"De teologías, luchas y liberaciones" por Pablo Perez AYER NOMÁS NÚMERO 5

DE TEOLOGÍAS, LUCHAS Y LIBERACIONES


Por Pablo Perez

Ante la Asamblea General de las Naciones Unidas dos referentes del llamado tercer mundo tienen la oportunidad de relatar cómo es realidad de pobreza y miseria que somete a las poblaciones  en las que trabajan. El primer turno frente al micrófono es para la madre Teresa de Calcuta. Luego de relatar detalles acerca de la angustiosa situación en la que desarrolla su tarea humanitaria, solicita asistencia y solidaridad. Desde las bancadas de los representantes del primer mundo explota el aplauso ensordecedor y hasta se pueden observar lágrimas surcando los rostros siempre tiesos. Luego llega el momento de pronunciar palabra de Hélder Cámara, obispo de Olinda y Recife, Brasil. Se pone de pie en el estrado, hace silencio y mira al auditorio que le devuelve, con curiosidad, la mirada todavía emocionado por la alocución anterior. Don Hélder se expresa brevemente sobre la injusticia y la opresión en su tierra. El obispo explica que él también viene a pedir ayuda para solucionar los penares de su gente y afirma: la razón de la opresión y la miseria, de la pobreza y la muerte en su tierra está en las decisiones del primer mundo; lo único que necesita su gente es que los dejen en paz. Sólo quieren de ellos eso. Quieren poder decidir y construir ellos su propia suerte. El auditorio se transformó en un inmenso rechinar de dientes. Corrían los auspiciosos años del neoliberalismo rapaz.
Las teologías, como discursos que construyen sentidos sobre la realidad, han aportado a la configuración de diversos paradigmas tanto revolucionarios como reaccionarios. Aquí reside quizás una de las más interesantes razones de seguir intentando desarmar el papel privilegiado que han ocupado en nuestro continente las diferentes teologías que dieron significado y justificación a luchas intraeclesiales –y sus vínculos con las discusiones y conflictos en los escenarios sociopolíticos-  de la última mitad del siglo pasado y sus ecos en el presente.
Por un lado simplemente la teología; por el otro una teología de la liberación. La primera total, totalitaria, unívoca; enviada desde arriba hacia abajo, supra terrenal e institucional. La otra periférica, antropocéntrica y con la clara intención de tomar partido por las víctimas del sistema, y, por esto, revolucionaria.
Siguiendo la tradición profética de Montesinos y De Las Casas, el ardor independentista de Morelos e Hidalgo, el compromiso militante de Ernesto Cardenal y  la lucha de Camilo Torres, podemos observar cómo la experiencia-de-pueblo y la opción preferencial por los pobres fue generando, a partir de la década del sesenta (luego del Concilio Vaticano II) una sistematización teológica de prácticas y teorías que vinieron a dar respuesta a las injusticias del sistema capitalista, haciéndose eco del clamor de los oprimidos. Así parió nuestro continente la “teología de la liberación”.
La teología de la liberación se alzó contra el capitalismo en distintos puntos de América Latina, tomando para su desarrollo analítico marcos teóricos hasta el momento censurados y prohibidos por la burocracia vaticana. Marx dejó de ser lectura prohibida. Las categorías del materialismo histórico pasaron a ser centrales a la hora de explicar y denunciar al sistema opresor. Desde este lugar, se leyó la historia de la humanidad a partir de la experiencia, la resistencia y la lucha de los pueblos oprimidos, hilvanando continuidades entre el pueblo latinoamericano, el pueblo de Jesús de Nazareth y el pueblo hebreo del éxodo. Es entonces que el lugar teológico privilegiado para la manifestación de Dios dejó de ser la Iglesia para pasar a ser la eklesia. Eklesia fue el nombre que adoptaron las primeras comunidades cristianas del siglo I, perseguidas por el Imperio Romano, para referir su carácter de pueblo y de asamblea de iguales. Es entonces el pobre, la víctima del sistema, a través de la historia, el punto de partida de esta teología porque se constituye en la manifestación de Dios. La consecuencia más contundente y escandalosa fue que dicha perspectiva asumía así que no podía haber teología por fuera de una praxis de la liberación de los oprimidos; cualquier discurso abstracto sobre Dios era mera especulación. Claro que toda esta lectura fue interpretada como desviación y radicalización.  La opción por los pobres fue objeto entonces de persecuciones y silenciamientos a los más altos exponentes de esta nueva teología, como ser el fraile franciscano Leonardo Boff y el sacerdote dominico Gustavo Gutierrez, entre otros.
Ahora bien, es necesario entender que la teología de la liberación ha sido también creativa a la hora de organizarse contra el sistema imperante. Diferenciándose una vez más de la estructura católica, no sólo ha desalentado la idea de un partido cristiano en los países en los que ha tenido mayor difusión sino que también ha pregonado la separación de iglesia y estado, renegando de todo tipo de subsidios, a los que denunciaron por ser un mecanismo de garantías y complicidades entre las clases dominantes y  la cúpula clerical a lo largo de la historia de nuestro continente. La opción entonces fue mancomunar esfuerzos con nuevas fuerzas sociales. Es por esto que podemos encontrar relación directa entre las Comunidades Eclesiales de Base, forma organizativa de los movimientos adherentes a la teología de la liberación, y diversas experiencias político sociales. Ejemplos de esto pueden ser desde el Movimiento de los Sin Tierra de Brasil hasta el Frente Sandinista de Liberación Nacional de Nicaragua.
Al asumir que las miserias y la violencia que azotan al tercer mundo son propias del sistema capitalista, la teología de la liberación pregonó que el origen de todo pecado ya no reside en el llamado “pecado original” sino en lo que dieron a llamar “pecado estructural”. Don Helder Cámara caracterizó de este modo a la estructura misma del sistema cuyo motor es la acumulación de unos a costa de la opresión de otros.  Así se explica la cercanía y el compromiso de la teología de la liberación con experiencias sociales y políticas de tipo socialista y popular en las décadas del setenta y ochenta.
Una característica a destacar de este movimiento es que la reflexión teológica, como explicó Gustavo Gutiérrez, es acto segundo; nace de la experiencia y las prácticas del pueblo en la lucha por su liberación para luego sistematizarse teóricamente. Esto hace que la lucha por la tierra, el pan y la transformación del mundo sean en su urgencia, preocupación primera, desplazando así al modelo de evangelización de la cristiandad.
Las experiencias sociopolíticas latinoamericanas de las décadas del sesenta y setenta fueron tierra fértil para la expansión de los movimientos afines a la teología de la liberación, al punto tal que en algunos pocos casos incluso lograron romper con su posición de periferia imponiendo agenda en la Conferencia Episcopal Latino Americana, tal es el caso de la Asamblea de Puebla en el año 1979.
Llegada la década del ochenta, los ataques de las jerarquías eclesiásticas comenzaron a ser cada vez más fuertes, generando una ruptura con la teología de la liberación, que hasta el momento era combatida pero no castigada. Este cambio en la política vaticana fue impulsado por Karol Wojtyla – el papa Juan Pablo II- y su fobia al fantasma comunista. Muchos exponentes y fundadores se retiraron de la escena o fueron expulsados por el viejo órgano de la Inquisición, llamado ahora Congregación para la Doctrina de la Fe.
Estos embistes contribuyeron a debilitar las prácticas y la misma producción teológica liberadora, situación que se acrecentó con las caídas o desenlaces conflictivos de experiencias políticas latinoamericanas en las que la teología de la liberación había aportado. A nivel mundial, la caída del muro de Berlín y las mutaciones de los socialismos reales colaboraron en la generación del clima de “desilusión” general de los movimientos revolucionarios hijos de las décadas anteriores, entre los que estuvo también  esta  teología.
Caídas las experiencias políticas socialistas y populares en el continente, a la iglesia romana solo le quedaba un punto pendiente en su agenda para con estas tierras. En la década del noventa, con el auge del  neoliberalismo y su discurso mesiánico del mercado,  se ponía de manifiesto un nuevo espacio de confrontación entre diversas teologías. Desde la periferia miserable el grito de los excluidos se convertía en clamor ineludible y era necesario enmarcarlo en la senda de la obediencia y el status quo.
Es en ese tiempo donde sucede el relato que encabeza este texto. Los disertantes mencionados tendrían destinos muy diferentes, tanto como las visiones de mundo que defendían.
En Roma se fabrican estampas con la figura de la madre Teresa bendecidas por el Santo Padre. En América Latina la palabra de Don Helder Cámara es recordada por su pueblo pobre, haciendo caso omiso a las numerosas sanciones y llamamientos que recibió de parte del prefecto de la congregación para la doctrina de la fe Cardenal Ratzinger,  ahora Benedicto XVI.
Si bien el movimiento de la teología de la liberación no ocupa el lugar central que tuvo luego del Concilio Vaticano II, es posible reconocer en ciertas prácticas actuales sus huellas. El PT de Brasil, la presidencia de Lugo en Paraguay y experiencias comunitarias de base son ejemplo de esto.