Cultura

 FERIAS (SUD)AMERICANAS 

Por María Laura Izzo

Caminaba con destino preciso por uno de los tantos Palermos que nos son ajenos (quien sabe cuál será su foráneo nombre propio) y una atmósfera de inquietante tranquilidad me perturbaba. Una pulcra desprolijidad, perfectamente planificada, acechaba desde las vidrieras que no eran más que ventanas para el transeúnte desprevenido, pero tampoco menos para una utilitaria sorpresa.
Cuando eso que rondaba se me hizo conciente y comenzó a ocupar el primer plano de todo pensamiento, logró inquietarme la impune serenidad con que los objetos exhibían su valor de mercado. Una remera confeccionada con medida idoneidad, era acompañada por un par de zapatos de apariencia incómoda; juntos pretendían confiscar un cuarto de mi sueldo.
Es claro que el uso social de la ropa no se limita a un elemento que protege al cuerpo de las vicisitudes climáticas, ni a la mente de los pudores de la desnudez que nos ha dado el devenir de nuestra cultura. También embellece, adorna, exalta; es una práctica ritual. Así como otras culturas pintaban la tierra con frutos y luego sus cuerpos con la tierra pintada, la ropa ofrece hoy variedad de colores, texturas y formas en infinidad de posibles combinaciones para el mismo fin.
Luego de nada engorrosas investigaciones he aprendido que el plusvalor en este caso está dado por la exclusividad de la prenda. Otro dato de mi poco metodológico, aunque eficaz, trabajo de campo fue que para algunas personas es una fuente de inacabada y contradictoriamente efímera felicidad, poseer un saco que nadie más puede tener; una objetable capacidad de disfrute.
De inmediato me acordé de las ferias americanas (dícese de lugares donde se pueden comprar artículos usados, como ropa o accesorios, a precios convenientes; es decir mucho más baratos). Aquí no hay lugar para el minimalismo, el transitar se hace escueto en un mar de camisas floreadas y zapatos encharolados. El barroco se anuncia a los ojos entre lunares y psicodelia. El armario póstumo de alguna tía, comparte el perchero con resabios de los ochenta y con algunos buzos que alguien decidió ayer que ya no necesitaba.   Apliques y bordados, puntillas, guardas y brillos, abundan en telas que van desde el algodón hasta la gabardina. La botamanga ancha y el “chupín” conviven sin inconveniente, de la misma manera que los colores cálidos y los fríos. El concepto de temporada pasada no existe.
También estos sitios ofrecen exclusividad; en la historia, en el costo y en diseño. Entra en juego además un componente dinámico, inexistente en otras circunstancias de intercambio mercantil. El comerciante no tiene el poder absoluto pues se enfrenta al comprador experto. Este es aquel que ha desarrollado una serie de destrezas que lo convierten en consumidor competente. Tiene el ojo entrenado de manera tal que siempre encuentra debajo de la pila de bollos, de disociabilidad dificultosa para el ojo medio, la prenda con el equilibrio perfecto entre calidad, estética, precio, utilidad y curva de oferta en decadencia. Cabe señalar además que ha desarrollado, entre otras habilidades, la actitud necesaria para vestirse con ella. Sabe también que puede tener la fortuna de hallar una pieza que podría catalogarse “de colección” a precios irrisorios, debido  a la variable ignorancia / desinterés en el tema por parte del vendedor y/o propietario; situación análoga a encontrar una primera edición de Cortázar a cuarenta pesos en un negocio de compra – venta de libros.
Ahora bien, cualquier excusa es buena para la novedad (que parece ser la premisa de consumo); el mercado ya no necesita de argumentos, ni siquiera ficticios. Y el valor del metro cuadrado puede regir el de la mercadería. Así, la camisola de la buena vecina de Pompeya puede verse sobrevaluada en una pseudo feria de Barrio Norte.
La reproducción en serie cosifica, tanto como la exagerada búsqueda de originalidad. Lo original es moda y por eso, repetido. Sin embargo, debo admitir que luzco con vanidad en mi económica pollera, producto de la fabricación seriada, un aplique de una preciosa flor violeta que le otorga canon de exclusividad; y gozo con la certeza de que nadie más puede tener una igual pues la tejió mi madre con sus manos y no me costó más que una tarde de mates en la que intercalé una sutil sugerencia.