Socialistas y
comunistas, en la misma encrucijada
Las primeras corrientes de izquierda en la Argentina y su
incomprensión crónica de la cuestión nacional
Por
Nicolás Del Zotto
Pese a los
límites que imponía el despliegue concreto de los procesos históricos y las
particularidades propias que imprimía el contexto europeo, los grandes teóricos
del pensamiento marxista avanzaron en la consideración de la centralidad que
adquiere en toda estrategia revolucionaria la consecución de las tareas
nacionales y la resolución de la cuestión nacional, fundamentalmente, en
aquellos países donde no se ha alcanzado aún el máximo desarrollo de las
fuerzas productivas[i]. En
contraposición, las primeras corrientes ideológicas de izquierda en la Argentina optaron por
rechazar todo planteo nacional derivado del análisis de las condiciones
materiales impuestas por la dominación imperialista; para, en su lugar,
importar toda la biblioteca marxista europea y hacerla encajar -con cuidadosos
olvidos y sin adecuación alguna- en un contexto diferente, renegando del
marxismo en tanto que aquella importación no incluye -muy a pesar de sus
difusores locales- las condiciones sociales que le dieron origen y sentido.[ii]
Socialistas
primero y comunistas después -al desentenderse del análisis de las condiciones
específicas del país- pretendieron trasplantar como flor exótica elaboraciones
ideológicas acabadas, creyendo ver reproducidas de manera idéntica las
condiciones de explotación de los capitalismos desarrollados. Más temprano que
tarde, se volvieron permeables al aparato ideológico de las clases dominantes
llegando a entroncar el internacionalismo proletario surgido al calor de las
grandes gestas revolucionarias de la clase obrera europea, con el universalismo
oligárquico que esconde el vasallaje imperialista. De aquí que esta izquierda
colonial se volvió inofensiva para el discurso oficial de las clases
dirigentes: fueron libreimportadores, antiestatistas, cosmopolitas y
europeístas; asumieron la interpretación mitrista de la historia argentina y
terminaron compartiendo con la oligarquía entreguista la repulsa por lo
nacional y el mismo lado de la barricada en repetidas arremetidas
antipopulares.
Las ideas de
izquierda y el liberalismo oligárquico
El socialismo
que bajó de los barcos rápidamente manifestó toda su impotencia transformadora
y exhibió su completa asimilación al engranaje colonial como ala izquierda de
la oligarquía. El Partido Socialista fundado por Juan B. Justo en 1890,
influido por una base social mayoritariamente inmigrante, se constituyó en un
prolijo remedo de reformismo socialdemócrata legitimador de la subordinación
imperialista y un internacionalismo abstracto devenido en antinacionalismo
reaccionario concreto.
Al traspolar
mecánicamente la concepción europea del nacionalismo reaccionario y expansivo
de las potencias capitalistas desarrolladas que habían concluido sus tareas
nacionales y tenían resuelta su cuestión nacional; Justo y sus discípulos se
opusieron irreductiblemente a la “barbarie” del nacionalismo enarbolando la
bandera del internacionalismo y la “civilización” importada de Europa,
adhiriendo y reproduciendo los mitos oligárquicos del cosmopolitismo
universalista denigratorio de todo lo latinoamericano y del progreso basado en
la imitación de pautas culturales que desdeñan la auténtica raíz cultural de la Patria Grande profunda.
Al rechazar la
centralidad de la cuestión nacional en un país semicolonial que soporta el yugo
imperial; este socialismo colonial estrechó fraternalmente la mano de la
oligarquía dominante, siendo cómplice y aliado de la perpetuación de la
expoliación imperialista.
El socialismo
que profesaron Justo y los suyos, se planteó como un modelo acabado, listo para
aplicar en cualquier realidad nacional y en cualquier estructura socio-económica.
Desde allí, el PS sostuvo programáticamente que “en todas partes las
consecuencias del capitalismo son esencialmente las mismas”, que se habían
“producido en la sociedad argentina los caracteres de toda sociedad
capitalista”, y que existía “una masa de hombres y cosas movidos y moldeados
por fuerzas tan regulares como las que mueven el sistema solar y han moldeado
la corteza terrestre”.[iii]
En medio de la
crisis socialista de 1917 y al calor de las polémicas suscitadas en torno a la
primera guerra mundial, el 5 de enero de 1918 se fundó -producto de una
escisión del PS- el Partido Socialista Internacional, dos años después
rebautizado con el nombre de Partido Comunista.
Mientras
todavía resonaban los ecos del IV Congreso de la III Internacional -que señalaba
la importancia de los movimientos nacional-democráticos en colonias y
semicolonias y trazaba la táctica de “golpear juntos, marchar separados”-,
comenzaba la deformación de la
Revolución de Octubre llevada a cabo por la burocracia
stalinista. A partir de allí, el papel de los partidos comunistas del mundo
quedó reducido a simples acatadores de las directivas de Moscú. De acuerdo con
la tesis del “socialismo en un solo país” elaborada por Stalin, el socialismo
pasa a ser algo exclusivamente ruso; y con su rusificación, los diferentes
partidos comunistas quedaron atados directamente a los virajes de la política
exterior soviética y abstraídos de los rasgos específicos de cada país y cada
sociedad. Partiendo de la tesis correcta del desarrollo desigual del proceso
histórico mundial -donde la revolución socialista está condicionada por las
características y ritmos específicos de desarrollo de cada país-, la
deformación stalinista otorgó un contenido exclusivamente nacional ruso que
circunscribe la construcción de una sociedad socialista a las fronteras de la Unión Soviética.
El mismo
liberalismo oligárquico que permitió al PS conseguir un lugarcito en el regazo
de las clases dirigentes, también dominó ideológicamente al PC y a su
ascendente burocracia, cada vez más pendiente de los giros diplomáticos de la URSS y más indiferente frente
al destino de la clase trabajadora argentina.
A partir de la
consideración del sumiso acatamiento de las directivas soviéticas por parte de
PC argentino, se tornan un poco más comprensibles (sólo un poco) las palabras
de Victorio Codovilla, quién en 1942 sostuvo que “si ciertas empresas
capitalistas inglesas o norteamericanas establecidas en nuestro país tratan mal
a sus obreros, lo que hay que hacer es no impacientarse ni despotricar contra
los aliados de la Unión Soviética
y contra nuestros aliados en el orden nacional”.[iv]
Patria, ¿cuál
patria?
Sólo sin tener
en cuenta la óptica europea que guió sus postulados y las condiciones
estructurales y superestructurales que propiciaron su elaboración, puede caerse
en la aberración teórica de dotar a algunas de las tesis marxistas de un
contenido universal, estático y ahistórico. Así las cosas -y pasando por alto
que el marxismo demanda en su adecuación a la práctica la renovación permanente
y no la repetición de lo que otros han pensado en latitudes y circunstancias
históricas ajenas[v]-, los
marxistas de importación se negaron -y aún hoy se niegan- a oír hablar siquiera
de lejos de los problemas nacionales, escudándose en la intervención casi
quirúrgica que hacen del Manifiesto Comunista para extirpar la frase “los
obreros no tiene patria”. Ahora bien, ¿cuál era la realidad concreta que daba
fundamento a esa idea? ¿A qué obreros y a qué patria hacía referencia Marx? En
primer lugar, el Manifiesto aparece promediando el siglo XIX, cuando las
burguesías de las principales potencias europeas (Inglaterra y Francia primero,
Alemania e Italia más tarde) habían destronado -o pugnaban por hacerlo- a la
nobleza y al clero como clase social dominante y se encaramaban hacia la
consolidación de la tarea histórica que significaba la unificación nacional y
la constitución del Estado nacional moderno. Las burguesías triunfantes
avanzaban sobre los restos de prerrogativas nobiliarias y privilegios feudales
invocando las grandes proclamas de la patria y la nacionalidad, colocando bajo
su égida a las clases sociales sometidas sirviéndose de ellas como carne de
cañón en sus batallas libradas por la defensa y expansión del sistema de
opresión capitalista. Esa es la realidad donde, explotados directa y
exclusivamente por esa burguesía que los convoca a encolumnarse tras las
banderas nacionales, los obreros europeos no tienen ni familia, ni propiedad,
ni patria. Esa es la patria que no poseen los obreros. La patria como típica
reivindicación burguesa que, al ser invocada en los enfrentamientos nacionales,
huele al azufre de la explotación capitalista. Resuelta la cuestión nacional,
esto es, alcanzada la unificación territorial, la plena soberanía política y la
total independencia económica; los nacionalismos europeos no son más que cantos
de sirena que esconden las ansias de expansión del capitalismo como sistema de
dominación mundial, y, de yapa, el intento por parte de sus potencias de
engullirse algún país más débil.
La expansión
imperialista y la centralidad de la cuestión nacional
Con el inicio
de la etapa imperialista, donde el capitalismo se transformó en “un sistema
mundial de opresión colonial y de estrangulación financiera de la inmensa
mayoría de la población del mundo por un puñado de países adelantados”[vi],
el sometimiento ya no sólo alcanza a las colonias sino también a Estados que
gozan de una independencia política formal.
Es en estas
colonias y semicolonias donde la cuestión nacional se revela como esencial, y
las reivindicaciones nacionales asumen un carácter distinto del que le otorga
la perspectiva europea. Dado que la supervivencia del capitalismo en su fase
imperialista se basa en la expoliación de colonias y semicolonias a través de
la exportación de capital hacia las metrópolis, “la lucha por la liberación
nacional en esas colonias adquiere un contenido revolucionario, al debilitar el
capitalismo, reintroduciendo la crisis en los grandes países”[vii].
La correcta valoración del nacionalismo antiimperialista de los países
dependientes dentro de una estrategia socialista, de ningún modo significa
abdicar de la lucha de clases en el seno de sus sociedades; implica, por el
contrario, considerar el contenido concreto y particular que asume su
desenvolvimiento, donde el enfrentamiento ya no está dado invariablemente por
la lucha frontal entre burguesía y proletariado -propia del capitalismo
desarrollado-, sino que se manifiesta entre los firmantes del pacto de sujeción
colonial -burguesías imperialistas de las potencias centrales y oligarquías
nativas cómplices- y el resto de las clases subordinadas nucleadas en
movimientos de liberación nacional.
Tanto
socialistas -obnubilados por el liberalismo oligárquico y los exclusivos
privilegios del progreso basado en la dependencia semicolonial-, como
comunistas -preocupados por la exaltación abstracta de la revolución rusa pero
indiferentes ante la suerte de la clase trabajadora argentina-; se han negado
históricamente a comprender que una consecuente concepción revolucionaria en un
país dependiente lleva a fundir la bandera de la liberación nacional con la de
la liberación de la clase oprimida; allí es preciso un socialismo profundamente
enraizado en las condiciones específicas que impone el peso de las cadenas de la
subordinación imperial; un socialismo de claro contenido antiimperialista, por
tanto, un socialismo nacional.[viii]
[i] Ver, entre otros: Marx y sus
concepciones frente a la lucha de liberación en Irlanda (Correspondencia de Marx y Engels, 10/12/1869); Lenin y su apoyo
incondicional al contenido democrático del nacionalismo burgués de cualquier
nación oprimida (Lenin, V. I: La política
nacional y el internacionalismo proletario. Buenos Aires: Anteo, 1974, p.
21-30); Trotsky y su teoría de la revolución permanente (Trotsky, L.: La revolución permanente. Buenos Aires:
Yunque, p. 30).
[ii] Marx, Carlos (1973): Manifiesto del Partido Comunista. Buenos
Aires: Polémica, p. 67.
[iii] Puiggrós, Rodolfo (1986): Historia crítica de los partidos políticos
argentinos. Buenos Aires: Hyspamérica, Tomo II, p. 41-43.
[iv] Citado en Galasso, Norberto
(1999): Apuntes para una historia de la
clase trabajadora argentina. Buenos Aires: Centro Cultural “Enrique Santos
Discépolo”, p. 6.
[v] Hernández Arregui, Juan José
(1973): Nacionalismo y liberación.
Buenos Aires: Ediciones Corregidor, p. 31.
[vi] Lenin, V. I. (1974): El imperialismo, etapa superior del
capitalismo. Buenos Aires: Polémica, p. 9-10.
[vii] Galasso, Norberto (1973): ¿Qué es el Socialismo Nacional? Buenos
Aires: Ediciones Ayacucho, p. 39.
[viii] Galasso, Norberto (1973): ¿Qué es el Socialismo Nacional? Buenos
Aires: Ediciones Ayacucho, p. 42.