"De importaciones y desarrollo" por Andrés Cotinni POR ACÁ NÚMERO 5

De importaciones y desarrollo


Por Andrés Cotinni
andrescotinni@elpancholacoca.com.ar


A principios de mes trascendió mediáticamente la decisión del Gobierno de extender las Licencias No Automáticas (LNA) de 400 a 600 productos. Con esta medida el gobierno intenta proteger la producción nacional en ciertos rubros y fomentar el desarrollo en otros. Se abre entonces el debate entre proteccionismo y libre mercado. A veces, para sorpresa del lector, no está tan alejado un pensamiento del otro.
Antes que nada es importante definir qué son las LNA. Según la Organización Mundial del Comercio (OMC), son medidas autorizadas que implican un procedimiento administrativo en el cual se debe presentar  documentación al órgano pertinente como condición previa para realizar el ingreso del producto al país. Es decir, no es restrictiva sino que implica una demora burocrática de las mercancías que podrían llegar a impulsar la sustitución de importaciones.
Esta medida, junto con las de “antidumping” y la de fijación de “valores criterio”, son algunas de las normas orientadas a proteger la industria nacional y, por lo tanto, a defender los puestos de trabajo. El economista heterodoxo Ha-Joon Chang analiza que las grandes potencias han utilizado el proteccionismo con intensidad hasta poder desarrollar su industria. Como respondió en una entrevista a la BBC, “En el siglo XIX y en las primeras décadas del XX, EE.UU. fue el país más proteccionista del mundo. Eso sí, una vez que desarrolló plenamente su industria, exigió al resto que se convirtieran al Libre Comercio”[1].
Para analizar otro caso, Mario Rapoport refiere que “Gran Bretaña se hizo librecambista a mediados del siglo XIX (más precisamente en 1846, con la abolición de las leyes de granos), cuando ya era la principal potencia industrial del mundo y podía colocar ventajosamente sus manufacturas y sus bienes de capital”[2]. Claro, así cualquiera. Como estos casos también están los de Alemania desde el Zollverein, Japón, Finlandia y demás países que se presentan como grandes economías. Estos indicios suponen que el libre cambio es el paso siguiente al proteccionismo y no algo que representa lo contrario. Sería una cosa así: “Está bien, ya protegimos pero ahora a poner los productos en el exterior, exijamos libertad de mercado”.
En la Argentina, luego del derrocamiento del General en el ’55, se impuso a fuerza de garrote las políticas liberales que destruyeron la industria nacional y dejaron al país de culo a las disposiciones fálicas del gran capital norteamericano. Después de mucha sangre vino la gran noche menemista y por último un De La Rúa que, con el argumento del progreso (y con cometa mediante) flexibilizó el trabajo. Todas estas políticas vinieron de la mano del Consenso de Washington, es decir, lo que Estado Unidos decía que debían hacer los países latinoamericanos para el crecimiento. En el 2001 se fue todo al carajo.
Hoy Argentina está pasando nuevamente por un proceso que se presenta como un desafío para el crecimiento. Es una nueva oportunidad, como la que tuvimos con  la etapa posterior al crack del ‘30 y con las primeras presidencias de Perón. Sería entonces recomendable seguir el ejemplo de los grandes países pero, ¿es realmente recomendable?
En estos momentos de impulso económico, y dejando de lado a los cipayos que parecen economistas interesados en el bienestar de las potencias mundiales; surge una observación que no puede pasar por alto. Latinoamérica y el Caribe fue la gran fuente de riquezas para España, Francia, Inglaterra y Estados Unidos. O los hizo rico o permitió que lo sigan siendo. ¿De quién nos aprovecharíamos nosotros? ¿De nuestros propios hermanos latinos? ¿De los africanos? ¿De los europeos? Dentro de la lógica capitalista para que exista el rico tiene que sobrevivir el pobre. Y si no está el pobre habrá que hacerlo. Con guerra, apertura de mercado, en fin, con todas las atrocidades que se fueron realizando desde el capitalismo para el capitalismo.
La intención de este escrito no es la emancipación del hombre (porque sin darse cuenta uno puede terminar transando con la Sociedad Rural) sino comenzar a reflexionar hacia donde vamos si seguimos. Pero es necesario pensar estas cuestiones estructurales sin subestimar a las grandes corporaciones, que ven en el desarrollo su límite de riquezas, ni a los políticos que ofrecen su agenda por innobles retribuciones. Teniendo en cuenta la fragilidad que caracteriza a los virajes políticos que está viviendo Latinoamérica, defender lo logrado y exigir más es la obligación de todo ciudadanos sensibilizado por las injusticias sociales.
Para ir cerrando, si bien el desarrollo del país es necesario, es imperioso también que esté acompañado con una reflexión profunda sobre el capitalismo, lo que hizo, lo que hace y lo que debería hacer. Sería un desafío que el desarrollo de los eternos subdesarrollados tenga cara de cooperativismo, de hermandad, de solidaridad.