"Información fuera del área de cobertura" por Eva Stilman COLGUÉ! NÚMERO 6, Abril 2011

información fuera del área de cobertura
Individuos tristes, negocios felices

 
Por Eva Stilman
evastilman@elpancholacoca.com.ar

  El último sismo en Japón, con alerta de tsunami, me hizo recordar que el mundo se iba a acabar hace unas semanas. Y me pregunto ¿cómo es que estamos vivos? Ante todo, no pretendo aquí restarle importancia al debate sobre las complejidades de la producción y el uso de energía nuclear, simplemente no estoy en condiciones de entrar en semejante discusión dada mi ignorancia sobre un tema que merece una revisión más profunda con personas ahondadas en la cuestión. Mi reflexión pasa por otro lado, por el tratamiento mediático de las cadenas de canales privados de información. Repasemos un poco las noticias de ayer. Según el relato de los monstruos informativos, la cosa estaba bien jodida: predominó el tinte de desastre coronado después de Apocalipsis nuclear. Los directores de películas catástrofe estarían a las puteadas, ¿quién iba a ver sus superproducciones si se disponía de una cobertura mundial de cientos de canales editando el final de nuestros días en vivo? A los apurones, los llamados canales de noticias elaboraban los trailers del fin del mundo. Los rostros orientales daban el toque exótico. El día del juicio nuclear había llegado de la mano de Oriente. Y sí, Occidente siempre tan pulcro. “Que es como Chernobyl”, decían unos. “Que no tiene nada que ver con Chernobyl”, discutían otros.
  Mito y ciencia se enfrentaban en su antigua y tediosa batalla. Ciencia, saber hegemónico al que le hinchan soberanamente las pelotas los conocimientos “vulgares”: no jodan, las placas tectónicas se movieron siempre, no le hagan caso a la gilada. Mito, saber popular calificado de inmaduro: que esto los mayas lo predijeron. Otros: que la profecía representa un cambio de ciclo, un símbolo, no le hagan caso a la gilada que no entiende. Otros: vamos muchachos… que no entendemos un carajo de las profecías mayas, no chamuyemos con dos boludeces que googleamos ayer.
  Una cosa estaba clara: tenías que tener miedo. No podías ser tan boludo de no darte  cuenta de que se iba a acabar todo y de que si zafábamos, tendría que venir otro Kurosawa a contarnos sus sueños. Un sismo de 8.9º sobre una escala de 10. Un tsunami que levantó una pared de agua de 10 metros y arrastró sujetos y objetos. Alerta nuclear. Que revienta todo. Que Japón se la bancó bien. Que Japón no tiene controlada la situación. Que tantos muertos, tantos heridos, tantos desaparecidos. En el medio, la siempre eficaz nota sensible: un hombre intenta comunicarse con su compañera vía telefónica. Conmovedor, hasta que el tipo quiere hablar a solas con ella. Se escucha entonces la voz de una periodista con un tono de “no cortes forro que necesitamos lágrimas en vivo, dejá abierto el teléfono así nos sube el rating”.
  El tiempo no para y en el capitalismo, la ferocidad de la competencia, mucho menos. Parece ser que se juntaron las corporaciones de energía nuclear europeas y consideraron que esa era su chance para soplarles el negocio (léase: ganar mercados) a sus colegas nipones y enunciaron un dictamen: Japón hace que todo se vaya al carajo, la situación es apocalíptica. Pero también las corporaciones que producen otro tipo de energía consideraron que era su chance de soplarles el negocio (nuevamente, léase: ganar mercados) a las corporaciones que producen energía nuclear y dictaminaron: la energía nuclear es peligrosa y nos va mandar a todos al carajo, no importa si es japonesa ¡Llame ya! Algunos países mandaron a cerrar algunas de sus plantas, otros tuvieron que salir a explicar que no iba a volar todo a la mierda por un par de pequeñas centrales.
  Mientras tanto, las corporaciones de información estaban molestas porque el gobierno de Japón adoptó una política de control de información para evitar el pánico. Japón tiene un territorio pequeño y muchos habitantes. Es un pueblo al que la guerra imperialista le ha dejado dos huellas profundas en su memoria: Hiroshima y Nagasaki. No daba para joder mucho. Pero las empresas de información necesitan vender su mercancía: información que penetre en la subjetividad de las personas. Y cuando se trata de vender, todo vale: los muertos son una bendición y si hay pánico, mejor. Las lágrimas le dan el toque humano ¡a editar y zocalizar se ha dicho! Total, mientras se disponga de unos fríos presentadores que den una impronta de seriedad, se puede mostrar cualquier basura. La prensa cipaya local, como ha hecho en varias otras oportunidades, copió el modelo CNN y BBC: repetición de imágenes y zócalos apocalípticos. Eso sí, le agregó música al estilo épica y sobre un fondo de fuego puso “Japón devastado”, sólo faltaba un “próximamente en los mejores cines” o un “coming soon” para ser el perfecto trailer de la nueva superproducción extranjera.
  Frente a esto, la cabeza se me hizo licuadora y me pintó la desconfiada. Esa que se pregunta ¿es casualidad que los intereses de las corporaciones coincidan?, ¿no será que, de distintas formas, persiguen la misma zanahoria? La verdad, no pretendo quitarle gravedad al problema pero algo me hace ruido. Porque, si era tan pero tan grave como para pensar que podía ser el fin de nuestros días, no jodamos: todavía esas corporaciones de la información que se nos presentan como nuestros buenos amigos al servicio de la ciudadanía (¿?) nos tendrían alertados para saber cuándo vamos a aprender a tocar el arpa. Ahora bien, sabemos que ningún verdadero amigo nos querría con miedo.
  Entonces nuevamente, se me apareció esa desconfiada que anda dudando de la información proveniente de empresas, y preguntó ¿no será que nos quieren asustados y escondidos en casa para que tratemos de consumir hasta donde podamos?, ¿no será nos quieren tranquilitos, así no les causamos molestias mientras ellos hacen sus negocios? Porque los individuos frustrados se convierten más fácilmente en consumidores compulsivos (hasta donde puedan, desde luego). Personas tristes equivalen a negocios felices para otros. Uno se encarga de deprimirte, el otro te vende algo para que trates de llenar esa depresión con objetos que, temporalmente, te den algún grado de satisfacción. Que dura poco, se sabe, pero dan una ligera y efímera sensación de alivio.
  Y otra vez, se me apareció esa persistente preguntona y pensó ¿Qué pasó con Japón después? ¿Cómo se acomodaron los precios del uranio, del carbón, del gas y del petróleo? ¿Quién supo aprovechar la crisis de Japón? ¿En qué quedó el Apocalipsis nuclear? ¿A quiénes les conviene financiar la reconstrucción de Japón? ¿A quiénes les conviene un Japón devastado? Creo que ya sabemos la respuesta: información fuera del área de cobertura. Eso no importa, dirán las corporaciones de la información. Que ya no es vendible, sostendrán, porque en Medio Oriente hay mucho petróleo. Ahora tienen que definir qué sentido le dan a esa información. Las corporaciones petroleras y el negocio de la guerra los necesitan. Ahí van. Ya tienen su tarea y su mercancía vendible actualmente: acostumbrarnos los ojos a las invasiones, a las intervenciones de potencias que atropellan las soberanías nacionales. Como hicieron con Irak. ¿Quién se acuerda de Irak? Pasó de moda, como todo viste vos; me recuerda el poeta urbano con alias cimarrón. Todas las corporaciones comparten un interés común: quieren que preguntemos lo menos posible y nos dediquemos a comprar lo más posible, por eso no hace falta que se sienten y firmen un tratado para actuar en sintonía. Nos muestran una información, para esconder otra. Por poco nos engañan. Se van a morder la lengua, porque cada vez les creemos menos. 


Nota aclaratoria: hoy la situación de Japón se ha agravado y es aún más compleja, de todas maneras las reflexiones de la preguntona siguen en pie: ¿Cómo y dónde ponen el énfasis las empresas de comunicación al construir sus relatos de lo real? ¿A quiénes sirven esos relatos?