"Nuevos síntomas políticos en América Latina" por Modesto Emilio Guerrero NUESTRA AMÉRICA NÚMERO 6, Abril 2011

NUEVOS SÍNTOMAS POLÍTICOS EN AMÉRICA LATINA


Por Modesto Emilio Guerrero

Tres hechos de tipo electoral y la muerte del expresidente Néstor Kirchner, arrojan algunas señales de interés en las tendencias actuales del continente, y aún en forma indirecta, dan cuenta de algunas de las tendencias más sostenidas del proceso político y la lucha de clases.
Sin duda, como veremos en este escrito, el suceso más sonante en la relación Estado nación vs. imperialismo y en la contradicción revolución vs. contrarrevolución social, la vimos en el escenario conflictivo vivido a mediados del año pasado entre Venezuela y Colombia, tras el montaje que hiciera el gobierno de Alvaro Uribe contra el gobierno de Hugo Chávez, en la Organización de Estados Americanos.
Pero a este acontecimiento de alto voltaje, sucedieron las elecciones legislativas en propia Venezuela, y de seguido, las presidenciales en Brasil en simultáneo con las elecciones regionales en Perú. En los tres casos surgieron señales de lo nuevo, tanto en el sentido de los riesgos, como en el sentido contrario: las posibilidades de aperturas sociales hacia fenómenos revolucionarios.
Los resultados de las legislativas venezolanas, indican un estado declinante del voto chavista, expresión electoral de un malestar creciente en las bases sociales del movimiento bolivariano que sostiene al gobierno de Chávez. Dos millones de chavistas se niegan a acompañar con su voluntad, esta vez en el voto, a un gobierno que consideran suyo, pero cada menos suyo, y más de la nueva burocracia boliburguesa anidada desde 2002, a caballo de la masa de petrodólares, casi 500 mil millones de dólares sumados en unos 7 años, una cifra imponderable para cualquier gobierno latinoamericano, en términos proporcionales a la población.
Hay claros mensajes de cansancio y desasosiego de la amplísima y activa vanguardia venezolana. Esto no anula el otro hecho central: ella misma, o una parte de ella, está protagonizando la más avanzada transformación social y política de los trabajadores del continente: el desafío al poder de propiedad capitalista e imperialista en el terreno de la economía y el poder social sobre la producción y la distribución.
Entre 2005 y 2010, la economía venezolana ha presenciado más de 720 expropiaciones, nacionalizaciones y estatizaciones de empresas capitalistas, nacionales e imperialistas. De ese total, unas 200, o sea, alrededor del 25% se realizaron durante este año. En medio de ese proceso, una parte de los trabajadores, sobre todo en dos ciudades, viven por primera en su historia, una experiencia de control obrero de grandes usinas metalúrgicas, mineras, eléctricas y de otras ramas. Esto es lo nuevo dentro de lo nuevo, quizá lo más avanzado, por lo que contiene de promisorio en la perspectiva de la desviada conciencia socialista.
El punto débil del proceso de expropiaciones y estatizaciones, no está en su base social, sino en la institución que las ejecuta. Los protagonistas centrales, los ejecutores principales de la mayoría de las expropiaciones, no son los organismos sindicales, o de los trabajadores, es el ejército junto con un órgano administrativo estatal llamado Indepabis, encargado de controlar la especulación, el saboteo y la estafa económica. En todos los casos, las expropiaciones son sostenidas por la base laboral en forma activa, o entusiasta, pero solo en un buen 30% de los casos, el sindicato ha sido el organismo ejecutor sobre el que se erige la administración nueva de la producción.
Este punto débil no anula, de ninguna manera, el poderoso avance que significan las nacionalizaciones y expropiaciones de la “revolución bolivariana”. Constituyen actos revolucionarios al interior, al mismo tiempo que lecciones para los explotados latinoamericanos y europeos en estado de lucha, claro, a condición de que se conozcan y puedan convertirse en ejemplo o lecciones. Allí radica la importancia de superar el sectarismo estéril de una parte de la izquierda latinoamericana, mareada por el peso del personaje del proceso, o por sus inevitables perversiones, descuidando el primer deber de un revolucionario serio: reproducir y potenciar los pasos de avance material del proceso.
En Venezuela tenemos, entonces, dos señales distintas, las electorales hablan de riesgos políticos, las sociales señalan el camino de la revolución social.
Brasil y Perú fueron dos sorpresas opuestas. Todo el potente influjo y buena imagen de Lula, no fue capaz de resolver el malestar de una parte del electorado brasileño, que no ve mucha diferencia entre la candidata Rousseuf y el candidato Serra, sobre todo un segmento compuesto por millones de profesionales y trabajadores de clase media urbana. Marina es una expresión transitoria de la duda de una parte de la población.
El mismo fenómeno se manifestó en Perú, pero como dato positivo. Se expresó en dos hechos. La nueva alcaldesa de Lima, no siendo un portaestandarte de ideas revolucionarias, representa, a pesar de ella misma, un acto de ruptura con lo existente, es decir, la espantosa desmoralización de los oprimidos de ese país, luego de las derrotas producidas por la represión fujimorista y de Alan García, pero al mismo complementadas por las locuras políticas y morales cometidas por Sendero Luminoso.
Más importante aún, aunque subterráneo como proceso, es que el partido APRA, gobernante, quedó hundido bajo una masa de votos regionales que favorecieron a opciones nuevas, locales, rupestres pero renovadoras de la moral de los explotados. Esa es la principal novedad alentadora.
Y finalmente, la muerte súbita de Néstor Kirchner, en Argentina, que por su peso, y por el fenómeno político que generó, hablan de dos cosas distintas en la misma perspectiva, a pesar de su complejidad.
Su muerte contuvo de una manera particular y difusa, lo nuevo de la América latina. Ese fenómeno de la última década que tiende a desembarazarla del control imperial. Este hecho es altamente progresivo, a pesar de sus límites, y de las posiciones políticas del difunto. La convocatoria de masas que despertó sobre todo de jóvenes y mujeres, y la presencia de todos los mandatarios progresistas del sur del continente, de los cuales tres decretaron duelo en sus países como si se tratara de un muerto propio, hablan de una nueva realidad sudamericana o continental. Una realidad signada por una relación de fuerzas a favor de políticas más autónomas del EEUU. Es una nueva relación de Estados que manifiesta una resistencia al dominio imperial, como no se veía desde hace medio siglo en este hemisferio, aún tratándose de Estados burgueses.
La muerte de Néstor Kirchner develó, simbólicamente, buena parte de lo nuevo del continente, a su pesar ideológico porque no invoca un fenómeno revolucionario.
Colombia-Venezuela, un conflicto de alta intensidad
La superación diplomática del conflicto provocado por el ex gobierno de Álvaro Uribe, de Colombia, que llevó las tensiones entre ambos países al máximo en tensión de los últimos 8 años, convirtiéndose en un foco de grave preocupación subregional, no significa el fin de las condiciones y causas que lo provocaron en agosto de 2010.
La principal causa radica en la absoluta incompatibilidad entre sus dos regímenes. Por un lado está el bolivariano, dedicado a desafiar el control imperialista en el hemisferio, desarraigarlo completamente de su territorio y proclamar la necesidad de abrir un camino al socialismo en Venezuela.
Al lado, con más de 1.200 kilómetros de frontera, existe otro régimen de opuestas características: ocupado militarmente por las siete bases militares de Estados Unidos, 7 mil expertos y tropas de guerra de ese imperio, además de varias empresas de asesores (léase, mercenarios) de Francia, Inglaterra, EE.UU. e Israel. Colombia recibe la cuarta ayuda militar más importante que Estados Unidos dispone en el planeta para el control/contención de zonas geopolíticas, sólo superado por Irak en Medio Oriente y Afganistán y Pakistán en la extrema Asia.
Los últimos cinco o seis gobiernos de Colombia han atado casi todas las decisiones económicas, políticas y militares al sistema de mando de Estados Unidos, a su Departamento de Estado y a los organismos internacionales. Sin alguna duda, es el país más abiertamente proyanqui del continente, el que ha ido más lejos en una relación de dependencia en el último cuarto de siglo.
Para lograr ese estado de postración nacional, acudieron a métodos y recursos de guerra civil y a la más avanzada tecnología de ataque y destrucción, imponiendo el terror en amplios sectores de la población pobre y media del campo y la ciudad, ganando de hecho, legitimidad en vastos sectores sociales. La paradoja grotesca que nos presenta la particular “democracia” colombiana es sorprendente. Hemos vivido ante nuestras narices un genocidio y ellos han logrado suavizarlo con las plumas de la democracia. Algo similar a lo de Honduras en menor escala. Si algo lo evidencia es el alto porcentaje de “buena imagen” con el que se fue Uribe y la alta votación con la que ganó Santos.
Esta condición, digamos binacional, de incompatibilidad, contiene la otra causa, cuya significación es más trascendente: Estados Unidos no está dispuesto a soportar por mucho tiempo más un régimen como el de Venezuela. No es que lo haya descuidado hasta ahora, al contrario, desde diciembre de 2001 lo mantiene a raya de conspiraciones, campañas demonizadoras y asedios varios, es que, ahora el Departamento de Estado ha comenzado a dar otras señales de avance sobre la Venezuela bolivariana, sobre la Bolivia de Evo Morales y la Ecuador de Correa.
Esto se expresa en una estrategia general de remilitarización de partes del continente, desde El Caribe Oriental hasta el Cono sur. Pero esto lo está combinando con recursos distintos, como los electorales y las campañas mediáticas de fragilización gubernamental, sin dejar de apostar a la cooptación de altos funcionarios y gobiernos de la región. Cuando puede, como en Honduras, desplaza gobiernos acudiendo al golpe, y cuando las condiciones son propicias, como en Haití, toma posesión militar del territorio.
Se trata de una combinación desigual muy compleja de métodos y recursos guiados por la misma necesidad absoluta: frenar, desviar, pervertir o derrotar físicamente los nuevos procesos políticos liberadores y movimientos sociales de resistencia y transformación, aparecidos en la región sur del continente desde hace una década. Ha ido avanzando según se lo ha ido permitiendo la relación de fuerzas y las debilidades internas dentro de cada país. Colombia es el caso más extremo de relación de fuerzas a favor de esa estrategia, Chile, Honduras, Panamá, Costa Rica, Perú y México, también, en otra medida y circunstancias.
Aún no logra pisar fuerte en países centrales, decisivos, como Brasil y Argentina, ubicados en la zona de mayor resistencia y autonomía, ni derrotar los procesos más avanzados –Venezuela, Bolivia y Ecuador–, lo cual hace relativo y parcial el avance. Sin embargo, una visión de conjunto sugiere que estamos presenciando una tendencia a la modificación negativa de las relaciones de fuerza continentales.
Las propias elecciones a la Asamblea Nacional del próximo 26 de septiembre en Venezuela, mostrará señales de esos avances parciales del imperialismo: la derecha ganará entre el 30 y el 35 por ciento del cuerpo legislativo, modificando la relación interna del poder institucional y social, pues un voto no es más que una persona con una opinión determinada.
Como suele ocurrir en la historia social, la mejor manera de buscar un pronóstico, es averiguar la tendencia probable del factor más avanzado. Venezuela es el síntoma.