"Manuel Ugarte" por Norberto Galasso AYER NOMÁS NÚMERO 4

Manuel Ugarte


Por Norberto Galasso 

  Hacia 1900, una nueva generación irrumpía en los campos de la literatura y la política argentinas. Eran jóvenes audaces, abiertos a los vientos ideológicos  europeos que predicaban utopías sociales, pero también signados por las viejas gestas criollas de la patria chica. Leopoldo Lugones venía, desde el interior provinciano, predicando incendios. Alfredo Palacios enarbolaba la bandera roja sin olvidar que  su padre- Aurelio- había militado en las patriadas de “los blancos” en la Banda Oriental. José  Ingenieros, que amaba profundamente al país a pesar de haber nacido en Italia (Palermo) levantaba su voz tonante desde “La Montaña”. Ricardo Rojas - hijo de Abasalón, caudillo santiagueño enemigo del mitrismo- se introducía en la literatura pregonando su estirpe federal. Manuel Gálvez- sobrino de don José Gálvez, gobernador de Santa Fe y hombre de Pellegrini- también intentaba sintetizar las tradiciones nacionales con las nuevas ideas del siglo.
  Pero la Argentina vivía, por entonces, un momento de quiebre profundo: atrás quedaba la patria de las montoneras federales, sepultada por una república europeizada, volcada hacia el Atlántico, donde preponderaban los capitales británicos. El poder iba a manos de una clase dominante aristocrática y frívola, desdeñosa tanto del antiguo aroma nacional como de las nuevas ideas sociales a las que consideraba “disolventes”. En ese cruce de caminos, los hombres de esa generación sufrieron toda clase de presiones y desilusiones, sometidos algunos por el silencio, otros, por el periodismo, a veces tentados por el prestigio. Así, Lugones pasó del socialismo al liberalismo y luego al fascismo. Palacios coqueteó con los grandes poderes para mantenerse vigente en la prensa. Ingenieros se apartó del socialismo, para regresar luego audazmente a proclamar “los tiempos nuevos” de la Revolución Rusa, sufriendo marginación y soledad. Rojas alivianó sus arrestos de “La restauración nacionalista”  adecuándose a las presiones de los grandes matutinos. Gálvez pasó de sus arrestos socialistas al nacionalismo católico.
  Hubo, sin embargo, un joven de esa generación que mantuvo enhiestos, hasta el fin de su vida, los viejos ideales: fue Manuel Ugarte. Lo hizo al precio de la fama, condenándose al silenciamiento, convirtiéndose en un “maldito”. Su historia es significativa porque alcanzó celebridad fuera del país, mientras era negado en la Argentina. Amigo de Rubén Darío, de Amado Nervo, de Miguel de Unamuno y de los principales poetas y novelistas latinoamericanos y europeos de su época, Ugarte publicó casi cuarenta libros e integró el comité de redacción de “Monde” junto a Máximo Gorki, Upton Sinclair, Alberto Einstein, Henry Barbusse y el citado Unamuno. En el campo político, predicó la unión latinoamericana y condenó el expansionismo yanqui convirtiéndose en el precursor del APRA peruana y en el gran defensor tanto de la Revolución Mejicana como del Gral Sandino en su lucha nicaragüense, integrando, además, el pequeño grupo que fue invitado en 1927 a Moscú,  para festejar  el décimo aniversario de la Revolución Rusa. En la Argentina, resultó hombre clave de la Reforma Universitaria (orador de fondo en el acto de  constitución de la FUA en 1918) y militó en el Partido Socialista, de donde fue expulsado dos veces (1913 y 1935) por predicar un socialismo nacional latinoamericano. Bregó asimismo por el arte social, en contra de la literatura exquisita y europeizada.
  Ugarte siempre recordaba que en su juventud, para impresionar a una joven a la cual quería seducir, le dijo: Dedicaré mi vida a luchar contra el expansionismo norteamericano, por la unidad de los pueblos latinoamericanos y por la instauración del socialismo-. Ella, que no entendía demasiado, fue, sin embargo, profética: - Me parece demasiada carga para andar por la vida...
   Tuvo razón la muchacha. Pero él batalló incansablemente y probablemente haya sido el único de aquellos jóvenes audaces del 900, que mantuvo sus banderas en alto hasta el final, un final de hombre pobre, marginado, silenciado, en el cual existen serios indicios de que el telón de su vida fue bajado voluntariamente recurriendo a las emanaciones de gas del departamento que alquilaba en  Niza, junto al mar.