"Extraño al trabajo" por M. Eugenia Asato COLGUÉ! NÚMERO 7, Mayo 2011

EXTRAÑO AL TRABAJO


Por Maria Eugenia Asato
eugeniaasato@elpancholacoca.com.ar

Como todos los días de lunes a viernes desde hacía tres meses, Carla se bajó del colectivo y empezó a caminar las doce cuadras para llegar al lugar de trabajo. Mientras caminaba, pensaba en el trabajo. “$2000 por mes, 6 horas, buen ámbito de trabajo”. ¡Parece el aviso de un clasificado!, reflexionó luego ante sus pensamientos.
Además pensaba, “me deja tiempo para estudiar”. Seguido a ello sus pensamientos se disiparon hacia la salida de ese viernes a la noche.
Finalmente, llegó a la puerta del trabajo donde se encontró con una compañera. Se saludaron y entraron a trabajar. Era un call center o como se autodenominan, una empresa de investigación de mercado.
El lugar quedaba en el primer piso. Parecía que anteriormente era una casa. Llegabas y había una gran habitación dividida por una paredcita. La habitación estaba utilizada al máximo. Estaba dividida en boxes. Cada computadora era utilizada por un encuestador o encuestadora. Desde esa gran habitación dividida, salía un pasillo que llevaba a una cocina, un baño y a una oficina en la que se analizaban los “datos”. Allí estaban los que realizaban dicha tarea y el supervisor.
En ese momento estaban haciendo unas encuestas para Cablevisión para ver por qué la gente había dejado el servicio y así modificar dicho servicio o hacer promociones para no perder clientes sino incluso conseguir más. A los encuestadores les decían que era una encuesta para saber la conformidad del servicio de cable, pero casualmente todas las personas encuestadas no eran de cualquier cable sino sólo de Cablevisión y habían dejado el servicio.
Carla se sentó en la máquina donde siempre se sentaba, quedaba al lado de la ventana. A ella le gusta porque le daba más la luz y porque cada tanto miraba hacia afuera.
Se puso los auriculares con el micrófono y empezó a llamar al primer número. La atendió una mujer y ella empezó el discurso preestablecido “Mi nombre es Carla y la llamo de parte de la empresa de investigación de mercado KM. Estamos haciendo una encuesta acerca del servicio de cable. La encuesta no dura más de diez minutos…” “Mirá no tengo tiempo”, le contestó la mujer y colgó. Los siguientes encuestados le respondían “llamá en otro momento”, “estoy ocupado”, “no estoy interesada en responderte”, “no molesten más”, muchos contestaban de mal modo. Otros, accedían a la encuesta que consistía  en indagar en el por qué dejó el servicio. Por el precio, si era buena la señal, la transmisión y  qué cosas mejoraría. Todo esto, claro está, era para renovar las estrategias para no perder clientes.
En medio del horario laboral, podían comer en una diminuta cocina en donde no entraba ni un rayo de luz.
Algo raro le ocurrió a Carla mientras trabajaba. Sintió que los auriculares, el micrófono y la computadora, eran una extensión de ella. O al revés, que ella era una extensión de los mismos.
Inició o repitió nuevamente las primeras palabras de la encuesta “Mi nombre es Carla y la llamo de parte de la empresa de investigación de mercado KM. Estamos haciendo una encuesta acerca del servicio de cable…”. Tuvo la sensación de que las palabras se le escapaban de la boca. De que su cuerpo no era su cuerpo y que las palabras que emitía de ese cuerpo extraño no le pertenecían. Ni el tiempo era su tiempo.
Carla finalizó la jornada laboral, particularmente agobiada.
De camino a su casa le retumbaban las conversaciones que había tenido con las personas encuestadas: “el servicio es muy caro”, “no tengo tiempo para atenderte”, “no molesten más”. “No molesten más”, le resonaba en la cabeza.
Llegó a su monoambiente, se preparó el agua para unos mates y se puso a escuchar  a la Bersuit. Tomó unos mates y se sentó en la cama apoyándose contra la pared, quedándose dormida. A la media hora, se despertó confundida, como suele suceder cuando uno se queda dormido. Mientras sonaba la letra de una canción de Bersuit que decía: “Pero si pensás que estoy derrotado, quiero que sepas que me la sigo jugando, porque el tiempo no para, no para”.
Luego se fue a bañar para prepararse para salir. Era viernes y aunque estaba muy cansada, sentía la necesidad de despejarse.
Entonces la llamó a su amiga Clara. “¡Hola!”, se escuchó del otro lado del teléfono. “Mi nombre es Carla y la llamo de parte de la empresa de investigación de mercado KM”. Clara se rió y dijo: “boluda, ¿me estás jodiendo?. Estás re quemada. Bueno, nos encontramos a las doce allá”. “Dale”, le respondió Carla y cortó.
Después del llamado, Carla se preparó unos fideos con manteca. No tenía mucha hambre y aunque se decidió a comer, dejó la mitad del plato. Seguido a ello, miró dispersa un poco de tele, se vistió y salió para la fiesta.
Llegó a la puerta del lugar, esperó a su amiga unos quince minutos y entraron.
En la fiesta pasaban rock, reggae y ska. Se compraron unas cervezas y se pusieron a bailar. Luego de un rato, llegó Federico con unos amigos. Federico era el chico con el que estaba Carla hacía unos meses. Se saludaron, bailaron y se apartaron a un pasillo a chichonear.
Luego, Carla y Federico saludaron a Clara, que se había encontrado con unos amigos, y se fueron a la casa de Carla.
Al llegar al departamento de Carla, sacaron una cerveza de la heladera y pusieron a los Redondos. Sonaba “Ángel de la soledad y de la desolación, preso de tu ilusión, vas a bailar, a bailar, bailar”. Entre birra y pucho, Carla y Federico se besaron y algo más.
“Carla”, le dijo Federico a ella. Y ella respondió: “Sí, soy Carla de la empresa KM”, y siguió el discurso inicial que repetía en su trabajo. “Qué te pasa?”, le preguntó él preocupado. “Soy Carla de KM”, “Soy KM”, gritó ella. “KM, KM”, repetía. Él la abrazó y le dijo “¡Carla!”. Ella lo miró a los ojos, mientras se le caía una lágrima en la cara.
Con este relato no estoy juzgando a las personas que trabajan en un call center porque seguramente lo hacen por necesidad, sino repensar las condiciones laborales en las que estamos insertos. En este Primero de Mayo, día del trabajador, estaría bueno reflexionar acerca del trabajo alienado y alienante. Este trabajo en el que somos una especie de máquina, en la que nos perdemos a nosotros mismos y nos sentimos extraños. Un trabajo que en estas condiciones laborales, en vez de realizarnos, nos desrealiza, nos empobrece como personas y nos aleja de nuestros semejantes.
Es importante trabajar en condiciones dignas, realizarnos como personas y no quedarnos como meros objetos, o como máquinas, desconociéndonos a nosotros mismos y a los otros. Nos merecemos más, pero no en el sentido de consumismo sino ser más y mejores personas.
La salida para ello no es individual sino colectiva, organizándonos. Por eso, la necesidad de los sindicatos y de otras organizaciones de trabajadores, que aunque muy cuestionadas hoy en día (por lo cual hay razones que lo justifican); son un espacio necesario que no debemos perder y por el cual debemos luchar.
Todo esto parece utópico ¿no? Mejores condiciones laborales y de vida; y organizarnos para ello. Pero ¿acaso para cambiar el mundo no es necesaria la utopía? ¿Acaso los hombres que contribuyeron a un mundo mejor no creyeron y pusieron el cuerpo por cosas impensables en ese momento?