermanos latinos? ¿De los africanos? ¿De los
europeos? Dentro de la lógica capitalista para que exista el rico tiene que
sobrevivir el pobre. Y si
no está el pobre habrá que hacerlo. Con guerra, apertura de mercado, en fin,
con todas las atrocidades que se fueron realizando desde el capitalismo para el
capitalismo.
La intención de este
escrito no es la emancipación del hombre (porque sin darse cuenta uno puede
terminar transando con la
Sociedad Rural) sino comenzar a reflexionar hacia donde vamos
si seguimos. Pero es necesario pensar estas cuestiones estructurales sin
subestimar a las grandes corporaciones, que ven en el desarrollo su límite de
riquezas, ni a los políticos que ofrecen su agenda por innobles retribuciones.
Teniendo en cuenta la fragilidad que caracteriza a los virajes políticos que
está viviendo Latinoamérica, defender lo logrado y exigir más es la obligación
de todo ciudadanos sensibilizado por las injusticias sociales.
Para ir cerrando, si bien
el desarrollo del país es necesario, es imperioso también que esté acompañado
con una reflexión profunda sobre el capitalismo, lo que hizo, lo que hace y lo
que debería hacer. Sería un desafío que el desarrollo de los eternos
subdesarrollados tenga cara de cooperativismo, de hermandad, de solidaridad.
[1]
El original en ingles está
en http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2010/10/101013_economia_desarrollo_coreano_mj.shtml sino en www.scribd.com se puede encontrar en
castellano.