La claudicación del
frondizismo:
De las banderas nacionales a la traición de la
burguesía industrial
Por
Nicolás Del Zotto
Las
aspiraciones presidenciales de Arturo Frondizi y el arribo del proyecto
desarrollista al poder se sustentaron en una precaria alianza integrada por la
clase trabajadora (mayoritariamente peronista), sectores de la clase media (principalmente
aquellos ligados al proceso de industrialización) y el empresariado nacional
(encabezado por la burguesía industrial que representaba Rogelio Frigerio).
El programa de
gobierno defendido por Frondizi se expresó en las páginas de la revista
desarrollista QUE sucedió en 7 días.
Desde allí, entre otros puntos, el frondizismo sostuvo programáticamente la
necesidad de: “Preservar y desarrollar nuestras fuentes de energía, nuestros
medios de comunicación y nuestros recursos financieros, intensificando la
acción de YPF, nacionalizando los servicios públicos y controlando las
finanzas, la moneda y los cambios por organismos de la Nación”; “Orientar el
comercio exterior en beneficio exclusivo del país (…)”; “Transformar en sentido
económico y social el régimen agropecuario en beneficio de los productores y el
desarrollo nacional (…)”; “Mejorar las condiciones de vida de toda la población
protegiendo el salario real de los trabajadores, estableciendo regímenes de
seguridad social, asegurando viviendas dignas y manteniendo una política de
pleno empleo para la plena producción” y “Fortalecer las organizaciones del
trabajo y de la producción, asegurando la existencia de una sola Central
Obrera, la libertad sindical y el derecho de huelga”.
Con la
expresión política de las mayorías silenciada y tras el pacto con Perón, donde
Frondizi se comprometía a reestablecer las conquistas populares en el campo
económico, político y social, levantar
la proscripción, dictar una amnistía general y normalizar los sindicatos y la CGT, vastos sectores del campo
nacional acompañaron con su voto a la fórmula Frondizi-Gómez.
Pese a mirar
con recelo aquel frente electoral, el movimiento obrero peronista asumió una
actitud expectante que evitaba la confrontación directa, procurando no caer en
provocaciones. La prudencia de la dirigencia sindical, se explicó -en parte-
debido a la extrema fragilidad de un orden institucional jaqueado por las
permanentes imposiciones de los usurpadores del ’55.
Desde el
triunfo en las urnas el 23 de febrero de 1958, hasta la asunción del mando el 1
de mayo; la clase dominante -a través de los jerarcas de la Revolución Fusiladora-
intensificó su presión sobre el presidente electo. Como el mismo Frondizi, una
vez derrocado, admitiría: “los civiles y militares que se habían opuesto a que
se realizara la elección porque creían que debía mantenerse un gobierno militar
por mucho tiempo, hasta que se ‘educara al pueblo’, procuraron que no me
hiciera cargo de la
Presidencia de la Nación”[1].
Los planteos militares se encolumnaron tras dos posturas disímiles de cara al
nuevo gobierno. Mientras el bando encabezado por Rojas y sus marinos se negaba a
entregar el poder a un gobierno apoyado por el voto peronista y comenzaba a
tramar una nueva intentona golpista; el sector liderado por Aramburu y sus
generales, se mostraba dispuesto a hacer la vista gorda respecto al pacto con
Perón y entregar el poder a Frondizi, siempre y cuando éste se comprometiera a
cumplir con una serie de políticas económicas y aceptara ceder el control de
las Fuerzas Armadas al general Aramburu. Así las cosas -como advirtió
Jauretche-, “Frondizi iba a completar el pacto con Perón, que le daba la mayoría,
con el pacto con Aramburu, para que le entregara el gobierno”[2].
Tras pactar
con Aramburu, el frondizismo no sólo dejó intactos los mandos de las Fuerzas
Armadas y promovió el ascenso de Aramburu y Rojas, sino que abandonó
oficialmente el programa nacional defendido durante las elecciones y lo
sustituyó por un “plan de austeridad y expansión”. Se inició así el camino de
lo que Esteban Rey denominó la traición
de la burguesía industrial, donde “de un programa para ‘veinte millones de
argentinos’ [se pasó] sin solución de continuidad, a un plan para algunas
decenas de inversores extranjeros y terratenientes nativos”[3].
De aquí en más, sectores de la burguesía industrial estrechamente ligados a
intereses imperialistas se apoderaron definitivamente de las riendas del
gobierno y marcaron el pulso de sus políticas.
El primer año
de gobierno frondizista transcurrió en medio de un precario equilibrio,
tensionado por los planteos militares de los mandos gorilas y la desconfianza
de los trabajadores. Para mediados de junio -mientras Frondizi se tambaleaba
intentando conformar a unos y otros- se dio inicio a la avanzada privatista con
la entrega del complejo industrial DINIE. A la par, se extendieron los acuerdos
con grandes compañías monopolistas (principalmente vinculados a la explotación
de hidrocarburos), se multiplicaron las concesiones al capital extranjero (a
través, por ejemplo, del decreto 14.780) y se profundizó la inestabilidad
política (expresada en el desplazamiento de Frigerio y la renuncia del vicepresidente
Gómez).
Desdiciendo lo
planteado en su libro Petróleo y política[4],
el 24 de julio Frondizi anunció el inicio de “la batalla del petróleo”, cuyo
objetivo era lograr el autoabastecimiento y para lo cual era imperioso obtener
ayuda externa y atraer capitales extranjeros. Se dio a conocer la firma de
convenios y cartas de intención con la Panamerican Internacional
Oil Co, el Banco Carl Loeb Rhoades y Cía, la
Sea Drilling Corporation, entre otras
empresas extranjeras. Raúl Scalabrini Ortiz, pese a su cautela inicial y luego
de estudiar con detalle los convenios realizados, se despide de su cargo de
director de la revista QUE sucedió en 7
días con un editorial titulado “Aplicar al petróleo la experiencia
ferroviaria”, donde se encarga de exponer uno a uno los riesgos que estos
acuerdos representaban para la soberanía nacional. Allí sostenía: “Es natural
que los extranjeros no se preocupen mucho por nuestras conveniencias nacionales
y no faciliten la adopción de las medidas ideales para nuestro desarrollo, ni
se preocupen por ayudarnos a resolver las dificultades a las que nos vemos
enfrentados. Pero tampoco podemos permitir que esas dificultades nos vuelvan a
colocar en el umbral de un camino que conduce indefectiblemente a la humillante
condición de factoría sin voluntad propia”[5].
El derrotero
frondizista por la pendiente del viejo liberalismo económico se hace
indetenible: 15% de reducción de agentes de la administración central,
paralización de obras públicas, aumento de tarifas de servicios, restricción
crediticia.
Las sucesivas
claudicaciones, merecieron la indignación de Perón, quién -en correspondencia
con Cooke- sostuvo: “todos sus actos de gobierno responden a un mismo fin:
hasta ahora, consolidar y extender la acción gorila, por otros métodos”[6].
Hacia fines de
1958, la política de entrega y dependencia alcanzó su punto cúlmine. Frondizi y
los suyos, al acudir presurosos a los brazos del Fondo Monetario Internacional,
terminaron de meter por completo la cabeza en las fauces del imperialismo.
Las exigencias
del FMI se expresaron en el Plan de Estabilización y Desarrollo, presentado por
Frondizi a fines de diciembre. Su aplicación implicó un conjunto de medidas de
saqueo y subordinación que incluía la reducción radical de las tarifas
aduaneras, la devaluación del peso, la congelación de los salarios, la
suspensión de los controles de precios y la declinación del salario en la
distribución de la renta nacional[7].
A comienzos de
1959, el sometimiento del gobierno frondizista a los intereses imperiales ya
era un hecho. La sumisión se expresó con el nombramiento del ex funcionario de la Libertadora Álvaro
Alsogaray al frente de las carteras de Economía y Trabajo, y se concretó con la
puesta en marcha del Plan de Estabilización y el obediente acatamiento de los
mandatos impuestos por el FMI.
Junto a la
represión de actividades políticas y gremiales -recrudecida con la puesta en
marcha del Plan Conintes- , el frondizismo avanzó y profundizó su política de
entrega. En enero, entró en vigencia la
Ley de Inversiones Extranjeras -sancionada el 4 de diciembre
de 1958-, la cual otorgaba a las empresas foráneas los mismos derechos que
tenían las de capital nacional. Durante los primeros días del mismo mes, el
ejecutivo envió al congreso un proyecto de ley sobre la industria frigorífica,
preciado botín de intereses extranjeros. Las especulaciones en torno a que la
mirada del águila pesaba sobre las instalaciones del Frigorífico Nacional
Lisandro de la Torre
fueron rápidamente confirmadas. El primer artículo de la Ley de Carnes aprobada el 14
de enero de 1959, contemplaba -según lo pactado con el FMI- la privatización
del frigorífico radicado en el barrio de Mataderos, propiedad hasta entonces de
la Municipalidad
de Buenos Aires. El objetivo de la ofensiva privatista era la entrega del
Lisandro de la Torre
a la CAP
(Corporación Argentina de Productores), controlada por ganaderos aliados con el
imperialismo.
En abril de
1961, Frondizi desplazó a Alsogaray y en su lugar se designó a otro amigo del
capital extranjero, Roberto Alemann. A mismo tiempo que aumentaba la presencia
de inversiones extranjeras, se ampliaba el déficit en la balanza de pagos y
crecía la deuda externa; se intensificaba la hostilidad desde los cuarteles.
El 29 de marzo
de 1962, el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas cursa un radiograma
comunicando que el Dr. Arturo Frondizi ha sido apresado y conducido a la isla
Martín García. Es el fin de la experiencia frondizista en el poder y la
demostración de la impotencia transformadora de una burguesía industrial que
“entre el destino de encabezar una lucha de envergadura histórica para
construir un gran país o la tranquilidad de consolidar sus intereses y sus
ganancias, ha optado por el patrimonio antes que por la patria. Su aspiración
más lejana es la de participar, como un socio menor, en la explotación
imperialista de Sudamérica”[8].
[1] Luna, Félix (1963): Diálogos
con Frondizi. Desarrollo, Buenos Aires, p. 37
[2] Jauretche, Arturo (1983): Mano
a mano entre nosotros. Peña Lillo, Buenos Aires, p. 73
[3] Rey, Esteban (1959): Frigerio
y la traición de la burguesía industrial. Peña Lillo, Buenos Aires, p. 42
[4] Frondizi, Arturo (1954): Petróleo
y política. Raigal, Buenos Aires
[5] Raúl Scalabrini Ortiz en revista “QUE sucedió en 7 días”,
5/8/1958
[6] Citado en Galasso, Norberto (2005): La traición de la burguesía industrial. De Frondizi a Guido. Centro
Cultural E. S. Discépolo, Buenos Aires, p. 5
[7] James, Daniel (1999): Resistencia
e integración. El peronismo y la clase trabajadora argentina 1946-1976.
Sudamericana, Buenos Aires, p. 155
[8] Rey, Esteban (1959): Frigerio
y la traición de la burguesía industrial. Peña Lillo, Buenos Aires, p. 18