información fuera del área de
cobertura
Individuos tristes, negocios felices
Por Eva Stilman
evastilman@elpancholacoca.com.ar
El último sismo en Japón, con alerta de tsunami, me hizo recordar que el
mundo se iba a acabar hace unas semanas. Y me pregunto ¿cómo es que estamos
vivos? Ante todo, no pretendo aquí restarle importancia al debate sobre las
complejidades de la producción y el uso de energía nuclear, simplemente no
estoy en condiciones de entrar en semejante discusión dada mi ignorancia sobre
un tema que merece una revisión más profunda con personas ahondadas en la
cuestión. Mi reflexión pasa por otro lado, por el tratamiento mediático de las
cadenas de canales privados de información. Repasemos un poco las noticias de
ayer. Según el relato de los monstruos informativos, la cosa estaba bien
jodida: predominó el tinte de desastre coronado después de Apocalipsis nuclear.
Los directores de películas catástrofe estarían a las puteadas, ¿quién iba a
ver sus superproducciones si se disponía de una cobertura mundial de cientos de
canales editando el final de nuestros días en vivo? A los apurones, los
llamados canales de noticias elaboraban los trailers del fin del mundo. Los
rostros orientales daban el toque exótico. El día del juicio nuclear había
llegado de la mano de Oriente. Y sí, Occidente siempre tan pulcro. “Que es como
Chernobyl”, decían unos. “Que no tiene nada que ver con Chernobyl”, discutían
otros.
Mito y ciencia se enfrentaban en su antigua y tediosa batalla. Ciencia,
saber hegemónico al que le hinchan soberanamente las pelotas los conocimientos
“vulgares”: no jodan, las placas tectónicas se movieron siempre, no le hagan
caso a la gilada. Mito, saber popular calificado de inmaduro: que esto los
mayas lo predijeron. Otros: que la profecía representa un cambio de ciclo, un
símbolo, no le hagan caso a la gilada que no entiende. Otros: vamos muchachos…
que no entendemos un carajo de las profecías mayas, no chamuyemos con dos
boludeces que googleamos ayer.
Una cosa estaba clara: tenías que tener miedo. No podías ser tan boludo
de no darte cuenta de que se iba a
acabar todo y de que si zafábamos, tendría que venir otro Kurosawa a contarnos
sus sueños. Un sismo de 8.9º sobre una escala de 10. Un tsunami que levantó una
pared de agua de 10 metros
y arrastró sujetos y objetos. Alerta nuclear. Que revienta todo. Que Japón se
la bancó bien. Que Japón no tiene controlada la situación. Que tantos muertos,
tantos heridos, tantos desaparecidos. En el medio, la siempre eficaz nota
sensible: un hombre intenta comunicarse con su compañera vía telefónica.
Conmovedor, hasta que el tipo quiere hablar a solas con ella. Se escucha
entonces la voz de una periodista con un tono de “no cortes forro que
necesitamos lágrimas en vivo, dejá abierto el teléfono así nos sube el rating”.
El tiempo no para y en el capitalismo, la ferocidad de la competencia,
mucho menos. Parece ser que se juntaron las corporaciones de energía nuclear
europeas y consideraron que esa era su chance para soplarles el negocio (léase:
ganar mercados) a sus colegas nipones y enunciaron un dictamen: Japón hace que
todo se vaya al carajo, la situación es apocalíptica. Pero también las
corporaciones que producen otro tipo de energía consideraron que era su chance
de soplarles el negocio (nuevamente, léase: ganar mercados) a las corporaciones
que producen energía nuclear y dictaminaron: la energía nuclear es peligrosa y
nos va mandar a todos al carajo, no importa si es japonesa ¡Llame ya! Algunos
países mandaron a cerrar algunas de sus plantas, otros tuvieron que salir a
explicar que no iba a volar todo a la mierda por un par de pequeñas centrales.
Mientras tanto, las corporaciones de información estaban molestas porque
el gobierno de Japón adoptó una política de control de información para evitar
el pánico. Japón tiene un territorio pequeño y muchos habitantes. Es un pueblo
al que la guerra imperialista le ha dejado dos huellas profundas en su memoria:
Hiroshima y Nagasaki. No daba para joder mucho. Pero las empresas de
información necesitan vender su mercancía: información que penetre en la
subjetividad de las personas. Y cuando se trata de vender, todo vale: los
muertos son una bendición y si hay pánico, mejor. Las lágrimas le dan el toque
humano ¡a editar y zocalizar se ha dicho! Total, mientras se disponga de unos
fríos presentadores que den una impronta de seriedad, se puede mostrar
cualquier basura. La prensa cipaya local, como ha hecho en varias otras
oportunidades, copió el modelo CNN y BBC: repetición de imágenes y zócalos
apocalípticos. Eso sí, le agregó música al estilo épica y sobre un fondo de
fuego puso “Japón devastado”, sólo faltaba un “próximamente en los mejores
cines” o un “coming soon” para ser el perfecto trailer de la nueva
superproducción extranjera.
Frente a esto, la cabeza se me hizo licuadora y me pintó la desconfiada.
Esa que se pregunta ¿es casualidad que los intereses de las corporaciones
coincidan?, ¿no será que, de distintas formas, persiguen la misma zanahoria? La
verdad, no pretendo quitarle gravedad al problema pero algo me hace ruido.
Porque, si era tan pero tan grave como para pensar que podía ser el fin de
nuestros días, no jodamos: todavía esas corporaciones de la información que se
nos presentan como nuestros buenos amigos al servicio de la ciudadanía (¿?) nos
tendrían alertados para saber cuándo vamos a aprender a tocar el arpa. Ahora
bien, sabemos que ningún verdadero amigo nos querría con miedo.
Entonces nuevamente, se me apareció esa desconfiada que anda dudando de
la información proveniente de empresas, y preguntó ¿no será que nos quieren
asustados y escondidos en casa para que tratemos de consumir hasta donde
podamos?, ¿no será nos quieren tranquilitos, así no les causamos molestias
mientras ellos hacen sus negocios? Porque los individuos frustrados se convierten
más fácilmente en consumidores compulsivos (hasta donde puedan, desde luego).
Personas tristes equivalen a negocios felices para otros. Uno se encarga de
deprimirte, el otro te vende algo para que trates de llenar esa depresión con
objetos que, temporalmente, te den algún grado de satisfacción. Que dura poco,
se sabe, pero dan una ligera y efímera sensación de alivio.
Y otra vez, se me apareció esa persistente preguntona y pensó ¿Qué pasó
con Japón después? ¿Cómo se acomodaron los precios del uranio, del carbón, del
gas y del petróleo? ¿Quién supo aprovechar la crisis de Japón? ¿En qué quedó el
Apocalipsis nuclear? ¿A quiénes les conviene financiar la reconstrucción de
Japón? ¿A quiénes les conviene un Japón devastado? Creo que ya sabemos la
respuesta: información fuera del área de cobertura. Eso no importa, dirán las
corporaciones de la información. Que ya no es vendible, sostendrán, porque en
Medio Oriente hay mucho petróleo. Ahora tienen que definir qué sentido le dan a
esa información. Las corporaciones petroleras y el negocio de la guerra los
necesitan. Ahí van. Ya tienen su tarea y su mercancía vendible actualmente:
acostumbrarnos los ojos a las invasiones, a las intervenciones de potencias que
atropellan las soberanías nacionales. Como hicieron con Irak. ¿Quién se acuerda
de Irak? Pasó de moda, como todo viste vos; me recuerda el poeta urbano con
alias cimarrón. Todas las corporaciones comparten un interés común: quieren que
preguntemos lo menos posible y nos dediquemos a comprar lo más posible, por eso
no hace falta que se sienten y firmen un tratado para actuar en sintonía. Nos
muestran una información, para esconder otra. Por poco nos engañan. Se van a
morder la lengua, porque cada vez les creemos menos.
Nota aclaratoria: hoy la situación de Japón se ha agravado y es aún más
compleja, de todas maneras las reflexiones de la preguntona siguen en pie:
¿Cómo y dónde ponen el énfasis las empresas de comunicación al construir sus
relatos de lo real? ¿A quiénes sirven esos relatos?