"Ante todo es sólo un deporte" por Juan Martín Leal COLGUÉ! Nº11, septiembre 2011

ANTE TODO ES SÓLO UN DEPORTE

Por Juan Martín Leal

Otra vez domingo, otra vez siento dentro de mi  pecho esa sensación y antojo de gritar por mis colores, gritar, por mi club, mi camiseta, mis jugadores. Me levanto temprano pero sólo tomo un par de mates, y como unas tostadas para el camino. ¿Almuerzo? ¿Para Qué? Seguro que cuando esté llegando hay un puesto de chori y cumplo con la ceremonia dominguera, me voy a la cancha, a ver al mejor.
Estoy contento porque volvemos a ir de visitantes, a la cancha de ellos (ni los quiero nombrar). Apuro el paso porque son dos bondis y aunque llevo mis colores, sé que estoy entrando a terreno enemigo. Por suerte, ya arriba me encuentro tres chicos, dos pibas y un chango con mis colores. El viaje es más ameno porque vamos recordando partidos pasados y nos hacemos compañía. Encima los controles policiales nos dejan al lado de donde entran los locales y es cuando del corazón sale nuestro grito de aliento a nuestro club. Somos menos, y nos tapan con sus gritos, pero se siente mucho más nuestro fervor y nuestra pasión hacia nuestros colores.
Después de una hora estoy entrando a la tribuna, me invade esa sensación de pequeñez al entrar a una construcción tan grande y con casi cincuenta mil personas exponiendo sus pasiones. Ahí es cuando entiendo la fuerza de voluntad que mueve, este bendito deporte, en cada uno de los que estamos acá.
Como desde la filiación o reconocimiento hacia unos colores y un club, se pueden unir tantas personas distintas, hasta incongruentes entre sí. Ya que al sonar el pitido del arbitro, no importa nuestra clase social, ni cuanta guita tengo en  el bolsillo, y mucho menos mi religión o mi color de piel. Solo estamos todos gritando y alentando a nuestro equipo.
Es increíble como nuestros problemas, fatigas laborales y desamores, quedan de lado y todos los de acá tiramos para el mismo lado. Alguno dirá que viene a la cancha a descargar todas sus frustraciones y presiones de la semana.
Un pensador social explica muy racionalmente y de forma teórica como la participación ciudadana en las actividades deportivas y en el ocio actúa como liberador de las pasiones que en esta sociedad moderna quedan reprimidas por la propia sociedad, por nuestros mismos pares y por nuestra auto-represión a esas pasiones y actitudes irracionales, que en otras épocas el hombre solo liberaba en la guerra.
Al observar que mi equipo sale a la cancha y como se inunda el estadio con papelitos y serpentinas, todas estas elaboraciones teóricas quedan de lado, salieron los once gladiadores que van a defender mis colores a muerte. Pero al examinar el equipo veo que algunos jugadores de mi equipo también jugaron para nuestro adversario. ¿Cómo puede ser que este muchacho sienta lo que yo siento por los colores? ¿Cómo entenderá este partido contra nuestro clásico rival? Pero al mismo tiempo pienso que estos pibes también están dedicándose en forma profesional a practicar este deporte, y como muchos trabajadores trabajaron en otros lugares. Aunque al enterarse las cifras infladas que cobran los jugadores uno queda insignificante económicamente y reflexiono sobre el deterioro que esto hace a la percepción del sentido común, del otro distinto a uno y del trabajador común que se rompe el lomo para llevar un plato de comida a su casa. ¿Y además de jugar con mi gloriosa camiseta le están pagando? ¿Cuánto?
Yo la verdad pagaría lo que no tengo para jugar aunque sea un minuto, o simplemente entrar a la cancha con los cortos, porque creo fervientemente que aunque estos muchachos jueguen muy bien, posean una gran técnica y optimas condiciones física, nunca van a jugar con el mismo sentimiento que juego yo contra los pibes del barrio. Ellos podrán jugar al fútbol, pero yo juego a la pelota. Como todos aquellos que en un descampado, en la calle o en el club social se juntan para divertirse y relacionarse en un deporte que se destaca por algunas individualidades, pero que se basa ante todo en el trabajo de equipo. El entendimiento entre once, con funciones individuales pero con una idea colectiva de juego.
Comienza el partido e inexplicablemente se  me pone la piel de gallina. ¿Serán todas esas pasiones y emociones que quieren salir? ¿O simplemente me olvide un buzo y ya esta medio fresco?
No importa, porque empezamos todos a saltar de manera rítmica y casi hipnótica coreando a gritos el aliento para nuestro club. Y en un instante ya estoy concentrado en el partido, viendo pases, centros, tapadas, tiros al arco y por supuesto muchas patadas. Escucho a un señor al lado que le explica a su hijo como convendría que el volante zurdo juegue por derecha, para cambiarle el pie y poder mandar el pase hacia adentro y crear situaciones de gol dentro del área. Su hijo lo mira con admiración y respeto. Ambos llevan la misma vestimenta con los colores que nos identifican y se me escapa una sonrisa al pensar que alguna vez mi viejo también hizo lo mismo conmigo.
Veo ese carácter tradicional que tiene el apego a un club de fútbol, como las costumbres mas arraigadas en el pueblo, el ser hincha de un mismo equipo se traspasa de padre a hijo desde hace algunas generaciones. Esto me hace acordar de mi abuelo que me hablaba de esos equipos que jugaban hace mil años, y uno cuando es chico solo puede imaginárselos en blanco y negro y en cámara rápida, como si fuera una película de Chaplin.
¡UUUHHH!!, la pelota pega en el palo y todos al mismo tiempo nos agarramos la cabeza. Estuvimos cerca, comenta un muchacho. En eso se empieza a mover la gente y se amontona contra el alambrado de la tribuna. ¿Qué pasa? ¡No empujen!!!!!!, Paren que hay chicos!!!!.
No les importa nada, se escuchan los bombos, atrás gritos más salvajes pidiendo aliento desde el centro de la hinchada. Llega la barra brava y la sensación es confusa para todos por igual. Hay algunos que vitorean la llegada del núcleo duro del aguante (como a ellos les gusta caracterizarse) otros no dan importancia pero ceden el paso, y muchos queremos repudiar la llegada de estos delincuentes: pero acá la violencia y la fuerza del más grande se imponen.
No se escuchan silbidos por la llegada de la barra pero sí algunos aplausos. Y es esto lo que me termina pegando muy mal. Porque es sabido desde siempre la situación del fútbol argentino en el cual los clubes son prisioneros de los mismos matones que ellos contratan para su seguridad. Tienen negocios fraudulentos con los estacionamientos en las cercanías del estadio, venta y reventa de entradas y hasta contactos políticos y judiciales que los hacen que sean intocables, para la dirigencia del club, para la policía y para todos los demás que pagamos nuestra entrada. Cobran sueldos de los clubes, que nosotros pagamos con nuestra cuota social, y mantienen contacto con algunos jugadores y sector del cuerpo técnico. Y encima tienen la falta de respeto de pasar por encima de todos nosotros, que venimos de lejos, pagamos un montón de plata y alimentamos esta pasión con todo nuestro corazón y nuestra esperanza.
GOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOLLLLLLLLLLL ¿Quién lo metió? No llegué a ver nada entre el tumulto. La alegría inunda la tribuna y empiezan los cantos, esta vez dirigidos desde otro sector y con ofensas racistas y amenazas hacia el contrario. ¿Esto es lo que vine a ver? La verdad no llegué a ver nada.... y encima se nota que de las cinco mil personas que tendríamos que entrar en este sector, ya nos pasamos por varios cientos. Y cada vez estoy más aprisionado. El señor de al lado mío tuvo que subir en andas a su hijo porque sino no vería nada. El muchacho con su novia que se escuchaban hablando atrás, ya no se oyen, seguro se fueron a un lugar más tranquilo ya que acá llegaron todos los delincuentes.
¡GOL! ¡QUE LO PARIÓ! ESTE NARIGÓN SIEMPRE NOS VACUNA! Haciendo referencia al numero nueve del equipo contrario que nos empata el partido, y empieza el rugir de los hinchas locales. Y realmente se escuchan estos pechos fríos (se nota que no me caen bien)…
Al pensar esto me doy cuenta de lo importante de estar acá. De representar ese sector opuesto al equipo local. Yo vine como visitante, y como vine voy a ganar y a aguantar con mi aliento, en desventaja numérica, desventaja  posicional en la tribuna; y para colmo uno de nuestros defensores es expulsado por una entrada muy fuerte al número diez rival.
“¡SE NOS VIENE LA NOCHE!”  comenta el señor al lado mío. Y así parece porque nos estamos salvando en los últimos minutos. Y realmente se merecen meternos otro gol pero los diez que quedaron en cancha defienden el resultado como leones. Finalmente, se escucha el pitido final, aunque no le presto mucha atención porque ya desde hace varios minutos nuestros cantos son continuos, con revoleo de camiseta incluido, y sin importar el resultado cada vez se escucha más nuestro aliento.
Así mismo vamos dejando la tribuna entre gestos a los contrarios y aplausos a nuestro equipo.
Gracias al cielo vinimos de visitantes de nuevo, porque a mi entender y al de todos los que gritaban conmigo, fue nuestro aliento el que motivo a los jugadores para que mantengan el resultado y den la vida hasta en la ultima pelota. Y el espectáculo de un estadio con las dos tribunas rivales expresando su pasión a viva voz no se compara con nada.
El partido fue empate pero para todos los que estábamos ahí adentro va a ser inolvidable como otro domingo futbolero argentino, y como el primero en el cual mi viejo me llevó y me enseñó a compartir mi pasión por este hermoso deporte.