Guía práctica para el explorador cinéfilo
(o cómo
asistir al BAFICI y no desencadenar en el intento)
María Eugenia
Martinez
eugeniamartinez@elpancholacoca.com.ar
¿Qué decir acerca del BAFICI? ¿Debo hablar
sobre el BAFICI? ¿Es realmente necesario hacer un resumen de lo que el festival
tiene para ofrecer? Estas y otras tantas preguntas son las que acudieron a mi
mente al momento de pensar en escribir acerca del festival de cine
independiente más prestigioso de América Latina. Quizás la salida más común (y más
simple, por qué no decirlo) podría haber sido detallar una crónica de su
historia o de las películas que integran la competencia, pero lo cierto es que
para eso está la web. En cambio, resulta mucho más interesante y desafiante
intentar dilucidar qué significa la presencia de tamaño festival en nuestras
vidas.
Como para todo en este mundo, existen
múltiples reacciones a la congregación cinéfila que ocurre cada abril, año tras
año. Los hay quienes ni siquiera se enteran de que existe, quienes se enteran y
reprograman toda su rutina para poder asistir a la mayor cantidad de películas
posibles, quienes van sólo a ver esa
película, y hay otros tantos que se
enteran, se entusiasman, se programan los diez días de festival y nunca van (entre los que me cuento).
En tanto que no puedo decir mucho del mismo
(porque no estoy en tema, porque no soy una asistente perfecta, y porque no
pretendo hacer una crónica de lo que sucede en el evento), pensé que quizás hay
por el mundo otras almas como yo a las que les pueda servir mi experiencia, que
intentaré echar en palabras, para convertirlas en algo así como una guía para
el novato en este tipo de acontecimientos que poco tiene que ver con la
cotidianeidad.
Lo cierto es que sí tuve la oportunidad de
asistir al BAFICI y, siendo una completa ajena al mundillo del cinéfilo, hay
ciertas curiosidades que puedan resultar interesante tanto para el que siempre
quiso ir y nunca lo hizo, como para el aficionado, como para el que nunca se
enteró que todos los años se hace un festival de cine independiente de
trascendencia internacional y quizás quiera enterarse de qué se trata.
De tanto disfrutar e interesarme por el
cine, llegó el día en el cual comencé a pensar que mi gusto por mirar las más
variadas piezas del séptimo arte requería de otro status, quiero decir: el cine
demandaba que yo le dedicara más espacio en mi vida. Es así que una tarde de
abril decidí adentrarme al insólito mundo del festival de cine independiente.
No me gusta el cine pochoclero. O para ser
más honesta: detesto el cine pochoclero, de efectos especiales y
superproducciones. Y todo su folclore de megabutacas, pseudo bares ambulantes
de precios estrambóticos y menúes ridículos. Me gusta el cine por lo que
cuenta, por las sensaciones que me genera y las ideas que provoca, no por su
circo. Por lo tanto, la idea de comenzar a bucear las aguas “independientes” de
la industria cinematográfica me pareció sumamente acertada y tentadora.
Hecha la aclaración, puedo comenzar con los
pequeños detalles que pueden suceder y comparto a modo de advertencia. En
principio, la odisea de ver una película. Después de leer hojas y hojas de un
libraco muy bien diseñado (el cual –aclaro- hay que comprar aparte) donde
exhaustivamente y separadas por categorías (las que corresponden a cada sección
de la competencia) se pueden leer las sinopsis de las muchas piezas en
exhibición, y pasar a otro más pequeño donde la grilla de los horarios de las
películas lucha por hacerse un lugar en las páginas contra las incontables
propagandas y avisos de auspiciantes. Hecho esto, por fin encontramos una
película que nos interesaría ver en un horario que nos resulta accesible (que
no es, claro está, un jueves a las 13:53 del mediodía). De cualquier manera,
uno consigue acordar con uno mismo un film deseado en un horario accesible,
entonces se dirige al cine en cuestión (hay más de veinte salas de cine
habilitadas durante los diez días que dura el festival) realmente contento,
porque además de que va a ver una película que de otra manera quizás nunca vería
(un porcentaje muy bajo de las películas exhibidas en el BAFICI llegan luego a
las salas comerciales), lo va a hacer a un precio más que razonable, lo que
resulta ser una verdadera ganga ¿o no? Y así contento, llega al cine y se
encuentra con que ya no hay más entradas…pero ¿cómo? Se agotaron hace dos días, no hace dos
minutos, dos días…lo que quiere decir que cuando la película todavía no había
sido elegida ya era inaccesible. Lección número uno: apurate porque se agotan!
Pero si tuviste la suerte de poder asistir
a la película (y en ese caso te podes considerar un forastero privilegiado)
entonces pueden suceder dos cosas: que al terminar la misma sientas que acaba
de concluir la tortura más grande de tu vida (si sos como yo, que no puede
levantarse de una película a la mitad -¿por qué tendré esa maldita manía de
seguir mirando hasta el final algo que ya sé que no me va a gustar?-) y, acto
seguido, arrepentirte y acordarte de toda la familia del director , mientras te
preguntas quién o qué pudo haberte hecho pensar que esa podía ser una buena película. La regla del novato que no
pertenece al círculo de aficionados al submundo del cine independiente indica
que si a vos no te gustó, seguro que a todos los entendidos en el tema les
pareció una obra maestra…aún si
fueron ochenta minutos de un solo plano a –digamos- un edificio abandonado o
una manada de rinocerontes, donde la banda de sonido es un ukelele haciendo
sonar una melodía monótona. “Es un film conceptual”, dirán los que saben.
Lección número dos: desconfiá del saber especializado, que por ser experto no
significa que es siempre acertado.
En
fin…la segunda situación que puede pasar es que realmente la película llegue a
tocarte el corazón, hacerte llorar de la risa, o romperte la cabeza por las
ideas que te dejó. Entonces vas a pensar que hiciste una muy buena elección,
que el BAFICI es un gran festival, y que “cómo puede ser que la gente no se
cope con estas cosas”. Genial. Pero, el detalle (siempre el detalle): todos,
absoluta e inexorablemente todos alrededor tuyo salen de la sala opinando que
la filmación fue de una pésima calidad, que la fotografía estuvo muy floja, y
que encima eran malos los actores. Lección número tres (y que se relaciona con
la número dos): no comentes tus impresiones en un círculo de expertos porque te
vas a sentir un ignorante, aún sin serlo. Entonces es ahí donde te das cuenta
que ese no es tu lugar, que (al igual que yo) es mejor quedarse en casa a mirar
un DVD prestado por un amigo o ir al cine con un cupón de 2x1, tratando de
evitar aquellos recintos donde abundan los nachos con queso y las supergaseosas
a $70 el vaso.
Y es así como pasa un ajeno por el mundo
del festival para entendidos. En el transcurso uno puede llegar a experimentar
miles de sensaciones: extrañeza, incomodidad, curiosidad, enojo, aburrimiento,
bienestar, es larga la lista. Pero lo importante es no dejar de intentarlo: la
experiencia puede tornarse fabulosa o aterradora, pero siempre vale la
intención. Porque, definitivamente, sobre gustos no hay nada escrito. Y el cine
es, como todo el arte, un placer tan
subjetivo que merece ser admirado como a uno más le guste.