"La claudicación del frondizismo" por Nicolás Del Zotto AYER NOMÁS NÚMERO 6, Abril 2011

La claudicación del frondizismo:
De las banderas nacionales a la traición de la burguesía industrial


Por Nicolás Del Zotto

Las aspiraciones presidenciales de Arturo Frondizi y el arribo del proyecto desarrollista al poder se sustentaron en una precaria alianza integrada por la clase trabajadora (mayoritariamente peronista), sectores de la clase media (principalmente aquellos ligados al proceso de industrialización) y el empresariado nacional (encabezado por la burguesía industrial que representaba Rogelio Frigerio). 
El programa de gobierno defendido por Frondizi se expresó en las páginas de la revista desarrollista QUE sucedió en 7 días. Desde allí, entre otros puntos, el frondizismo sostuvo programáticamente la necesidad de: “Preservar y desarrollar nuestras fuentes de energía, nuestros medios de comunicación y nuestros recursos financieros, intensificando la acción de YPF, nacionalizando los servicios públicos y controlando las finanzas, la moneda y los cambios por organismos de la Nación”; “Orientar el comercio exterior en beneficio exclusivo del país (…)”; “Transformar en sentido económico y social el régimen agropecuario en beneficio de los productores y el desarrollo nacional (…)”; “Mejorar las condiciones de vida de toda la población protegiendo el salario real de los trabajadores, estableciendo regímenes de seguridad social, asegurando viviendas dignas y manteniendo una política de pleno empleo para la plena producción” y “Fortalecer las organizaciones del trabajo y de la producción, asegurando la existencia de una sola Central Obrera, la libertad sindical y el derecho de huelga”.
Con la expresión política de las mayorías silenciada y tras el pacto con Perón, donde Frondizi se comprometía a reestablecer las conquistas populares en el campo económico, político y social,  levantar la proscripción, dictar una amnistía general y normalizar los sindicatos y la CGT, vastos sectores del campo nacional acompañaron con su voto a la fórmula Frondizi-Gómez.
Pese a mirar con recelo aquel frente electoral, el movimiento obrero peronista asumió una actitud expectante que evitaba la confrontación directa, procurando no caer en provocaciones. La prudencia de la dirigencia sindical, se explicó -en parte- debido a la extrema fragilidad de un orden institucional jaqueado por las permanentes imposiciones de los usurpadores del ’55.
Desde el triunfo en las urnas el 23 de febrero de 1958, hasta la asunción del mando el 1 de mayo; la clase dominante -a través de los jerarcas de la Revolución Fusiladora- intensificó su presión sobre el presidente electo. Como el mismo Frondizi, una vez derrocado, admitiría: “los civiles y militares que se habían opuesto a que se realizara la elección porque creían que debía mantenerse un gobierno militar por mucho tiempo, hasta que se ‘educara al pueblo’, procuraron que no me hiciera cargo de la Presidencia de la Nación”[1]. Los planteos militares se encolumnaron tras dos posturas disímiles de cara al nuevo gobierno. Mientras el bando encabezado por Rojas y sus marinos se negaba a entregar el poder a un gobierno apoyado por el voto peronista y comenzaba a tramar una nueva intentona golpista; el sector liderado por Aramburu y sus generales, se mostraba dispuesto a hacer la vista gorda respecto al pacto con Perón y entregar el poder a Frondizi, siempre y cuando éste se comprometiera a cumplir con una serie de políticas económicas y aceptara ceder el control de las Fuerzas Armadas al general Aramburu. Así las cosas -como advirtió Jauretche-, “Frondizi iba a completar el pacto con Perón, que le daba la mayoría, con el pacto con Aramburu, para que le entregara el gobierno”[2].
Tras pactar con Aramburu, el frondizismo no sólo dejó intactos los mandos de las Fuerzas Armadas y promovió el ascenso de Aramburu y Rojas, sino que abandonó oficialmente el programa nacional defendido durante las elecciones y lo sustituyó por un “plan de austeridad y expansión”. Se inició así el camino de lo que Esteban Rey denominó la traición de la burguesía industrial, donde “de un programa para ‘veinte millones de argentinos’ [se pasó] sin solución de continuidad, a un plan para algunas decenas de inversores extranjeros y terratenientes nativos”[3]. De aquí en más, sectores de la burguesía industrial estrechamente ligados a intereses imperialistas se apoderaron definitivamente de las riendas del gobierno y marcaron el pulso de sus políticas.
El primer año de gobierno frondizista transcurrió en medio de un precario equilibrio, tensionado por los planteos militares de los mandos gorilas y la desconfianza de los trabajadores. Para mediados de junio -mientras Frondizi se tambaleaba intentando conformar a unos y otros- se dio inicio a la avanzada privatista con la entrega del complejo industrial DINIE. A la par, se extendieron los acuerdos con grandes compañías monopolistas (principalmente vinculados a la explotación de hidrocarburos), se multiplicaron las concesiones al capital extranjero (a través, por ejemplo, del decreto 14.780) y se profundizó la inestabilidad política (expresada en el desplazamiento de Frigerio y la renuncia del vicepresidente Gómez).    
Desdiciendo lo planteado en su libro Petróleo y política[4], el 24 de julio Frondizi anunció el inicio de “la batalla del petróleo”, cuyo objetivo era lograr el autoabastecimiento y para lo cual era imperioso obtener ayuda externa y atraer capitales extranjeros. Se dio a conocer la firma de convenios y cartas de intención con la Panamerican Internacional Oil Co, el Banco Carl Loeb Rhoades y Cía, la Sea Drilling Corporation, entre otras empresas extranjeras. Raúl Scalabrini Ortiz, pese a su cautela inicial y luego de estudiar con detalle los convenios realizados, se despide de su cargo de director de la revista QUE sucedió en 7 días con un editorial titulado “Aplicar al petróleo la experiencia ferroviaria”, donde se encarga de exponer uno a uno los riesgos que estos acuerdos representaban para la soberanía nacional. Allí sostenía: “Es natural que los extranjeros no se preocupen mucho por nuestras conveniencias nacionales y no faciliten la adopción de las medidas ideales para nuestro desarrollo, ni se preocupen por ayudarnos a resolver las dificultades a las que nos vemos enfrentados. Pero tampoco podemos permitir que esas dificultades nos vuelvan a colocar en el umbral de un camino que conduce indefectiblemente a la humillante condición de factoría sin voluntad propia”[5].
El derrotero frondizista por la pendiente del viejo liberalismo económico se hace indetenible: 15% de reducción de agentes de la administración central, paralización de obras públicas, aumento de tarifas de servicios, restricción crediticia. 
Las sucesivas claudicaciones, merecieron la indignación de Perón, quién -en correspondencia con Cooke- sostuvo: “todos sus actos de gobierno responden a un mismo fin: hasta ahora, consolidar y extender la acción gorila, por otros métodos”[6].
Hacia fines de 1958, la política de entrega y dependencia alcanzó su punto cúlmine. Frondizi y los suyos, al acudir presurosos a los brazos del Fondo Monetario Internacional, terminaron de meter por completo la cabeza en las fauces del imperialismo.
Las exigencias del FMI se expresaron en el Plan de Estabilización y Desarrollo, presentado por Frondizi a fines de diciembre. Su aplicación implicó un conjunto de medidas de saqueo y subordinación que incluía la reducción radical de las tarifas aduaneras, la devaluación del peso, la congelación de los salarios, la suspensión de los controles de precios y la declinación del salario en la distribución de la renta nacional[7].
A comienzos de 1959, el sometimiento del gobierno frondizista a los intereses imperiales ya era un hecho. La sumisión se expresó con el nombramiento del ex funcionario de la Libertadora Álvaro Alsogaray al frente de las carteras de Economía y Trabajo, y se concretó con la puesta en marcha del Plan de Estabilización y el obediente acatamiento de los mandatos impuestos por el FMI.
Junto a la represión de actividades políticas y gremiales -recrudecida con la puesta en marcha del Plan Conintes- , el frondizismo avanzó y profundizó su política de entrega. En enero, entró en vigencia la Ley de Inversiones Extranjeras -sancionada el 4 de diciembre de 1958-, la cual otorgaba a las empresas foráneas los mismos derechos que tenían las de capital nacional. Durante los primeros días del mismo mes, el ejecutivo envió al congreso un proyecto de ley sobre la industria frigorífica, preciado botín de intereses extranjeros. Las especulaciones en torno a que la mirada del águila pesaba sobre las instalaciones del Frigorífico Nacional Lisandro de la Torre fueron rápidamente confirmadas. El primer artículo de la Ley de Carnes aprobada el 14 de enero de 1959, contemplaba -según lo pactado con el FMI- la privatización del frigorífico radicado en el barrio de Mataderos, propiedad hasta entonces de la Municipalidad de Buenos Aires. El objetivo de la ofensiva privatista era la entrega del Lisandro de la Torre a la CAP (Corporación Argentina de Productores), controlada por ganaderos aliados con el imperialismo. 
En abril de 1961, Frondizi desplazó a Alsogaray y en su lugar se designó a otro amigo del capital extranjero, Roberto Alemann. A mismo tiempo que aumentaba la presencia de inversiones extranjeras, se ampliaba el déficit en la balanza de pagos y crecía la deuda externa; se intensificaba la hostilidad desde los cuarteles.
El 29 de marzo de 1962, el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas cursa un radiograma comunicando que el Dr. Arturo Frondizi ha sido apresado y conducido a la isla Martín García. Es el fin de la experiencia frondizista en el poder y la demostración de la impotencia transformadora de una burguesía industrial que “entre el destino de encabezar una lucha de envergadura histórica para construir un gran país o la tranquilidad de consolidar sus intereses y sus ganancias, ha optado por el patrimonio antes que por la patria. Su aspiración más lejana es la de participar, como un socio menor, en la explotación imperialista de Sudamérica”[8].





[1] Luna, Félix (1963): Diálogos con Frondizi. Desarrollo, Buenos Aires, p. 37
[2] Jauretche, Arturo (1983): Mano a mano entre nosotros. Peña Lillo, Buenos Aires, p. 73
[3] Rey, Esteban (1959): Frigerio y la traición de la burguesía industrial. Peña Lillo, Buenos Aires, p. 42
[4] Frondizi, Arturo (1954): Petróleo y política. Raigal, Buenos Aires
[5] Raúl Scalabrini Ortiz en revista “QUE sucedió en 7 días”, 5/8/1958
[6] Citado en Galasso, Norberto (2005): La traición de la burguesía industrial. De Frondizi a Guido. Centro Cultural E. S. Discépolo, Buenos Aires, p. 5
[7] James, Daniel (1999): Resistencia e integración. El peronismo y la clase trabajadora argentina 1946-1976. Sudamericana, Buenos Aires, p. 155
[8] Rey, Esteban (1959): Frigerio y la traición de la burguesía industrial. Peña Lillo, Buenos Aires, p. 18