El Rol de Estado en el Bicentenario
El primer debate
sobre nuestra forma de gobierno:
¿Un indio como Rey en 1816?
Por Mara Espasande
Años atrás discutir el rol
de Estado parecía impensado. La implementación de la políticas neoliberales a
partir de los años ´70 provoca la desarticulación de los estados populares en
América Latina. Para ejecutarse se implantaron -en la mayoría de los casos- las
más feroces de las dictaduras. Luego de que el terrorismo de estado
disciplinara nuestras sociedades, se produce un "achicamiento sistemático"
del estado. Acusado de ineficiente, fue delegando funciones hasta entonces
incuestionadas. Ya en democracia -en particular durante la década de los ´90-
se produce la profundización de este
proceso.
A partir de la crisis del
neoliberalismo y de sus relatos triunfales, se ha puesto en discusión nuevamente el rol del Estado. Luego del
estallido social del 2001 y con el proceso iniciado en el 2003 vuelve a estar
en el centro de la escena política: impulsando políticas económicas
industrialistas y redistributivas, nacionalizando empresas tales como
aerolíneas y los fondos de la
AFJP, y otros intentos de intervención tales como el aumento
de las retenciones a la renta agraria. En nombre de la libertad, la república y
la democracia surgen discursos detractores de estas políticas, realizados por
representantes de la oligarquía. Se cuestionan las formas, pero ¿qué ocurre en
cuanto el contenido?
En 1816, en el Congreso de
Tucumán se produce el primer debate en cuanto a la construcción del estado y
las formas de gobierno de nuestro territorio. Aparecen proyectos monárquicos que a simple vista
pueden ser interpretados conservadores, pero que presentan un contenido
profundamente revolucionario; en cambio otros proyectos republicanos
modernizantes, con un discurso
progresista, terminarán sentando las bases de un país semicolonial.
Por ese entonces, Manuel
Belgrano se presenta en el Congreso de Tucumán y propone durante sesiones
secretas coronar a un descendiente de la casa de los Incas para que gobierne los
territorios del antiguo Virreinato. Este proyecto fue juzgado como absurdo y
sin base real por la Historia
oficial. Bartolomé Mitre lo caracterizó
como “extravagante en la forma e irrealizable en los medios (...) tenía su
razón de ser en la imaginación y no en los hechos, que a veces gobierna a los
pueblos más que el juicio”. Cabe
preguntarse si esto fue así, ¿por qué se dedicaron tantas sesiones a debatir
este tema?, ¿por qué obtuvo el apoyo de gran parte de la población?
Coherente con la política indigenista
del grupo morenista y con un fuerte anclaje en la realidad cultural
compartida de los territorios del actual
noroeste argentino y de Bolivia, Belgrano logra el apoyo de líderes populares
como San Martín y Güemes. En esos días, los pueblos originarios se mantienen
atentos al devenir de los acontecimientos, preparados para defender por las
armas la promesa de una liberación no sólo política sino también social.
La restauración monárquica
avanzaba en toda Europa, en Hispanoamérica y la amenaza de fragmentación
territorial estaba latente. Por esto, Belgrano considera que la forma
monárquica era la más conveniente.
Llegada esta
conclusión la dinastía que propone es acorde con su pensamiento político:
intenta conjugar un proyecto político que se adecue a la situación
internacional pero que también responda a las necesidades de las nacientes
naciones, que sea americana por sobre todas las cosas y que mantenga los
valores democráticos.
Sostiene entonces “la dinastía de los incas por la justicia que
en sí envuelve la restitución de esta casa tan inicuamente despojada del trono
por una sangrienta revolución, que se evitaría para en lo sucesivo con esta
declaración, y el entusiasmo general que se poseerían los habitantes del
interior, con sólo la noticia de un paso para ellos tan lisonjero, y otras
varias razones que expuso”.
El principal
objetivo del proyecto era crear un gran Estado Americano, reconciliando la
revolución porteña con Europa y principalmente con su ámbito americano,
transformaría definitivamente la revolución municipal en un movimiento de
vocación continental, brindando un proyecto económico, político y social
alternativo al que establecían las clases portuarias.
Más allá de
los ideales republicanos tanto Belgrano, San Martín, Güemes y Bolívar (con su
proyecto de presidencia vitalicia) se dan cuenta que sin un poder central
fuerte Hispanoamérica sufrirá un proceso de disgregación política y
territorial; y que esta división facilitará la nueva dominación extranjera.
Pero Buenos Aires no hace esta lectura, y muestra su racismo representado en el diputado
Anchorena. Afirma entonces, que resulta
impensable que una “casta de chocolate
nos gobierne”. Desde esta concepción boicoteará este proyecto presionando
para que el Congreso continúe sesionando en Buenos Aires, lejos de las masas
populares mestizas e indígenas.
Finalmente se impone la burguesía comercial porteña
por sobre la América
profunda; la constante imitación de la cultura europea en desdén de la
americana. El silenciamiento de este proyecto fue tan profundo que la clase
dominante argentina logró desvincular nuestra historia de la historia de países
hermanos como Bolivia. Hoy, intentando reunificar la patria grande balcanizada,
donde los pueblos originarios son protagonistas de los cambios profundos de los
países andinos, podemos redescubrir este capítulo de nuestra historia
y cuestionarnos las "formas" y
los "contenidos", para buscar
la construcción de un Estado que garantice la igualdad y la justicia social
para todos.