EL CHE: ENTRE LA
REMERA Y EL CUERPO
“El hombre del siglo XXI
es el que debemos crear”
Ernesto Che Guevara
evastilman@elpancholacoca.com.ar
Nadie puede negar que la imagen del Che está
presente en nuestra cotidianeidad. Remeras, pins, mochilas, tatuajes, pósters,
tazas, carpetas y tantas otras mercancías en las que el Che decora objetos y
adorna cuerpos y paredes. Su rostro concuerda con los cánones de belleza
occidental, posee rasgos de fuerza y contundencia atribuidos al estereotipo tradicional
de masculinidad, más el agregado de figura rebelde, que tan bien le sienta al
mercado para adolescentes y jóvenes.
La pregunta que se me ocurre entonces es la siguiente: teniendo en
cuenta que la mercantilización de la imagen icónica del Che es un producto
histórico, ¿Existen condiciones en la actualidad para recuperar al Che como
hombre real? ¿Cómo hacer para que la remera se haga cuerpo? Una de las tantas y
posibles tareas al respecto, podría consistir en traer al presente al Che como
ser humano y revolucionario. Acá va un intento.
El sujeto revolucionario
No busco hacer un relato biográfico del Che, tampoco pretendo discutir
aquí los pormenores de su teoría revolucionaria, ni entrar en la apasionante (y
absolutamente necesaria) discusión acerca de las experiencias revolucionarias
de los años 60 y 70 y las estrategias de lucha armada adoptadas durante el
período mencionado.
Antes de continuar, creo que es necesario aclarar dos puntos para quien
(desde ya agradezco) siga leyendo. El primero es que no pretendo neutralidad
alguna: quiero revindicar a Ernesto Che Guevara como ser humano y revolucionario. El segundo es que debo admitir que
probablemente me encuentre aún bajo la influencia del libro de Erich Fromm El arte de amar, que terminé hace unos
pocos días. Siempre que uno termina de leer un libro quedan ideas rebotando en
la cabeza y es casi seguro que ésta no es la excepción. Precisamente porque no
quiero plagiar, pero tampoco quiero hacer decir a otros lo que quizás no hayan
querido decir, es que uso la figura de estar “bajo influencia” (un tanto
voluntaria, un tanto involuntaria) de determinadas ideas. Aclarados estos dos
puntos, continúo.
Me gustaría empezar por la caracterización del revolucionario en donde
el Che señala: “Déjeme decirle, a riesgo
de parecer ridículo, que el revolucionario verdadero está guiado por grandes
sentimientos de amor. Es imposible pensar en un revolucionario auténtico sin
esta cualidad” (Guevara: 1965) El
revolucionario verdadero, auténtico; está guiado entonces por grandes
sentimientos de amor. No el amor telenovelesco, de grandes planos a pocos
protagonistas, amor que es sólo para
dos a los que, en el mejor de los casos, el resto del mundo les importa un
bledo y en el peor, el resto de los seres son enemigos declarados al amor de esos dos y nadie más que dos. Es otro
amor (no tenemos porqué decir que uno es verdadero y el otro no, digamos
simplemente otro distinto) al que, creo, se refiere el Che. Al acto de amar
como reunión, de volver a ser uno con los otros. No esfumándose en la masa,
copiando o siendo un autómata; sino creando. Que seamos uno no implica
diluirse, sino re-unirse a partir de
la decisión de nuestra voluntad. Porque no hay amor sin voluntad, sin decisión,
sin conocimiento; ya que no se puede amar lo que no se conoce. Hay que conocerse
para poder reconocerse a sí mismo en los otros y reencontrarse con la humanidad
propia y ajena; sin olvidar que el amor es práctica: “Todos los días hay que luchar porque ese amor a la humanidad viviente
se transforme en hechos concretos” (Guevara: 1965).
Asimismo, el amar no es un acto ciego,
reconoce virtudes y defectos en sí mismo y en los otros. Convoca a una
superación que es individual y colectiva al mismo tiempo, teniendo fe en el ser
humano comprendiendo su complejidad, como diría Martí “Se ha de tener fe en lo mejor del hombre y desconfiar de lo peor de
él. Hay que dar ocasión para que lo mejor se revele y prevalezca sobre lo peor”
(Martí: 2005) Esa ocasión, es para el revolucionario, la
construcción de una sociedad diferente que permita el desarrollo un hombre
nuevo. La construcción de ese hombre nuevo es la garantía para el futuro de la
revolución, porque no basta con hacer una revolución sino que es necesario
además forjar una nueva moral distinta a la del capitalismo. A esa moral
individualista, egoísta, triunfalista y de competencia, que es una moral aprendida. Por ello es fundamental el
rol de una educación liberadora para la revolución, pero no sólo en
instituciones sino también en la vida cotidiana de los sujetos. El Che
sostiene: “La revolución se hace a través
del hombre, pero el hombre tiene que forjar día a día su espíritu
revolucionario” (Guevara: 1965).
Es interesante cuando dice “a riesgo de parecer ridículo”, el Che
parece ser perfectamente conciente de que existe un prototipo de revolucionario
magnánimo, iluminado y enorme, bien distanciado de los hombres y mujeres
“promedio”. Esa figura épica, parece tener poco tiempo para andar “sintiendo”,
más bien se supone que está pendiente de medir fuerzas, elaborar tácticas y
estrategias adecuadas e intentar calcular todas las variables posibles. Es
cierto que cualquier revolucionario que no quiera morir en su primer intento y
aspire a conservar su vida para poder entregar lo máximo de ella a la
revolución, debe analizar cada uno de sus pasos. Absolutamente de acuerdo, pero
el revolucionario no se guía sólo por sus cálculos y mediciones, sino que hay
algo que siente. La energía
imprescindible es el sentir.
Al respecto, el Che dice en su famosa Carta de
despedida a sus hijos: “sobre todo, sean
siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra
cualquiera en cualquier parte del mundo. Es la cualidad más linda de un
revolucionario”. Amar es la
capacidad de sentir la necesidad del otro como propia, estando atento a esas
necesidades. Sentir la injusticia cometida no sólo contra los miembros de
nuestro entorno cercano e inmediato, sino contra cualquiera en cualquier parte.
Ahora bien, existe una gran diferencia entre aquel que sólo comprende las necesidades de otros y el
que además siente las necesidades de
otros. Esta diferencia es fundamental, cualitativa, porque nadie es capaz de
comprometerse plenamente sólo porque la explicación racional de un fenómeno le
indica que es injusta. Hay que sentir la injusticia, indignarse frente a ella,
para ponerle el cuerpo a la transformación.
Por eso hay intelectuales críticos y hay revolucionarios. Pueden
coincidir, sí. Son lo mismo, no. El intelectual crítico comprende que la
organización del mundo es inequitativa, violenta y opresora, y que son las
mayorías quienes la sufren más crudamente. El revolucionario no sólo comprende
eso (hasta quizá no lo exprese con meticulosa precisión académica) sino que le
duele. Le duele en el cuerpo, por eso es capaz de ponerlo a la ayuda de otros.
Podemos decir que la praxis revolucionaria se gesta a partir de la
unificación de los criterios de racionalidad que dan cuenta de que una
situación puede ser de otra manera;
los criterios éticos que juzgan a esa
situación como injusta, indigna y degradante; y los criterios de afectividad
que indican que la situación tal como está, lastima, hiere y para que deje de
hacerlo, es necesario transformarla.
Siguiendo con la afirmación de que el
revolucionario está guiado por grandes sentimientos de amor, este último no se
refiere al intercambio justo en la transacción de sentimientos, sino a la
capacidad de dar sin exigir algo a cambio. El Che lo dice claramente: “He nacido en la Argentina; no es un
secreto para nadie. Soy cubano y también soy argentino y, si no se ofenden las
ilustrísimas señorías de Latinoamérica, me siento tan patriota de
Latinoamérica, de cualquier país de Latinoamérica, como el que más y, en el
momento en que fuera necesario, estaría dispuesto a entregar mi vida por la
liberación de cualquiera de los países de Latinoamérica, sin pedirle nada a
nadie, sin exigir nada, sin explotar a nadie.”
(Guevara: 1964) Para el
sujeto egoísta que promueve y da forma el mercado, es difícil de imaginar que
alguien pueda sentirse pleno simplemente dando, sin recibir algo a cambio, sin
obtener beneficio o recompensa. Ahora
bien, si bien la capacidad de amar (que no es un bien finito) no depende de
cuánto nos den a cambio de nuestro amor, es preciso que existan condiciones de
respeto, del reconocimiento de que somos iguales distintos.
Quizás esté de más remarcarlo, pero como
quizás no, lo haré: el Che se siente un patriota de Latinoamérica dispuesto a
luchar por su liberación. Tal como lo hicieron Bolívar, San Martín, Martí,
Sandino, por mencionar sólo algunos de los tantos otros (más todos aquellos
anónimos cuyos nombres no hemos conocido) que quisieron construir una América
unida y libre. Donde crear es la base, porque es la única manera de lograr
soluciones propias a problemas propios, el Che sostiene: “sus problemas [de la vieja Europa] y, por ende, la solución de los mismos son diferentes a las de nuestros
pueblos dependientes y atrasados económicamente” (Guevara: 1967). La
creación es la premisa de la revolución y la juventud debe ser conciente de ello:
“la juventud tiene que crear. Una
juventud que no crea es una anomalía, realmente” (Guevara: 1962). El Che
nos advierte que una juventud quieta, acrítica y totalmente complaciente no
hace avanzar a la revolución.
Los revolucionarios no se proponen conquistar
el viejo mundo, sino crear uno nuevo. Desde luego que sobre las nuevas bases
coexistirán elementos del viejo mundo, pero redefinidos en un nuevo contexto;
por lo que algunos elementos sobrevivirán y otros se destruirán. El movimiento
revolucionario crea y se crea. No hay
revolución si no se crea a sí misma, porque no es un procedimiento mecánico
expresado en una fórmula de tipo a+b1+b2-d3=revolución. El Che dice “es nuestra experiencia no una receta” (Guevara:
1965)
Si bien es posible afirmar, según las teorías
sobre la revolución, la presencia de determinados factores comunes y tendencias
similares en las diferentes revoluciones, estas últimas nunca dejan de
pertenecer al plano histórico concreto, cuyas especificidades son únicas e
irrepetibles. A fin de cuentas, son los movimientos revolucionarios
(movimientos en el doble sentido de la palabra, como alianzas entre distintas
fuerzas y como acción de movimiento, de praxis histórica) los que transforman
las condiciones de crisis en oportunidades revolucionarias. Por ello la
importancia de ir gestando una subjetividad distinta a la formada por el
capitalismo antes y durante el proceso revolucionario,
subjetividad que resulta clave forjar en la construcción de una nueva sociedad.
En otras palabras, las condiciones no sólo se
heredan y suceden; sino que es necesario además que los sujetos de la historia
las hagan, con los límites que cada momento
y sujeto histórico imponen y se
imponen. Por ello, esos actos del presente de solidaridad, de organización, de
búsqueda para conocernos a través de nuestra historia y nuestro presente, de
recuperación de nuestra capacidad creadora y transformadora, esos actos que
permanecen aún dispersos, si son colectivos
contribuyen a la gestación de una nueva conciencia.
Para terminar, si el mercado transformó a la imagen del Che en una
mercancía en formato de rebeldía empaquetada, inofensiva y vaciada de su
contenido originario, sería bueno que cada vez que veamos esa imagen del Che,
tengamos aunque sea el pequeño gesto de recordar al hombre concreto, histórico,
revolucionario, socialista. Un ser humano que amó, luchó, erró y acertó. Que
perteneció al mundo terrenal y junto a otros muchos, lo transformó. En primera
o en última instancia, de eso se trata una revolución: de comprometerse con y
por los otros que, en definitiva, somos nosotros.
Guevara, Ernesto Che:
-
(1962) “Discurso en el acto de conmemoración del II Aniversario de la
integración de las Organizaciones Juveniles”, 20 de octubre de 1962. Disponible
en: http://bvs.sld.cu/revistas/his/vol_1_98/his10198.htm
- (1964) “Intervención en la Asamblea General
de las Naciones Unidas en uso del derecho de réplica”, 11 de diciembre de 1964.
Disponible en: http://espace-che-guevara.com/Che%20ses%20discours-IntervencionONU.html
- (1965) “El socialismo y el hombre en Cuba”, marzo 1965. Disponible en: http://www.marxists.org/espanol/guevara/65-socyh.htm
-
(1967) “Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental”, abril
de 1967. Disponible en http://www.marxists.org/espanol/guevara/04_67.htm
- Carta de despedida a sus
hijos. Disponible
en www.archivochile.com
Margulis, Mario (2005) “Ideología, fetichismo de la mercancía y reificación”
en Estudios sociológicos, México V24
N70 ene-abril 2006.
Martí, José (2005): “Nuestra América” en Nuestra América y otros escritos. Ed. El Andariego, Buenos
Aires.