Intelectuales y políticos
Por Mauricio José Amiel
mauricioamiel@elpancholacoca.com.ar
El intelectual es siempre un ser político. Ya Sartre, cuando en los años sesenta tenía que definir al intelectual, decía que éste era aquel profesional del ámbito de la cultura (filosofía, ciencias, artes, etc.) que descubría una contradicción entre su trabajo y el sistema capitalista para el que estaba trabajando y no sólo eso, sino que lo denunciaba para sí y públicamente. La diferencia que agregaba para el intelectual “tercermundista” era que éste debía además dedicarse a trabajar para el desarrollo económico-social de su país. Lo que rescatamos de esta definición es que el intelectual es en sí un ser político. Un filósofo o un historiador no son en sí intelectuales, por más que estudien historia o literatura; lo son en el momento en que, desde su lugar de historiadores (en este caso) manifiestan públicamente su posición política respecto al gobierno de turno o a quienes ostentan el poder. En el momento en que salen de su bibliotecas-laboratorios para denunciar o apoyar lo que está realizando el gobierno de turno. Es decir, el intelectual es un profesional de la cultura comprometido con la situación política de su época de manera pública.
Hay muchos ejemplos en la
historia que nos hablan de relaciones de este tipo. En la antigua Grecia Platón
quiso alzar su república ideal en Siracusa, de la mano de Dion, pariente de
quienes gobernaban el lugar; crearían un gobierno donde, o el rey debía ser
filósofo, o un filósofo rey. También se conoce la relación maestro-discípulo
entre Aristóteles y Alejandro Magno; según Plutarco, Aristóteles compuso para
Alejandro un tratado sobre la monarquía cuya tesis habría sido la de que el
monarca debe manejarse entre los suyos como un conductor, y con los demás
despóticamente. Al parecer no fue un
mal maestro: Alejandro extendería los límites de Grecia hasta el norte de
África y hasta la
India. Maquiavelo escribe “El príncipe” para Lorenzo II de
Medici, aconsejándole (cínicamente, pues él abogaba por una república) cómo
debía gobernar. Los Incas tenían a sus Amautas siempre cerca. En el siglo XX el
nazismo obligó a los intelectuales europeos en general, alemanes en particular
a tomar posición. Por un lado tipos como Heidegger que pagó puntualmente su
cuota de afiliación al partido Nazi hasta el 45; por el otro Benjamin, Brecht,
H. Arendt que tuvieron que exiliarse y fueron perseguidos aún fuera de
Alemania. Ya más cerca nuestro pensemos en Lugones y su discurso “La hora de la
espada”, respaldando el golpe de Uriburu. Con palabras parecidas Borges
coquetearía con Pinochet en Chile, antes de agradecer personalmente a Videla
“por sacarnos de la ignominia”. O pensemos en Perón y los textos que Jauretche
le pasó de Scalabrini Ortiz al mismo tiempo que Ezequiel Martínez Estrada padecía
durante la década peronista una enfermedad cutánea que él decía era el reflejo
de la que vivía el país. Un tiempo más adelante, en el nefasto período 76-83
muchos intelectuales fueron desaparecidos o tuvieron que exiliarse; R. Walsh,
H. Conti, Bayer o J. Gelman son algunos ejemplos. Terminada la dictadura
resurge el debate entre los intelectuales, pero ya un poco más tímidos en
cuanto a los planes revolucionarios. La frescura de la “derrota” de todo
proyecto de reforma durante la década anterior había dejado una impronta
imborrable. El Club de Cultura Socialista, la revista Ciudad Futura, La revista Unidos
que se identificaba con la tradición peronista son algunos ejemplos. Con la
presidencia del innombrable riojano se radicalizó la intelectualidad de la derecha,
enemiga de todo estado benefactor, novia (o prostituta) de las privatizaciones.
Entre ellos, los lúcidos economistas
Domingo C. y Martín Redrado (El país que
viene, Sin reservas, Luli
Salazar; ¿les suena?). Claro que también había algo contra esto: el Frente
Grande (que era el componente más fuerte del FREPASO) aunó en su apoyo a gente
de Unidos y de Club de Cultura. Más
adelante, terminando el menemato, comenzarían a surgir muchas publicaciones de
organizaciones sociales, extrapartidarias la mayoría, y otras de la izquierda,
sobre todo en el ámbito universitario, donde también florecieron las cátedras
libres. A partir de 1998 comienzan los Encuentros para un Nuevo Pensamiento,
organizados por la CTA
y organizaciones sociales y por esa época comienza la producción intelectual
ligada a la Universidad Popular
de las Madres de Plaza de Mayo. Dada la crítica situación se había vuelto a
pensar en muchos de estos ámbitos la posibilidad de un cambio revolucionario.
Hoy día, la coyuntura política
generó el surgimiento de nuevos círculos intelectuales. Por un lado, el Espacio
Carta Abierta, que a partir de la división que planteó el debate de la Ley 125 le salió al cruce a
grupos “que llegaron a enarbolar la amenaza del hambre para el resto de la
sociedad”, según dice su primera Carta.. Denuncian también a los “medios que
gestan la distorsión de lo que ocurre, difunden el prejuicio y el racismo más
silvestre y espontáneo, sin la responsabilidad por explicar, por informar
adecuadamente ni por reflexionar con ponderación las mismas circunstancias
conflictivas y críticas sobre las que operan.” Carta Abierta manifiesta
públicamente su adhesión al gobierno de Cristina, pero le señala sus
limitaciones.
Por otro lado, los eternos
defensores del libremercado y el achicamiento del estado, escondidos tras
banderas de republicanismo y otras máscaras. Se trata del Grupo (o Gripe)
Aurora de una Nueva República, comandado por el geronte Marcos Aguinis, quien
ostenta frases célebres como "hoy el mayor monopolio de prensa está en
manos de la pareja presidencial" o “El Bicentenario encuentra a la Argentina en
decadencia”. Otros integrantes son Atilio Alterini (decano de la Facultad de Derecho), el
ex vicepresidente de Alfonsín, Víctor Martínez; la lista sigue e incluía al
fallecido Felix Luna. En su presentación sentenciaron: “Es urgente encarar un
cambio en Argentina que haga frente al proceso de decadencia nacional”, y
también “es preciso promover una lucha frontal verdadera, no cosmética, contra
la corrupción, propiciando de inmediato una vuelta a la austeridad pública y a
la transparencia”. Se me escapa algo en esto de volver a una época de
transparencia. ¿A qué época se referirán? Bah, mejor será no preocuparnos mucho
por estos pensadores en pañales extra large.
Otro tanto en esta senda lo
constituye el Club Político Argentino, compuesto por algunos reconocidos y
otros no tanto intelectuales como Guillermo O’Donnell o Luis Alberto Romero,
que no dudan en cuestionar la institucionalidad de las medidas del gobierno, la
falta de parlamentarismo o de un proyecto claro a futuro. Más solitario está J.
Pablo Feinmann. El filósofo manifiesta su apoyo y su distancia con el gobierno.
Él mismo cuenta que le propuso personalmente a Néstor la creación de una nueva
fuerza política de centro izquierda, ajena al PJ, en el que convergieran
fuerzas de las más variadas banderas políticas. En estos días estrena nuevo
libro, uno sobre sus conversaciones con Néstor. El libro todo es una reflexión
sobre la relación entre intelectuales y políticos y hay un análisis de una obra
de teatro de Sartre, Las manos sucias
donde se problematiza justamente esa relación. Al parecer, Néstor (habiendo
leído o no la obra de Jean Paul) expone lo mismo que el representante de la
política en el drama: la imposibilidad de gobernar inocentemente. En una carta
electrónica que Kirchner le escribió le dice: “Los intelectuales como vos buscan la pureza todo el
tiempo, los políticos no nos podemos dar ese lujo. Yo, si quiero conservarme en
el poder, tengo que apropiarme del aparato del PJ, si no, el aparato del PJ me
va a aniquilar. Para apropiarme del aparato del PJ, tengo que entrar en la
basura, meterme, ahí, en la mierda, y eso a vos por supuesto, no te a va a
gustar”. Toda una lección de pragmatismo político. Entre estos dos tipos hay
una relación que es de lo más sana: cada uno cumple su rol. El político tiene
que afrontar realidades concretas que en los razonamientos del intelectual
probablemente resulten repulsivas; el intelectual no puede dejar de advertir al
político los riesgos que corre al meterse en el barro del poder. Por eso
Feinmann le respondía a Kirchner, más o menos: “Ojo, porque cuando saques a
Duhalde del PJ, corrés el riesgo de convertirte en Duhalde, de que al
apoderarte del aparato, el aparato se apodere de vos”.
Otro insoslayable del pensamiento político actual es
Norberto Galasso. Hay una diferencia entre Galasso y Feinmann: mientras este
último es un “escritor” (él mismo se define como tal; es más, prefiere ser
reconocido por su faceta de novelista que por la de ensayista) a Galasso
podemos llamarlo “militante”. Relacionado hoy con sindicatos y organizaciones
sociales, como el Centro Cultural Discépolo, que lo tiene como fundador, tiene
una trayectoria quizá sin par en el revisionismo histórico. Ha publicado más de
40 libros, y hasta el día de hoy sigue escribiendo, dando conferencias, cursos
y rescatando del olvido a teóricos y militantes del pensamiento nacional y
popular como Hernández Arregui o Manuel Ugarte.
Por último, no quiero dejar sin mencionar la muestra
Homenaje al Pensamiento y el Compromiso que se estuvo realizando estas semanas,
donde se recordó con justicia a Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz,
Fermín Chávez, Enrique Santos Discépolo, Leopoldo Marechal, Homero Manzi,
Carlos Mugica, Julio Troxler, además de contar con un espacio destacado para
Juan Domingo Perón, Eva Perón y Néstor Kirchner.
Y así estamos y seguimos: todos pensando la política
desde nuestros lugares. Intelectuales, estudiantes, laburantes. Todos queremos
aportar al debate serio sobre el país que queremos construir. Por suerte,
podemos hacerlo con libertad. Incluso los que dicen que no hay libertad de
expresión.