BOEDO, TIERRA SANTA
“Ha entrado usted alguna vez a un estadio vacío?
Haga la prueba. Párese
en medio de la cancha y escuche.
No hay nada menos vacío
que un estadio vacío.
No hay nada menos mudo
que las gradas sin nadie”
E. Galeano
pabloperez@elpancholacoca.com.ar
Tenía razón Manzi al rezar que a este costado
del sur ya nunca lo verás como lo vieran…
Caminar hoy por el barrio de Boedo es acercarse a la leyenda de lo que fue y
hoy no es. Es reconocer viuda a la vieja Avenida La Plata, sin su desaparecido
esposo de metal y tablón. Algo falta desde hace 29 años.
Era 1982 y la última dictadura cívico militar
argentina comenzaba a retirarse. Tras su paso dejaba un charco de sangre y
silencio, una economía de rodillas y los lazos sociales fracturados. Ese mismo
año era desguazado el estadio del Club San Lorenzo de Almagro. Grúas y camiones
circulaban por Avenida La Plata
trasportando los restos del Gasómetro.
El intendente de facto de la Ciudad de Buenos Aires,
Brigadier Osvaldo Cacciatore, daba rienda suelta a sus ínfulas de urbanista y
diseñaba nuevas arterias y trazados en la Capital. En el marco
de su plan de reordenamiento urbano entendió que el barrio de Boedo necesitaba
de la apertura de las calles Muñiz y Salcedo. Esto, sumado al plan de
construcción de viviendas y escuelas en el sur porteño, le brindaba al gobierno
la oportunidad de cobrarse una deuda impositiva con el Club fundado por un
grupo de jóvenes bajo el amparo de un viejo cura salesiano.
Ahora bien, ¿qué otro tipo de planes estaban
entreverados con estos planes urbanísticos? Los nuevos diseños para el barrio
de Boedo apuntaban también a
reconfigurar –o desconfigurar- los andamios de los lazos sociales y
comunitarios barriales, concretando a nivel local las operaciones para desmantelar
la cultura popular y la participación social. El exterminio de los espacios de
encuentro y solidaridad entre vecinos, como los clubes, eran un objetivo. Pero
además, San Lorenzo se convirtió en un blanco particular, ya que había tenido
una conducta políticamente “incorrecta”. Por ejemplo, se había negado a tener
gestos de complicidad y aprobación al Gobierno Nacional durante la organización
del mundial de fútbol del 78. Sumado a
esto, el Club nunca nombró socio honorario a ningún integrante de las armas
gobernantes, como sí lo habían hecho en otros clubes, los cuales fueron
altamente beneficiados durante el mismo período. Asimismo, nueve desaparecidos
de San Lorenzo eran reconocidos por su práctica social y deportiva dentro de la
institución, mientras otros tantos eran reprimidos por las fuerzas del orden al
pedir la reapertura del club. Todos estos sucesos se entremezclaban con el
recuerdo de Don Pedro Bidegain, presidente del Club que conoció la cárcel de
Ushuaia en tiempos de Uriburu por estar ligado al gobierno democrático
desplazado por los infames.
Claro que el objetivo político no era el único
que proyectaba Cacciatore. Luego del saqueo y la destrucción, el predio de
Avenida La Plata
fue vendido a una sociedad fantasma constituida ad hoc al insignificante precio
de U$S 900.000. Se confirmaba entonces la mentira de la reasignación urbana. La
apertura de calles, la construcción de
viviendas y escuelas eran una nueva estafa de parte del intendente de facto.
Dos años más tarde y en una de las últimas
decisiones de la intendencia dictatorial, el lote que supo ocupar San Lorenzo
era sometido a una nueva rezonificación que ahora permitía la construcción de
espacios comerciales. Poco tiempo después, se hacía del terreno una firma
francesa de hipermercados por la suma de U$S 8.000.000.
La resignación de los vecinos y los socios
ante semejante desfalco solo puede ser
entendida en el contexto de la oscuridad y el plomo. Y fue así, con dolor, que
soportaron la derrota, el engaño y la
pérdida, no sin guardar una esperanza apretada contra el pecho.
Cuando se cumplían 19 años del último partido
jugado en el desaparecido estadio, una tarde de diciembre de 1998 el
historiador y socio Adolfo Res pronunció por primera vez aquello que muchos
soñaban. “Es posible volver a Avenida La Plata, es posible volver a nuestra Tierra Santa”,
dijo, aunque, en pleno menemato, pocos fueron los vecinos y sanlorencistas
crédulos.
Pero todo cambió con la llega de Nestor Kirchner
al gobierno. La reapertura de las causas por delitos de Lesa Humanidad permitió
revisar el actuar económico, social y cultural de los intendentes y
gobernadores de facto. La historia de la apropiación de la tierra añorada
comenzó a transmitirse y caló hondo en los más jóvenes, quienes se convirtieron
en motor y sostén del reclamo. Conferencias, charlas, textos, blogs, juntadas y
marchas comenzaban a gestar un clima de compromiso y esperanza. La vuelta a
Boedo comenzaba a sumar adherentes de diversas procedencias y espacios: las
Madres de Plaza de Mayo –quienes dedicaron una jornada en el ECUNHI (Ex. ESMA)
a la discusión y difusión de la causa sanlorencista-, el Juez Zafaronni,
diputados porteños y nacionales de distintas fracciones políticas y diversas
personalidades de la cultura.
Volver a Boedo es, más allá o junto con el
fervor por un equipo de fútbol, la posibilidad de reconstruir los lazos
sociales y recuperar un espacio cultural y deportivo en el sur postergado de la Ciudad. Es la lucha por
la victoria de lo comunitario sobre la fragmentación social. Es ver la
resurrección de un barrio y sus protagonistas en el escenario de la calle y el
club: los pibes jugando, los viejos reuniéndose, las familias celebrando los
carnavales, los jóvenes en recitales y fiestas, los vecinos gestando programas
de cultura popular como la biblioteca Osvaldo Soriano… Es la primacía de la memoria sobre el olvido.
Es un acto de justicia.
La peregrinación del sueño está en marcha. El
jueves 8 de septiembre se aprobó en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires la
conformación de la
Comisión Especial que buscará que el Proyecto Social,
Cultural y Deportivo de Reparación Histórica nacido de los hinchas y socios del
Club San Lorenzo de Almagro sea tratado y aprobado. Dicho proyecto fue
acompañado en su anterior presentación en la Comisión de Deportes por
40.000 simpatizantes del Club de Boedo frente a la Legislatura Porteña.
Quizás éste sea el tiempo en el que las voluntades y las convicciones políticas
se aúnen para hacer posible que, como dice Eduardo Bejuk, “en avenida La Plata,
bajo el sol de una tarde cualquiera, un pibe se ponga en la fila para entrar a
la cancha, mientras el viejo le acaricie la cabeza”.