El movimiento obrero brasileño:
del
peleguismo al lulismo
Por Alberto “Pepe” Robles*
El pasado 1 de
enero, el sindicalista José Ignacio Lula Da Silva, terminó sus 8 años como presidente
de Brasil. Queda un país y una región que no volveran a ser lo que eran. Lula
fue la cara visible de un movimiento popular en Brasil, que se está integrando
con los demás pueblos sudamericanos, y del que el movimiento obrero brasileño
es la columna vertebral.
Un
país-continente: aislamiento y desigualdad
Brasil es un
país continente. Los países hispanoamericanos también lo hubieran sido, si no
se hubiera frustrado el sueño de Bolivar y Monteagudo. Tiene 190 millones de
habitantes, el quinto más poblado del mundo. Pero América Latina tiene casi 600
millones de habitantes. Así que Brasil es solo un tercio de América Latina, y
por grande que sea, su tamaño es insuficiente para “cortarse solo”.
El Mercosur
inició la vinculación del “lado” hispano de Sudamérica con su “lado” portugués,
en un proceso que confluyó con la acción del movimiento obrero brasileño para
terminar con el modelo de extrema desigualdad. Es que Brasil no solo es uno de
los países más grandes del mundo, sino también es uno de los más desiguales,
en la región más desigual y socialmente injusta.
Orígenes
del movimiento obrero brasileño: el peleguismo
Hasta 1930
Brasil fue un país esencialmente rural y cafetero. Con una casi inexistente
clase obrera, aparecieron algunos brotes de organización sindical,
fundamentalmente encabezados por los anarquistas primero, y luego por los
comunistas. Estos últimos lograron arraigar en el seno de los trabajadores una
cultura sindical embrionaria, que dejaría su huella.
Pero esos
antecedentes sindicales fueron muy débiles y resultaron barridos a partir de la
década de 1930, por la organización desde el Estado de un sistema sindical
paraestatal, apolítico y de base municipal, en el que las centrales estaban
prohibidas. Este sistema conocido como sindicalismo varguista o peleguismo,
fue impuesto por Getulio Vargas, que gobernó cuatro veces entre 1930 y
1954, abriendo el camino a la industrialización del país y a la organización
del Estado Nuevo (Estado Novo). En el modelo sindical brasileño, el Estado
establece sindicatos únicos de base municipal, tanto de trabajadores como de
empleadores, que deben negociar colectivamente entre ellos.
El sistema
varguista, que sigue estando en la base del modelo sindical brasileño actual,
extendió la presencia del sindicalismo y la negociación colectiva en casi todas
partes. Pero a la vez cuidó que el sindicato no estuviera presente en los
lugares de trabajo y que los dirigentes sindicales no pudieran organizarse
política e ideológicamente, para actuar como una fuerza social colectiva. Por
eso hay muy pocos delegados sindicales en las empresas del sector privado. En
Brasil no hay protección legal del delegado contra el despido.
Este tipo de
sindicalismo se llama peleguismo. En portugués la palabra “pelego”
se refiere al cuero de oveja que se utiliza en el recado (montura), para
suavizar la monta del caballo. Nosotros le decimos cojinillo o pellón.
Le llamaron sindicatos pelegos, para decir que el papel de esos
sindicatos era amortiguar la lucha. Pero lo cierto también es que la realidad
suele ser más compleja que las etiquetas. El propio Lula inició su carrera en
el sindicalismo pelego.
A partir de la Segunda Guerra
Mundial comienza tener cada vez mayor presencia un movimiento obrero coordinado
por el Partido Comunista (PCB), que culmina con la fundación de el Comando General de los Trabajadores (CGT) en
1962, en el marco de los gobiernos populares de Kubistchek, Quadros y Goulart
(1960-1964). Pero el auge del movimiento popular fue interrumpido por el golpe
de militar de 1964, el primero que estableció un tipo de Estado militar
represivo en América Latina, bajo la doctrina de la seguridad nacional
elaborada por la Escuela
de las Américas de los Estados Unidos, que luego se extendería por todo el
continente.
La hora de las centrales
Del corazón del
sindicalismo pelego y del industrialismo paulista surgió también la respuesta
popular. En mayo de 1978 estallaron en San Pablo una serie de huelgas
organizadas por los sindicatos metalúrgicos del ABC. El ABC son los tres municipios
industriales que rodean San Pablo (Santo Amaro, Sao Bernardo y
Sao Caetano do Campo), donde están instaladas las grandes plantas
automotrices, corazón del industrialismo brasileño. Allí surgió Lula (1975),
el PT (1980) y la CUT
(1983).
El auge del
movimiento sindical llevó a la organización de estructuras intersindicales,
para crear en 1983 de la primera central sindical brasileña, la Central Única de los
Trabajadores (CUT), cuando todavía las centrales estaban prohibidas. La CUT aparece también articulada
con el Partido de los Trabajadores (PT), fundado tres años antes.
La CUT apareció con la idea de
crear una central única, pero la experiencia negativa de los sindicatos
unitarios pelegos, llevó al novo sindicalismo brasileño a rechazar la
idea de sindicato o central única. Esto definió una de las características
del actual movimiento obrero brasileño, que es su dispersión en múltiples
centrales sindicales.
Las centrales se
multiplicaron al compás de las disidencias y llegaron a sumar 13. Actualmente
existen cinco centrales sindicales legalmente reconocidas en Brasil: la CUT, Força Sindical
(FS), la Unión
General de Trabajadores (UGT), la Nova Central
Sindical de los Trabajadores (NCST) y la Central General
de los Trabajadores (CGTB). Existen también otras centrales menores a las
que no se les ha reconocido la personería.
Cantidad de
sindicatos afiliados a las centrales de Brasil (2007)
Fuente: Radermacher, Reiner y Melleiro, Waldeli
|
||
Central
|
Oficial (2007)
|
Autoatribuidos (2010)
|
CUT
|
1571
|
3438
|
Força
|
633
|
1050
|
NCST
|
500
|
3000
|
UGT
|
313
|
623
|
CGTB
|
81
|
600
|
Sin central
|
17000
|
11300
|
Pese al avance
de las centrales en las últimas tres décadas, la gran mayoría de los sindicatos
brasileños no están adheridos a ninguna central. Sobre un total de unos 20.000
sindicatos únicos de base municipal en todo el país, menos de un 30% están
afiliados a alguna central. El PT llegó al gobierno con la bandera de una
reforma sindical para permitir la creación de multiples sindicatos, pero
finalmente careció de fuerza para realizarla.
Políticamente, la CUT integra el Partido de los
Trabajadores (PT).También la UGT
apoya al lulismo, aunque sin alinearse abiertamente. La Força Sindical
apoya al PSDB, de tendencia socialdemócrata. La CGTB se identifica con el Partido Comunista, mientras
que la Nova Central,
mantiene posiciones más conservadoras. Más allá de sus diferencias, las
centrales tienden a actuar conjuntamente, tanto en el ámbito nacional como
internacional.
Internacionalmente
la CUT, Força
Sindical y la UGT
están afiliadas a la
Confederación Sindical Internacional (CSI). Por su parte la CGTB está afiliada a la Federación Sindical
Mundial (FSM), de tendencia comunista, mientras que la Nova Central no está
afiliada a ninguna central mundial.
Un
sindicalista llega a la presidencia de Brasil
En la década del
90, los trabajadores brasileños, como los de todo el mundo, sufrieron
severamente las consecuencias de la globalización corporativa y el
neoliberalismo. El sindicalismo brasileño respondió unificando posturas,
impulsando movimientos globales como el Foro Social Mundial de Porto Alegre y
abriéndose a la acción sindical internacional, haciendo pie en el Mercosur, a
través de la Coordinadora
de Centrales Sindicales del Cono Sur (CCSCS).
En el Mercosur,
confluyeron y se influyeron mutuamente los dos sindicalismos mas poderosos de
América Latina, el brasileño y el argentino. Allí se fue desarrollando una
cultura sindical común, que terminó dando origen a un nuevo enfoque económico,
en el que el trabajo decente fue colocado en el centro. Ese fue el nucleo de
las políticas económicas y sociales neodesarrollistas de los nuevos
gobiernos sudamericanos surgidos a partir de 1999.
Lula insertó a
los sindicatos en el Estado. El 43% de los cargos estatales decisivos fueron
ocupados por sindicalistas de las diversas centrales (D'Araujo), los que a su
vez dirigen las inversiones de los fondos de pensión con criterio
desarrollista. Desde allí produjeron un cambio social histórico, sobre la base
de planes sociales como el Plan Hambre Cero (Fome Zero), el
fortalecimiento del sindicalismo y la valorización del trabajo en las
negociaciones colectivas, y la integración sudamericana a partir del eje
Argentina-Brasil en el Mercosur.
Pero como en
otros países sudamericanos, el gobierno de Lula chocó contra la resistencia de
los sectores favorecidos para redistribuir riqueza. Antes de ser elegido Lula,
Brasil tenía una desigualdad que llegaba al 0,57 en el coeficiente de Gini, lo
que lo hacía el país más desigual del mundo (PNUD). Desde entonces la
desigualdad bajó de 0,57 a
0,515, una tendencia positiva aunque insuficiente, que debiera como mínimo
tender a estar debajo de 0,40.
Allí está la
principal materia pendiente, tanto de Brasil, como de las democracias
sudamericanas: la redistribución de la renta. En uno de sus últimos
discursos como presidente, Lula dijo al cerrar las sesiones anuales de la Cepal, que la década
2011-2020, debe ser la década de la igualdad, tanto en Brasil como en toda
América Latina.
* Abogado sindical, Director de Investigaciones del Instituto del Mundo
del Trabajo