"El grotesco y los hermanos Discépolo" por Norberto Galasso AYER NOMÁS NÚMERO 5

27 de marzo: aniversario del nacimiento de Enrique Santos Discépolo

El grotesco y los hermanos Discépolo


Norberto Galasso

Entre 1964 y 1966, desarrollé una investigación acerca de la vida de Enrique Santos Discépolo, en base a  documentación y  testimonios   de quienes, de un modo u otro, habían  mantenido alguna vinculación con él. Me interesaba especialmente su obra poética - por su profundidad y su notable vigencia- pero como se trataba de un trabajo biográfico, requerí también información relacionada con su labor en el teatro y la cinematografía, así como acerca de su actividad gremial en SADAIC y su compromiso político en las charlas radiofónicas de 1951.
Dicha  investigación me deparó una sorpresa: buena parte de los entrevistados testimoniaban que  las obras teatrales del género denominado “grotesco” -que aparecen firmadas por su hermano Armando- le pertenecían a Enrique  o que, por lo menos, a él le había correspondido un rol fundamental en su creación. Esta opinión la fundamentaban en comentarios o rumores que habrían circulado, años atrás, en el ámbito del espectáculo y especialmente,  en  analogías entre los  diálogos de esas obras y los versos de sus tangos.
Se trataba -como comprenderá el lector– de una cuestión compleja, pues, por un lado, no correspondía ocultar esas sospechas pero, por otro, Armando era reconocido como el principal exponente del “grotesco” y  además, a este género se le adjudicaba enorme importancia en la historia de nuestro teatro.
En esa época -agosto de 1965- la revista “Confirmado” publicó un artículo sobre Armando Discépolo y “el grotesco”. Aproveché la oportunidad y envié una carta –firmada con  seudónimo, uniendo nombres de tres queridos amigos- donde planteaba la cuestión,  intentando  abrir la polémica. En ella, sostuve: “ Señor Director: Siempre he seguido de cerca el teatro argentino y quiero aclarar algo sobre “el grotesco”. No tengo el gusto de conocer al señor Armando Discépolo, ni tengo hacía él ninguna animadversión. Hecha esta salvedad, considero útil hacer estas consideraciones: 1) La influencia de Enrique Santos Discépolo en los grotescos firmados por su hermano Armando  ha sido y es conocida en  los ambientes de teatro. Sin embargo, la letra impresa no ha tenido aún la audacia de poner las cosas en su lugar; 2) Un periodista le preguntó a Enrique, en 1931: “¿Es cierto que colaboró en ‘Mateo’?”. Respuesta: “En Corrientes y Callao arrancamos la  primera página del libro”; 3) Un libro reciente (Discepolín, de Sierra y Ferrer) recoge este comentario de Enrique: “Mi hermano me urgía a que lo ayudara en un trabajo suyo”. Por la fecha, se refiere necesariamente a “Stéfano”; 4) Armando se aleja de “algunos estereotipos que al principio de su carrera le aseguraron una rápida aceptación comercial”, es decir, del sainete simplemente reidero, sólo cuando Enrique ha pasado los 20 años y está preparando sus tangos, algunos de los cuales son “grotescos”, como “Chorra”; 5) “Mustafá”, principal  éxito anterior de Armando, de ningún modo puede considerarse “grotesco”; es simplemente una  obra reidera; 6) “El Organito”, mencionado por “Confirmado”, está firmado por ambos hermanos y no pertenece solamente a Armando, como parece indicarlo el articulista; 7) Finalmente, la apreciación de Armando de que “el grotesco me parece el arte de llegar a lo cómico a través de lo dramático” indica un desconocimiento del género  por parte de su presunto creador. Debió decir, al revés: “Grotescas son aquellas obras de forma cómica, pero de fondo serio”.  Esta idea está expresada por Enrique, en la mencionada biografía Discepolín; 8) Por otra parte, es conocido que cuando los hermanos se enojaron, por oponerse el mayor a los amores de Enrique con Tania, este distanciamiento significó la muerte de Armando Discépolo como autor teatral. Faustino  López Voriet”. La carta apareció en “Confirmado”, del 26/8/65, en la sección “Cartas de los lectores”.
Armando Discépolo aún vivía, como así también algunos críticos teatrales que conocían el tema, aunque ya me habían advertido que no reconocerían públicamente lo que entusiastamente me habían revelado en la mesa de café. Sin embargo, nadie recogió el guante. Quizás el lector suponga que ello se debe a que se polemiza muy poco en la Argentina –y menos, cuando son temas urticantes- pero también cabe suponer que el silencio evidenciaba la ninguna gana de menear el tema, por parte de mucha gente.
En marzo de 1967, cuando la editorial “Jorge Álvarez” lanzó la primera edición de mi libro Discépolo y su época, la carta fue reproducida en el Apéndice, enriquecida por una nueva información, aparecida en  Treinta vidas de artistas argentinos, de Andrés Muñoz.  Allí, este periodista le pregunta a Enrique: “¿No tiene nada sin estrenar?” Y el poeta responde: “Inédito no tengo nada. Todo lo que yo he escrito ha sido estrenado, aunque no siempre con mi nombre”.
Discépolo y su época recibió diversos comentarios, pero nadie abordó el tema del grotesco, ya fuese para descalificarlo o para confirmarlo. En abril  de  1973,  apareció la segunda edición, publicada por “Editorial Ayacucho”, en la cual también se reprodujo la misma información, sin que tampoco se produjese  polémica alguna. Ocho años después, en noviembre de 1981, “Ediciones del Pensamiento Nacional” publicó Escritos inéditos de Enrique Santos Discépolo, donde recogí materiales poco conocidos de y sobre  Enrique.  Allí,  nuevamente, en el Apéndice, incorporé la mencionada información, pero ahora  enriquecida,  pues,  en los años posteriores a la segunda edición, se habían producido nuevos y muy importantes aportes.
Uno de ellos  provino de  Marta Sozzio, hija de Mariano Sozzio, conocido como autor teatral bajo el nombre de Mario Folco,  quien  colaboró en varias obras  con Armando Discépolo y Rafael De Rosa. Ella me acercó este testimonio: “Una noche,  Enrique le llevó a mi padre una obra que tenía escrita en su casi totalidad y se la leyó. Mi padre le dijo: - ‘Muy bien, pibe. Si querés, la podemos hacer’. Poco tiempo después, esa obra apareció en escena con el nombre “Mateo”, firmada solamente por Armando”. Luego, visité a Marta Folco, en la Casa del Teatro e incorporé su testimonio.  Asimismo, agregué otras opiniones recogidas anteriormente  de varias personas vinculadas a la crítica teatral y al arte escénico en general (Francisco Bolla, Andrés Romeo,  Bernardo Caplán, Marcos Caplán, Raúl Baliari y Néstor Nocera), así como al mundo radiofónico (Francisco Benavente, ex director de Radio Belgrano) y también, los testimonos de Tania y de su sobrino Luis Luciano, todos coincidentes con la inquietud manifestada en mi libro. También, agregué una opinión disidente: la de Norberto Aroldi, quien rechazó  la posibilidad de que Enrique fuese autor o coautor de las obras firmadas por Armando, pero, que significativamente, al despedirnos, en 1965, me había dicho: “Usted no va a poder hacer la biografía de Enrique por dos motivos: el problema con Armando (¿) y la vinculación de Enrique con el peronismo”.
Además, me decidí a incorporar al nuevo libro, un diálogo que había mantenido, en 1965, con Armando Discépolo. Lamentablemente, no existe cinta grabada pero si el lector me conoce por  investigaciones anteriores, supongo que dará crédito a este relato.
Hacia el otoño de ese año, visité a Julio de Caro, en su departamento, para hablar, no del grotesco, sino de la poesía  y la vida de  Enrique.  De Caro me sorprendió gratamente  con su trato amabilísimo y con una interesante biblioteca que denotaba lecturas de revisionismo histórico, así como por su interés por ayudarme, aunque él poco podía aportar  pues manifestó no haber tenido estrecha relación con Enrique. - Pero, déjeme su teléfono -me dijo, al despedirnos- Veré si puedo ayudarlo... Tiempo  después,  me encontraba una tarde, en mi oficina,  trabajando,  cuando De Caro me llamó por teléfono y me conminó a visitarlo inmediatamente: – Deje todo y véngase, ya mismo. Le va ser muy útil la sorpresa que le tengo reservada... Rato después, ingresé a su departamento y me presentó a un señor de avanzada edad, de rostro pálido y  gesto adusto, que se hallaba sentado en un sillón del comedor. Era Armando Discépolo. Y allí se desarrolló el siguiente diálogo, que también incorporé al mencionado apéndice:
N.G.: Estoy trabajando en una biografía de Enrique Santos Discépolo. Me interesaría que usted me aportase recuerdos o cartas... lo que pueda servir  a mi biografía.
A.D.: No tengo documentación porque nunca guardo nada. Recuerdos, sí, por supuesto. ¿Usted conoce las andanzas de Enrique por  la calle Rioja, con el grupo de pintores?
N.G.: Sí, estuve últimamente con el grabador Adolfo Bellocq.
A.D.: Entonces, eso ya lo sabe. Bueno, él era un creador. Hay creadores mediocres, pero creadores al fin. Fracasó en la vida porque tenía una psicología poco masculina. Yo lo conduje de partiquino a actor. Hay una biografía del Dr. Sierra  -Discepolín- muy buena. Ahí me acarician mucho. Como actor, lo mejor que él hizo fue el gallego de la obra “Babilonia”. Y en 1930, en “Invitación al viaje”. También hizo un papel en “Fábrica de juventud”, de Alejo Tolstoi, donde componía un personaje que era una especie de Lenin.
N.G.: Entre las cosas por leer, me faltan las obras de teatro. ¿Usted me las podría facilitar? Por ejemplo: Wunder Bar.
A.D.: Wunder Bar la hice yo (Se refiere a la adaptación, aunque ésta lleva la firma de ambos hermanos).
N.G.: Me gustaría, para interiorizarme del personaje que encarnó su hermano, pero en Argentores sólo encontré “Blum”. Las demás (Me refería a “El Organito” y “Wunder Bar”) no están.
A.D.: Las obras de teatro no interesan cuando se habla de la vida de Enrique. ¡Las obras de teatro son mías! Yo tengo cuarenta obras de teatro y de ellas, doce han sobresalido y todavía se siguen dando.
N.G.: El éxito lo alcanzaron especialmente los grotescos.
A.D.: Efectivamente. “Mateo”, “Mustafá” ( ¿?), “El movimiento continuo” (¿?) y otras.
N.G.: Se considera que en ellos hay  influencia de Pirandello.
A.D.: De ninguna manera. Pirandello no tiene nada que ver, ni yo lo había leído cuando hice esas obras...
Aquel atardecer, me retiré de la casa de Julio De Caro reflexionando acerca de los explícitos e implícitos de la entrevista. Por un lado, se percibía que Armando guardaba rencor hacia su hermano -“creador mediocre”, “yo lo hice actor”, “fracasó en la vida”- como también que le resultaba molesto mi proyecto de  recrear la vida de Enrique. Por otro, su reacción tan viva y contundente -“Las obras de teatro no interesan en la vida de Enrique. ¡Las obras de teatro son mías!”- confirmaba mis sospechas respecto a la verdadera paternidad de las mismas. Finalmente, el presunto creador del grotesco criollo confundía una obra de ese género -“Mateo”- con otras dos  –“Mustafá” y “El movimiento continuo”- cuya naturaleza es distinta y además, negaba toda influencia de Pirandello, a quien la crítica, como hemos visto, otorga rol principal en la creación del grotesco. Por otra parte, “Wunder Bar” pertenece a Herzoc y Farkas y la adaptación la hicieron Enrique y Armando, pero, en su conversación conmigo, Armando afirmó: - “Wunder Bar” la hice yo”, refiriéndose a la adaptación, apropiándose exclusiva –e indebidamente- de dicha obra, actitud que concurría también a consolidar la sospecha de que igual proceder hubiese empleado con los “grotescos”.
Estos Escritos inéditos de Enrique Santos Discépolo circularon normalmente e incluso fueron reimpresos, pero tampoco se produjo reacción alguna respecto a la cuestión planteada. En agosto de 1995, la editorial “Corregidor” lanzó la tercera edición de Discépolo y su época, en cuyo apéndice nuevamente volqué la información  referida a este tema, sin lograr tampoco respuesta alguna.
Como se ha señalado, no obstante que, varias veces, desde 1966, se planteó la cuestión, el debate no se produjo en “los medios”, ni el tema  provocó la atención de profesores y académicos. Una excepción resultó el trabajo “Los Discépolo, Armando y Enrique: entre el dolor y la risa” de Graciela Torrecillas, publicado en el libro Tensiones filosóficas, compilado por Tomás Abraham. Dicha autora reproduce información sobre el tema controvertido y reflexiona sobre el mismo, reconociendo que mi intento de polémica “no ha encontrado eco suficiente”.
Como ocurre a menudo, aquello que no se debate en las academias y universidades, ni tampoco en las revistas especializadas, provoca gran interés en los ámbitos populares -centros culturales, organizaciones sociales,  etc.- desde  donde, fuera de la presión de la inteligencia oficial,  se  intenta construir una cultura auténtica.   
Estimo que el lector posee ya suficiente información acerca de la discutida  paternidad del grotesco.