LA GENERACIÓN DEL BICENTENARIO Y EL MOVIMIENTO NACIONAL
Por Javier Azzali
La superación definitiva del modelo agroexportador por uno
industrialista con eje en el crecimiento del mercado interno, redistribución de
la riqueza y fortalecimiento de las clases trabajadoras y populares es la etapa
histórica que a nuestras generaciones les toca realizar. Varios han sido los
indicios de que en ella la movilización y la participación popular serán
protagónicos y un sector asoma con la promesa de aportar una fuerza fundamental
para el cambio: la juventud. Si bien por naturaleza, su presencia es siempre
perturbadora para cualquier orden conservador, más lo es en la actualidad si
tenemos en cuenta su compromiso con la militancia popular. De ahí que no sea
del todo precisa la denominación de “jóvenes”, porque más bien lo que hizo su
aparición en este tiempo es una nueva generación.
Esta nueva generación interpela al país desde su fuerza transformadora,
con una escala de valores y voluntad de cambio que comparten, y cuyo origen
está en la era posneoliberal, en el posmenemismo y pos alianza: incluso muchas
podrían ser hijos de padres que votaron a Carrio, Solanas o Macri, lo que les
da más fuerzas porque además de despreciar la vieja política, son lo nuevo y se
definen por la negación de lo presente. Son la ruptura ideológica con el viejo
país, en el que aún perduran grandes oligopolios en la alta industria y en el
sistema financiero, así como sobrevivientes de la era precámbrica (Posse,
Grondona). Y si consideramos que la etapa histórica que la interpela coincide
temporal y significativamente con los doscientos años de nuestra patria, es más
correcto nombrarla como la
Generación del Bicentenario, lo que implica darle la
condición de sujeto colectivo con la voluntad de transformar la realidad y de
ser hacedor de la historia presente, propia de quien amanece al mundo sabiendo
que tiene el derecho a hacerlo de nuevo. Ahí reside su potencialidad política.
Un dato político de importancia es también que chicas y chicos, más por
intuición tal vez, se alejaron de la influencia de la izquierda abstracta (pero
derecha concreta) que en su pretendida misión revolucionaria es, en verdad
(siempre lo ha sido) la negación de la política como práctica colectiva
transformadora y el camino más seguro a la resignación (tan propio de los años
noventa), ante la imposibilidad de cumplir sus planes tan “audaces” sin tener
en cuenta la correlación de fuerzas ni la historia del país. Otro dato es que
casi un millón y medio jóvenes se incorporaría al padrón electoral, y, según
una encuesta publicada en TELAM, “el 60 por ciento considera que Néstor
Kirchner fue el mejor presidente desde la recuperación de la democracia, y el
66 por ciento cree que a partir del gobierno del ex presidente los jóvenes
intensificaron su participación en la política”. Todo ello evidencia que su presencia es tanto cualitativa
como cuantitativa.
Diferentes generaciones han atravesado nuestra historia, como por
ejemplo –sin pretender enunciarlas a todas- la del centenario y la de la
reforma del ´18, frustradas en su vocación nacional. También está la de la
resistencia peronista y la de los´70, perseguidas por dictaduras cívico
militares; sin olvidar a las de los ´80 y los ´90. Cada una con un sentido y
cosmovisión de acuerdo a las circunstancias históricas que les tocó vivir.
Hay un riesgo: cada generación se cree que es la primera, la original y
que nada le debe a las anteriores. Eso podría llevarla a aislarse y perderse en
la falta de orientación general (como por ejemplo le ocurrió a la del
centenario). O dicho de otro modo: a la intuición con la que se irrumpe en el
mundo debe dársele contenido ideológico y organización, sino la acción
política, tan valiosa en un inicio, se vuelve ciega y queda en un arresto incierto,
apenas como testigo de época.
De ahí que dos tareas sean urgentes: la organización política de su
vocación protagónica y la formación ideológica para comprender el presente
desde el estudio de la historia y las cuestiones concretas de nuestra patria.
De lo primero, dan testimonio de ello, entre varias, la Juventud Sindical,
las juventudes gremiales de la CTA,
la Cámpora,
las diferentes JP y juventudes políticas y todos esos chicos que pueblan
universidades, organizaciones de territorio y centro culturales. Por lo
segundo, es imprescindible la revisión de nuestra historia superando la
mitología del liberalismo conservador mitrista y las zonceras que nos impiden
ver el país real, conocer la lucha de clases así como el antiimperialismo de
los pueblos latinoamericanos por su unificación. Ese es el lugar de pensadores
y militantes populares como Rubén Dri o los de Carta Abierta. Y también el de
Norberto Galasso, por quien justamente la nueva generación se siente
interpelada a partir de la posibilidad de encontrar el puente entre las
tradiciones más poderosas y vitales de nuestra Patria Grande (la del
pensamiento nacional, popular, federal y socialista) y el presente de
transformación social. Es que, objetivamente, el ensayista la juega de enganche
entre generaciones, y por eso la del Bicentenario encuentra allí una promesa de
diálogo y de sentirse impulsada por Ugarte, Scalabrini, Jauretche, Arregui y
Perón, para darse así una memoria colectiva desde donde convertirse en sujeto
político y hacedora de su propio destino.
Pero también hay un discurso que desde lo más alto del sistema política
argentino le habla: “quiero una juventud que construya su propia historia, como
la hicimos nosotros, ustedes son la Generación del Bicentenario” dijo la Presidenta Cristina
Fernández.
¿Qué nuevos matices y contenidos tendrá la alianza social que sustente
al proyecto nacional, popular y democrático que lidera Cristina Fernández a
partir de ahora? De su respuesta, siempre cambiante, depende la posibilidad de
postergar a lugares secundarios elementos conservadores al interior del frente
nacional que hoy juegan aislados pero que están esperando su ocasión más
oportuna. En ese juego de fuerzas la alianza entre la clase trabajadora
organizada y la generación del Bicentenario (que también es trabajadora) le
podría dar una vitalidad al movimiento nacional como para estar a la altura de
la realización de las tareas históricas más profundas.