"Hablando de la libertad" por Mariano Salvatierra CULTURA NÚMERO 5

HABLANDO DE LA LIBERTAD


Por Mariano Salvatierra 
marianosalvatierra@elpancholacoca.com.ar

Eran los hijos de los que sobrevivieron; habían menguado los espacios culturales tradicionales tras el infierno que estalló en el otoño del ’76, y no sólo las hojas se habían secado, y no sólo los árboles se marchitaron hasta el fin. La primavera trajo en la apertura de la flor al no menos recordado under porteño. Einstein, Cemento, el Galpón del Sur, la mítica Cueva y tantos otros que eran la antesala de una Meca soñada por los rotos y coloridos rockeros que vomitaban libertinaje tras tantos años de una coercitiva censura: Obras Sanitarias. Era el circuito de la ciudad secreta de la que el pelado Prodan se había enamorado y de la que tantos otros anónimos también.
La suerte de las calles grises enfurecía en secreto mientras los fantasmas de jeans rotos, de los pelos largos y de la esquina infinita ensalzaban a una bestia de potencias incalculables. Tras el interregno de la incertidumbre, en un sigilo de serpiente, el muro cayó y el neoliberalismo irrumpió en su máxima expresión; los jóvenes, que ya no eran la generación del setenta, sintieron que todo se iba definitivamente al carajo. Era necesario sumergirse en un refugio, buscar los espacios que el mercado financiero negaba cerrando clubs de fútbol o espacios sociales, por shoppings y frívolas maquetas de comunidad, instalando una dictadura militar, obturando los espacios políticos y de discusión. Se necesitaba ser una familia unita tras la embestida mediática de la inseguridad y el auto-encierro, tras las rejas y la desconfianza por el par que llevaba irremediablemente al asesinato de la solidaridad. En fin, comenzar la resistencia tras la derrota cultural.
Zeppelin, Pescado Rabioso, Hendrix, Beatles, Stones, Manal, Almendra, Sui, Tanguito, Steppenwolf, Creedence… Los pibes consumían rock, porque el rock es liberación. Y si el rock es liberación en tiempos de opresión hagamos rock. En Mataderos nacía La Renga en el club Larrazábal que tocaban para los pibes del barrio, Los Redondos comenzaban a convertirse en el platense mito vivo, en Lugano las Viejas Locas metían sus primeros acordes sucios, florecían las cumbias-rock de la Bersuit, las guitarras de los piojos y quedaba recién atrás el eterno Luca Prodan que su muerte daba nacimiento de otras dos arrasadoras bandas: Divididos, Las Pelotas. Con muchos más que los mencionados, el circuito under se convertía en el legítimo refugio de tantos desplazados culturales y laborales. Esa gran familia de los mismos de siempre, de las misas ricoteras, de los rituales piojosos, de las fiestas bersuiteras; esos templos paganos que enardecían en jolgorios por aquellos hijos de desocupados, de jóvenes sin salida y sin trabajo, de hijos de desaparecidos, de hijos que no querían perder esa calidad solidaria y alegre que le negaban los tiempos impunes de la dupla Turco y Mingo. Esos jóvenes, que tal vez sin saberlo, eran la resistencia a la globalización.
Por las márgenes del sistema (y de los medios), los jóvenes comenzaron a mostrar que eran muchos; ahora los pibes llenaban estadios y se encontraban cara a cara. Entre la muchedumbre y el pogo, uno recibía de manos invisibles, volantes que anunciaban otras misas en otros lugares y el universo de la resistencia no se acababa. Las bandas buscaban su máxima poética, y para nada en vano lo hacían; le cantaban al menemismo, a la represión, le cantaban a la injusticia. Y los pibes, ya hermanos, encontraban en gritos aguardientes o en afinaciones agudísimas la verdad de la milanesa. Nos estaban haciendo mierda, los políticos y la yutahijadeputa. Luego vino el asesinato de Walter Bulacio por parte de la federal tras un recital de los Redondos en Obras, y la cosa se pudrió aún más; estaba claro, los pibes y el sistema no eran compatibles, es más, el antagonismo se hizo inocultable.
Muchas bandas, a pesar de la presión de las discográficas o los inconvenientes económicos, mantenían el precio de las entradas a diez mangos para que los pibes pudieran ir, y los pibes, naufragando en changas o laburos de mierda iban con la moneda justa. Otros, los ya completamente vomitados por el sistema, se conformaban con ir a chamuyar a la entrada y tirarse en lance para entrar gratarola. Así transcurrieron los noventa, resistiendo en tiempos de cólera. Cuando parecía que todo estaba intacto y que nada cambiaría. Cuando un clásico cántico auguraba “…una bandera que diga el che Guevara, un par de rocanroles y un porro pa’ fumar”.
En el diciembre de 2001 la cosa empezó a cambiar. Primero, esos mismos pibes que venían acumulando rabia, resistieron en la plaza de Mayo. Los que se habían comido toda una década de pisoteos y palazos. El 19 y 20 de diciembre fueron esos mismos pibes que le dijeron “no” a toda esa mierda picadora de carne y pusieron el pecho desnudo. Quemó al fin el fuego de sus corazones y quemaron también las balas que, otra vez, la policía atravesaba sobre los que izaban las banderas de la resistencia. La sociedad le daba la espalda a un modelo político que había comenzado en el ’76 y que los pibes desde aquella época, la tenían bien clara.
Cambia de generación y hay un cambio de época; los pibes ya no le cantan a los políticos, muere el carpo, se separan Los Redondos, mueren mas de 190 pibes en Cromagnon, quedan algunos huecos y nace la radio de Daniel Hadad “La Mega”. Las iniciales de su slogan PRN (Puro Rock Nacional) coincide con las iniciales de otro slogan: Proceso de Reorganización Nacional. Los rockeros ya no quieren tocar en el club del barrio o en el viejo bodegón a escupir sus problemáticas. Quieren hacer canciones para la Mega y flotar en un prototipo de rockstar como el Pomelo de Capusotto.
Con la tragedia de Cromagnon quedó en evidencia los que negociaron con el under y con el cuerpo de los pibes, salió a flote tal vez, el naufragio del mismo. Cromagnon fue tal vez el fin de una época, pues nunca lo sabré; sí es cierto que a partir de allí ya nada fue igual. Ni las bandas que vinieron, ni las bandas que quedaron. Hoy los pibes vuelven a encontrar espacios políticos y de encuentro antes arrebatados. Los nuevos medios de comunicación y las redes sociales imponen otro vínculo cuando antes EL lugar de encuentro era la esquina o los recitales. No veo muchas bandas que sepan a qué cantarle, ni cómo, pero todo se transforma. Canta la renga que mi rocanrol no morirá jamás. Y así, voy a dejar unas palabras de Capusotto, tal vez el rockero más auténtico entre los mortales argentinos, que reflexiona el rock en su programa de una manera interesante: “El rock es pararse sobre el mundo y querer cambiarlo, el rock es querer esa otra vida que alguien te está escondiendo, el rock es un grito de libertad frente a un sistema que busca idiotizarte. Por eso el rock le grita al mundo y al poder su verdad; el poder escucha ese grito, lo graba, saca un CD, organiza una gira, vende un par de remeras y después espera que el rock vuelva a gritar”.