"El movimiento obrero brasileño: del peleguismo al lulismo" por Alberto "Pepe" Robles NUESTRA AMÉRICA NÚMERO 7, Mayo 2011

El movimiento obrero brasileño:
del peleguismo al lulismo


Por Alberto “Pepe” Robles*


El pasado 1 de enero, el sindicalista José Ignacio Lula Da Silva, terminó sus 8 años como presidente de Brasil. Queda un país y una región que no volveran a ser lo que eran. Lula fue la cara visible de un movimiento popular en Brasil, que se está integrando con los demás pueblos sudamericanos, y del que el movimiento obrero brasileño es la columna vertebral.

Un país-continente: aislamiento y desigualdad

Brasil es un país continente. Los países hispanoamericanos también lo hubieran sido, si no se hubiera frustrado el sueño de Bolivar y Monteagudo. Tiene 190 millones de habitantes, el quinto más poblado del mundo. Pero América Latina tiene casi 600 millones de habitantes. Así que Brasil es solo un tercio de América Latina, y por grande que sea, su tamaño es insuficiente para “cortarse solo”.
El Mercosur inició la vinculación del “lado” hispano de Sudamérica con su “lado” portugués, en un proceso que confluyó con la acción del movimiento obrero brasileño para terminar con el modelo de extrema desigualdad. Es que Brasil no solo es uno de los países más grandes del mundo, sino también es uno de los más desiguales, en la región más desigual y socialmente injusta.

Orígenes del movimiento obrero brasileño: el peleguismo

Hasta 1930 Brasil fue un país esencialmente rural y cafetero. Con una casi inexistente clase obrera, aparecieron algunos brotes de organización sindical, fundamentalmente encabezados por los anarquistas primero, y luego por los comunistas. Estos últimos lograron arraigar en el seno de los trabajadores una cultura sindical embrionaria, que dejaría su huella.
Pero esos antecedentes sindicales fueron muy débiles y resultaron barridos a partir de la década de 1930, por la organización desde el Estado de un sistema sindical paraestatal, apolítico y de base municipal, en el que las centrales estaban prohibidas. Este sistema conocido como sindicalismo varguista o peleguismo, fue impuesto por Getulio Vargas, que gobernó cuatro veces entre 1930 y 1954, abriendo el camino a la industrialización del país y a la organización del Estado Nuevo (Estado Novo). En el modelo sindical brasileño, el Estado establece sindicatos únicos de base municipal, tanto de trabajadores como de empleadores, que deben negociar colectivamente entre ellos.
El sistema varguista, que sigue estando en la base del modelo sindical brasileño actual, extendió la presencia del sindicalismo y la negociación colectiva en casi todas partes. Pero a la vez cuidó que el sindicato no estuviera presente en los lugares de trabajo y que los dirigentes sindicales no pudieran organizarse política e ideológicamente, para actuar como una fuerza social colectiva. Por eso hay muy pocos delegados sindicales en las empresas del sector privado. En Brasil no hay protección legal del delegado contra el despido.
Este tipo de sindicalismo se llama peleguismo. En portugués la palabra “pelego” se refiere al cuero de oveja que se utiliza en el recado (montura), para suavizar la monta del caballo. Nosotros le decimos cojinillo o pellón. Le llamaron sindicatos pelegos, para decir que el papel de esos sindicatos era amortiguar la lucha. Pero lo cierto también es que la realidad suele ser más compleja que las etiquetas. El propio Lula inició su carrera en el sindicalismo pelego.
A partir de la Segunda Guerra Mundial comienza tener cada vez mayor presencia un movimiento obrero coordinado por el Partido Comunista (PCB), que culmina con la fundación de el Comando General de los Trabajadores (CGT) en 1962, en el marco de los gobiernos populares de Kubistchek, Quadros y Goulart (1960-1964). Pero el auge del movimiento popular fue interrumpido por el golpe de militar de 1964, el primero que estableció un tipo de Estado militar represivo en América Latina, bajo la doctrina de la seguridad nacional elaborada por la Escuela de las Américas de los Estados Unidos, que luego se extendería por todo el continente.

La hora de las centrales

Del corazón del sindicalismo pelego y del industrialismo paulista surgió también la respuesta popular. En mayo de 1978 estallaron en San Pablo una serie de huelgas organizadas por los sindicatos metalúrgicos del ABC. El ABC son los tres municipios industriales que rodean San Pablo (Santo Amaro, Sao Bernardo y Sao Caetano do Campo), donde están instaladas las grandes plantas automotrices, corazón del industrialismo brasileño. Allí surgió Lula (1975), el PT (1980) y la CUT (1983).
El auge del movimiento sindical llevó a la organización de estructuras intersindicales, para crear en 1983 de la primera central sindical brasileña, la Central Única de los Trabajadores (CUT), cuando todavía las centrales estaban prohibidas. La CUT aparece también articulada con el Partido de los Trabajadores (PT), fundado tres años antes.
La CUT apareció con la idea de crear una central única, pero la experiencia negativa de los sindicatos unitarios pelegos, llevó al novo sindicalismo brasileño a rechazar la idea de sindicato o central única. Esto definió una de las características del actual movimiento obrero brasileño, que es su dispersión en múltiples centrales sindicales.
Las centrales se multiplicaron al compás de las disidencias y llegaron a sumar 13. Actualmente existen cinco centrales sindicales legalmente reconocidas en Brasil: la CUT, Força Sindical (FS), la Unión General de Trabajadores (UGT), la Nova Central Sindical de los Trabajadores (NCST) y la Central General de los Trabajadores (CGTB). Existen también otras centrales menores a las que no se les ha reconocido la personería.

Cantidad de sindicatos afiliados a las centrales de Brasil (2007)
Fuente: Radermacher, Reiner y Melleiro, Waldeli
Central
Oficial (2007)
Autoatribuidos (2010)
CUT
1571
3438
Força
633
1050
NCST
500
3000
UGT
313
623
CGTB
81
600
Sin central
17000
11300

Pese al avance de las centrales en las últimas tres décadas, la gran mayoría de los sindicatos brasileños no están adheridos a ninguna central. Sobre un total de unos 20.000 sindicatos únicos de base municipal en todo el país, menos de un 30% están afiliados a alguna central. El PT llegó al gobierno con la bandera de una reforma sindical para permitir la creación de multiples sindicatos, pero finalmente careció de fuerza para realizarla.
Políticamente, la CUT integra el Partido de los Trabajadores (PT).También la UGT apoya al lulismo, aunque sin alinearse abiertamente. La Força Sindical apoya al PSDB, de tendencia socialdemócrata. La CGTB se identifica con el Partido Comunista, mientras que la Nova Central, mantiene posiciones más conservadoras. Más allá de sus diferencias, las centrales tienden a actuar conjuntamente, tanto en el ámbito nacional como internacional.
Internacionalmente la CUT, Força Sindical y la UGT están afiliadas a la Confederación Sindical Internacional (CSI). Por su parte la CGTB está afiliada a la Federación Sindical Mundial (FSM), de tendencia comunista, mientras que la Nova Central no está afiliada a ninguna central mundial.

Un sindicalista llega a la presidencia de Brasil

En la década del 90, los trabajadores brasileños, como los de todo el mundo, sufrieron severamente las consecuencias de la globalización corporativa y el neoliberalismo. El sindicalismo brasileño respondió unificando posturas, impulsando movimientos globales como el Foro Social Mundial de Porto Alegre y abriéndose a la acción sindical internacional, haciendo pie en el Mercosur, a través de la Coordinadora de Centrales Sindicales del Cono Sur (CCSCS).
En el Mercosur, confluyeron y se influyeron mutuamente los dos sindicalismos mas poderosos de América Latina, el brasileño y el argentino. Allí se fue desarrollando una cultura sindical común, que terminó dando origen a un nuevo enfoque económico, en el que el trabajo decente fue colocado en el centro. Ese fue el nucleo de las políticas económicas y sociales neodesarrollistas de los nuevos gobiernos sudamericanos surgidos a partir de 1999.
Lula insertó a los sindicatos en el Estado. El 43% de los cargos estatales decisivos fueron ocupados por sindicalistas de las diversas centrales (D'Araujo), los que a su vez dirigen las inversiones de los fondos de pensión con criterio desarrollista. Desde allí produjeron un cambio social histórico, sobre la base de planes sociales como el Plan Hambre Cero (Fome Zero), el fortalecimiento del sindicalismo y la valorización del trabajo en las negociaciones colectivas, y la integración sudamericana a partir del eje Argentina-Brasil en el Mercosur.
Pero como en otros países sudamericanos, el gobierno de Lula chocó contra la resistencia de los sectores favorecidos para redistribuir riqueza. Antes de ser elegido Lula, Brasil tenía una desigualdad que llegaba al 0,57 en el coeficiente de Gini, lo que lo hacía el país más desigual del mundo (PNUD). Desde entonces la desigualdad bajó de 0,57 a 0,515, una tendencia positiva aunque insuficiente, que debiera como mínimo tender a estar debajo de 0,40.
Allí está la principal materia pendiente, tanto de Brasil, como de las democracias sudamericanas: la redistribución de la renta. En uno de sus últimos discursos como presidente, Lula dijo al cerrar las sesiones anuales de la Cepal, que la década 2011-2020, debe ser la década de la igualdad, tanto en Brasil como en toda América Latina.


* Abogado sindical, Director de Investigaciones del Instituto del Mundo del Trabajo