ANTE TODO ES SÓLO UN
DEPORTE
Por Juan Martín Leal
Otra vez domingo, otra vez siento dentro de
mi pecho esa sensación y antojo de
gritar por mis colores, gritar, por mi club, mi camiseta, mis jugadores. Me
levanto temprano pero sólo tomo un par de mates, y como unas tostadas para el
camino. ¿Almuerzo? ¿Para Qué? Seguro que cuando esté llegando hay un puesto de
chori y cumplo con la ceremonia dominguera, me voy a la cancha, a ver al mejor.
Estoy contento porque volvemos a ir de
visitantes, a la cancha de ellos (ni los quiero nombrar). Apuro el paso porque
son dos bondis y aunque llevo mis colores, sé que estoy entrando a terreno
enemigo. Por suerte, ya arriba me encuentro tres chicos, dos pibas y un chango
con mis colores. El viaje es más ameno porque vamos recordando partidos pasados
y nos hacemos compañía. Encima los controles policiales nos dejan al lado de
donde entran los locales y es cuando del corazón sale nuestro grito de aliento
a nuestro club. Somos menos, y nos tapan con sus gritos, pero se siente mucho
más nuestro fervor y nuestra pasión hacia nuestros colores.
Después de una hora estoy entrando a la
tribuna, me invade esa sensación de pequeñez al entrar a una construcción tan
grande y con casi cincuenta mil personas exponiendo sus pasiones. Ahí es cuando
entiendo la fuerza de voluntad que mueve, este bendito deporte, en cada uno de
los que estamos acá.
Como desde la filiación o reconocimiento hacia
unos colores y un club, se pueden unir tantas personas distintas, hasta
incongruentes entre sí. Ya que al sonar el pitido del arbitro, no importa
nuestra clase social, ni cuanta guita tengo en
el bolsillo, y mucho menos mi religión o mi color de piel. Solo estamos
todos gritando y alentando a nuestro equipo.
Es increíble como nuestros problemas, fatigas
laborales y desamores, quedan de lado y todos los de acá tiramos para el mismo
lado. Alguno dirá que viene a la cancha a descargar todas sus frustraciones y
presiones de la semana.
Un pensador social explica muy racionalmente y
de forma teórica como la participación ciudadana en las actividades deportivas
y en el ocio actúa como liberador de las pasiones que en esta sociedad moderna
quedan reprimidas por la propia sociedad, por nuestros mismos pares y por
nuestra auto-represión a esas pasiones y actitudes irracionales, que en otras
épocas el hombre solo liberaba en la guerra.
Al observar que mi equipo sale a la cancha y
como se inunda el estadio con papelitos y serpentinas, todas estas
elaboraciones teóricas quedan de lado, salieron los once gladiadores que van a
defender mis colores a muerte. Pero al examinar el equipo veo que algunos
jugadores de mi equipo también jugaron para nuestro adversario. ¿Cómo puede ser
que este muchacho sienta lo que yo siento por los colores? ¿Cómo entenderá este
partido contra nuestro clásico rival? Pero al mismo tiempo pienso que estos
pibes también están dedicándose en forma profesional a practicar este deporte,
y como muchos trabajadores trabajaron en otros lugares. Aunque al enterarse las
cifras infladas que cobran los jugadores uno queda insignificante
económicamente y reflexiono sobre el deterioro que esto hace a la percepción
del sentido común, del otro distinto a uno y del trabajador común que se rompe
el lomo para llevar un plato de comida a su casa. ¿Y además de jugar con mi
gloriosa camiseta le están pagando? ¿Cuánto?
Yo la verdad pagaría lo que no tengo para jugar
aunque sea un minuto, o simplemente entrar a la cancha con los cortos, porque
creo fervientemente que aunque estos muchachos jueguen muy bien, posean una
gran técnica y optimas condiciones física, nunca van a jugar con el mismo
sentimiento que juego yo contra los pibes del barrio. Ellos podrán jugar al
fútbol, pero yo juego a la pelota. Como todos aquellos que en un descampado, en
la calle o en el club social se juntan para divertirse y relacionarse en un
deporte que se destaca por algunas individualidades, pero que se basa ante todo
en el trabajo de equipo. El entendimiento entre once, con funciones
individuales pero con una idea colectiva de juego.
Comienza el partido e inexplicablemente se me pone la piel de gallina. ¿Serán todas esas
pasiones y emociones que quieren salir? ¿O simplemente me olvide un buzo y ya
esta medio fresco?
No importa, porque empezamos todos a saltar de
manera rítmica y casi hipnótica coreando a gritos el aliento para nuestro club.
Y en un instante ya estoy concentrado en el partido, viendo pases, centros,
tapadas, tiros al arco y por supuesto muchas patadas. Escucho a un señor al
lado que le explica a su hijo como convendría que el volante zurdo juegue por
derecha, para cambiarle el pie y poder mandar el pase hacia adentro y crear
situaciones de gol dentro del área. Su hijo lo mira con admiración y respeto.
Ambos llevan la misma vestimenta con los colores que nos identifican y se me
escapa una sonrisa al pensar que alguna vez mi viejo también hizo lo mismo
conmigo.
Veo ese carácter tradicional que tiene el apego
a un club de fútbol, como las costumbres mas arraigadas en el pueblo, el ser
hincha de un mismo equipo se traspasa de padre a hijo desde hace algunas
generaciones. Esto me hace acordar de mi abuelo que me hablaba de esos equipos
que jugaban hace mil años, y uno cuando es chico solo puede imaginárselos en
blanco y negro y en cámara rápida, como si fuera una película de Chaplin.
¡UUUHHH!!, la pelota pega en el palo y todos al
mismo tiempo nos agarramos la cabeza. Estuvimos cerca, comenta un muchacho. En
eso se empieza a mover la gente y se amontona contra el alambrado de la
tribuna. ¿Qué pasa? ¡No empujen!!!!!!, Paren que hay chicos!!!!.
No les importa nada, se escuchan los bombos,
atrás gritos más salvajes pidiendo aliento desde el centro de la hinchada.
Llega la barra brava y la sensación es confusa para todos por igual. Hay
algunos que vitorean la llegada del núcleo duro del aguante (como a ellos les
gusta caracterizarse) otros no dan importancia pero ceden el paso, y muchos
queremos repudiar la llegada de estos delincuentes: pero acá la violencia y la
fuerza del más grande se imponen.
No se escuchan silbidos por la llegada de la
barra pero sí algunos aplausos. Y es esto lo que me termina pegando muy mal.
Porque es sabido desde siempre la situación del fútbol argentino en el cual los
clubes son prisioneros de los mismos matones que ellos contratan para su
seguridad. Tienen negocios fraudulentos con los estacionamientos en las
cercanías del estadio, venta y reventa de entradas y hasta contactos políticos
y judiciales que los hacen que sean intocables, para la dirigencia del club,
para la policía y para todos los demás que pagamos nuestra entrada. Cobran
sueldos de los clubes, que nosotros pagamos con nuestra cuota social, y
mantienen contacto con algunos jugadores y sector del cuerpo técnico. Y encima
tienen la falta de respeto de pasar por encima de todos nosotros, que venimos
de lejos, pagamos un montón de plata y alimentamos esta pasión con todo nuestro
corazón y nuestra esperanza.
GOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOLLLLLLLLLLL ¿Quién lo
metió? No llegué a ver nada entre el tumulto. La alegría inunda la tribuna y
empiezan los cantos, esta vez dirigidos desde otro sector y con ofensas
racistas y amenazas hacia el contrario. ¿Esto es lo que vine a ver? La verdad
no llegué a ver nada.... y encima se nota que de las cinco mil personas que
tendríamos que entrar en este sector, ya nos pasamos por varios cientos. Y cada
vez estoy más aprisionado. El señor de al lado mío tuvo que subir en andas a su
hijo porque sino no vería nada. El muchacho con su novia que se escuchaban
hablando atrás, ya no se oyen, seguro se fueron a un lugar más tranquilo ya que
acá llegaron todos los delincuentes.
¡GOL! ¡QUE LO PARIÓ! ESTE NARIGÓN SIEMPRE NOS
VACUNA! Haciendo referencia al numero nueve del equipo contrario que nos empata
el partido, y empieza el rugir de los hinchas locales. Y realmente se escuchan
estos pechos fríos (se nota que no me caen bien)…
Al pensar esto me doy cuenta de lo importante
de estar acá. De representar ese sector opuesto al equipo local. Yo vine como
visitante, y como vine voy a ganar y a aguantar con mi aliento, en desventaja
numérica, desventaja posicional en la
tribuna; y para colmo uno de nuestros defensores es expulsado por una entrada
muy fuerte al número diez rival.
“¡SE NOS VIENE LA NOCHE!” comenta el señor al lado mío. Y así parece
porque nos estamos salvando en los últimos minutos. Y realmente se merecen
meternos otro gol pero los diez que quedaron en cancha defienden el resultado
como leones. Finalmente, se escucha el pitido final, aunque no le presto mucha
atención porque ya desde hace varios minutos nuestros cantos son continuos, con
revoleo de camiseta incluido, y sin importar el resultado cada vez se escucha
más nuestro aliento.
Así mismo vamos dejando la tribuna entre gestos
a los contrarios y aplausos a nuestro equipo.
Gracias al
cielo vinimos de visitantes de nuevo, porque a mi entender y al de todos los
que gritaban conmigo, fue nuestro aliento el que motivo a los jugadores para
que mantengan el resultado y den la vida hasta en la ultima pelota. Y el
espectáculo de un estadio con las dos tribunas rivales expresando su pasión a
viva voz no se compara con nada.
El partido fue
empate pero para todos los que estábamos ahí adentro va a ser inolvidable como
otro domingo futbolero argentino, y como el primero en el cual mi viejo me
llevó y me enseñó a compartir mi pasión por este hermoso deporte.