"El Che: entre la remera y el cuerpo" por Eva Stilman HERRAMIENTAS NÚMERO 8, junio 2011

EL CHE: ENTRE LA REMERA Y EL CUERPO

“El hombre del siglo XXI
es el que debemos crear”
Ernesto Che Guevara

Por Eva Stilman
evastilman@elpancholacoca.com.ar

 Nadie puede negar que la imagen del Che está presente en nuestra cotidianeidad. Remeras, pins, mochilas, tatuajes, pósters, tazas, carpetas y tantas otras mercancías en las que el Che decora objetos y adorna cuerpos y paredes. Su rostro concuerda con los cánones de belleza occidental, posee rasgos de fuerza y contundencia atribuidos al estereotipo tradicional de masculinidad, más el agregado de figura rebelde, que tan bien le sienta al mercado para adolescentes y jóvenes.
   La pregunta que uno puede hacerse es ¿cómo es posible que el capitalismo acepte la convivencia de un revolucionario en la vida cotidiana de los sujetos? En realidad, la pregunta es tramposa, porque el Che que convive con el capitalismo no es el revolucionario, sino una imagen mercantilizada a la que se le ha arrancado su contenido: el hombre concreto. Pido disculpas por la extensión de la siguiente cita, pero creo que resulta útil para ayudar a comprender cómo deglute el mercado capitalista: “Los efluvios de la mercancía colonizan fenómenos sociales, que en principio, se le oponen. Los movimientos hippies de los años 60, opuestos a la  Guerra de Vietnam y en rebeldía ante la sociedad de consumo, se convirtieron con el tiempo en nuevas modas que enriquecieron la oferta mercantil. Un caso emblemático es el Che, sin duda un auténtico revolucionario, un hombre dedicado a su causa, que luchó por ideales humanitarios y murió por sus ideas. La figura del Che es sometida a sucesivos operativos que van deformando y empobreciendo su significación: primero se lo convierte en héroe, o sea en alguien sobrehumano, y por tanto en una esencia, ajeno a la cotidianeidad de los mortales. El héroe es una figura mítica, un artificio ideológico que tergiversa la historia, protagonizada en todas partes por seres humanos, gente de carne y hueso, con sus deseos y necesidades, sus debilidades y fortalezas. En un segundo paso, el Che se convierte en afiche, en ícono, en pura imagen. Ahora ya está completado el dispositivo que permite su transformación en mercancía: como afiche habita en la industria del póster junto con figuras de la música, del deporte y del espectáculo, con las estrellas fabricadas por la industria cultural” (Margulis: 2005)
  La pregunta que se me ocurre entonces es la siguiente: teniendo en cuenta que la mercantilización de la imagen icónica del Che es un producto histórico, ¿Existen condiciones en la actualidad para recuperar al Che como hombre real? ¿Cómo hacer para que la remera se haga cuerpo? Una de las tantas y posibles tareas al respecto, podría consistir en traer al presente al Che como ser humano y revolucionario. Acá va un intento.

El sujeto revolucionario
  No busco hacer un relato biográfico del Che, tampoco pretendo discutir aquí los pormenores de su teoría revolucionaria, ni entrar en la apasionante (y absolutamente necesaria) discusión acerca de las experiencias revolucionarias de los años 60 y 70 y las estrategias de lucha armada adoptadas durante el período mencionado.
  Antes de continuar, creo que es necesario aclarar dos puntos para quien (desde ya agradezco) siga leyendo. El primero es que no pretendo neutralidad alguna: quiero revindicar a Ernesto Che Guevara como ser humano y revolucionario. El segundo es que debo admitir que probablemente me encuentre aún bajo la influencia del libro de Erich Fromm El arte de amar, que terminé hace unos pocos días. Siempre que uno termina de leer un libro quedan ideas rebotando en la cabeza y es casi seguro que ésta no es la excepción. Precisamente porque no quiero plagiar, pero tampoco quiero hacer decir a otros lo que quizás no hayan querido decir, es que uso la figura de estar “bajo influencia” (un tanto voluntaria, un tanto involuntaria) de determinadas ideas. Aclarados estos dos puntos, continúo.
  Me gustaría empezar por la caracterización del revolucionario en donde el Che señala: “Déjeme decirle, a riesgo de parecer ridículo, que el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor. Es imposible pensar en un revolucionario auténtico sin esta cualidad” (Guevara: 1965) El revolucionario verdadero, auténtico; está guiado entonces por grandes sentimientos de amor. No el amor telenovelesco, de grandes planos a pocos protagonistas, amor que es sólo para dos a los que, en el mejor de los casos, el resto del mundo les importa un bledo y en el peor, el resto de los seres son enemigos declarados al amor de esos dos y nadie más que dos. Es otro amor (no tenemos porqué decir que uno es verdadero y el otro no, digamos simplemente otro distinto) al que, creo, se refiere el Che. Al acto de amar como reunión, de volver a ser uno con los otros. No esfumándose en la masa, copiando o siendo un autómata; sino creando. Que seamos uno no implica diluirse, sino re-unirse a partir de la decisión de nuestra voluntad. Porque no hay amor sin voluntad, sin decisión, sin conocimiento; ya que no se puede amar lo que no se conoce. Hay que conocerse para poder reconocerse a sí mismo en los otros y reencontrarse con la humanidad propia y ajena; sin olvidar que el amor es práctica: “Todos los días hay que luchar porque ese amor a la humanidad viviente se transforme en hechos concretos” (Guevara: 1965).
  Asimismo, el amar no es un acto ciego, reconoce virtudes y defectos en sí mismo y en los otros. Convoca a una superación que es individual y colectiva al mismo tiempo, teniendo fe en el ser humano comprendiendo su complejidad, como diría Martí “Se ha de tener fe en lo mejor del hombre y desconfiar de lo peor de él. Hay que dar ocasión para que lo mejor se revele y prevalezca sobre lo peor” (Martí: 2005)  Esa ocasión, es para el revolucionario, la construcción de una sociedad diferente que permita el desarrollo un hombre nuevo. La construcción de ese hombre nuevo es la garantía para el futuro de la revolución, porque no basta con hacer una revolución sino que es necesario además forjar una nueva moral distinta a la del capitalismo. A esa moral individualista, egoísta, triunfalista y de competencia, que es una moral aprendida. Por ello es fundamental el rol de una educación liberadora para la revolución, pero no sólo en instituciones sino también en la vida cotidiana de los sujetos. El Che sostiene: “La revolución se hace a través del hombre, pero el hombre tiene que forjar día a día su espíritu revolucionario” (Guevara: 1965).
  Es interesante cuando dice “a riesgo de parecer ridículo”, el Che parece ser perfectamente conciente de que existe un prototipo de revolucionario magnánimo, iluminado y enorme, bien distanciado de los hombres y mujeres “promedio”. Esa figura épica, parece tener poco tiempo para andar “sintiendo”, más bien se supone que está pendiente de medir fuerzas, elaborar tácticas y estrategias adecuadas e intentar calcular todas las variables posibles. Es cierto que cualquier revolucionario que no quiera morir en su primer intento y aspire a conservar su vida para poder entregar lo máximo de ella a la revolución, debe analizar cada uno de sus pasos. Absolutamente de acuerdo, pero el revolucionario no se guía sólo por sus cálculos y mediciones, sino que hay algo que siente. La energía imprescindible es el sentir.
 Al respecto, el Che dice en su famosa Carta de despedida a sus hijos: “sobre todo, sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Es la cualidad más linda de un revolucionario”. Amar es la capacidad de sentir la necesidad del otro como propia, estando atento a esas necesidades. Sentir la injusticia cometida no sólo contra los miembros de nuestro entorno cercano e inmediato, sino contra cualquiera en cualquier parte.
  Ahora bien, existe una gran diferencia entre aquel que sólo comprende las necesidades de otros y el que además siente las necesidades de otros. Esta diferencia es fundamental, cualitativa, porque nadie es capaz de comprometerse plenamente sólo porque la explicación racional de un fenómeno le indica que es injusta. Hay que sentir la injusticia, indignarse frente a ella, para ponerle el cuerpo a la transformación.
  Por eso hay intelectuales críticos y hay revolucionarios. Pueden coincidir, sí. Son lo mismo, no. El intelectual crítico comprende que la organización del mundo es inequitativa, violenta y opresora, y que son las mayorías quienes la sufren más crudamente. El revolucionario no sólo comprende eso (hasta quizá no lo exprese con meticulosa precisión académica) sino que le duele. Le duele en el cuerpo, por eso es capaz de ponerlo a la ayuda de otros.
  Podemos decir que la praxis revolucionaria se gesta a partir de la unificación de los criterios de racionalidad que dan cuenta de que una situación puede ser de otra manera; los criterios éticos que juzgan a esa situación como injusta, indigna y degradante; y los criterios de afectividad que indican que la situación tal como está, lastima, hiere y para que deje de hacerlo, es necesario transformarla.
 Siguiendo con la afirmación de que el revolucionario está guiado por grandes sentimientos de amor, este último no se refiere al intercambio justo en la transacción de sentimientos, sino a la capacidad de dar sin exigir algo a cambio. El Che lo dice claramente: “He nacido en la Argentina; no es un secreto para nadie. Soy cubano y también soy argentino y, si no se ofenden las ilustrísimas señorías de Latinoamérica, me siento tan patriota de Latinoamérica, de cualquier país de Latinoamérica, como el que más y, en el momento en que fuera necesario, estaría dispuesto a entregar mi vida por la liberación de cualquiera de los países de Latinoamérica, sin pedirle nada a nadie, sin exigir nada, sin explotar a nadie.” (Guevara: 1964) Para el sujeto egoísta que promueve y da forma el mercado, es difícil de imaginar que alguien pueda sentirse pleno simplemente dando, sin recibir algo a cambio, sin obtener beneficio o recompensa. Ahora bien, si bien la capacidad de amar (que no es un bien finito) no depende de cuánto nos den a cambio de nuestro amor, es preciso que existan condiciones de respeto, del reconocimiento de que somos iguales distintos.
 Quizás esté de más remarcarlo, pero como quizás no, lo haré: el Che se siente un patriota de Latinoamérica dispuesto a luchar por su liberación. Tal como lo hicieron Bolívar, San Martín, Martí, Sandino, por mencionar sólo algunos de los tantos otros (más todos aquellos anónimos cuyos nombres no hemos conocido) que quisieron construir una América unida y libre. Donde crear es la base, porque es la única manera de lograr soluciones propias a problemas propios, el Che sostiene: “sus problemas [de la vieja Europa] y, por ende, la solución de los mismos son diferentes a las de nuestros pueblos dependientes y atrasados económicamente” (Guevara: 1967). La creación es la premisa de la revolución y la juventud debe ser conciente de ello: “la juventud tiene que crear. Una juventud que no crea es una anomalía, realmente” (Guevara: 1962). El Che nos advierte que una juventud quieta, acrítica y totalmente complaciente no hace avanzar a la revolución.
 Los revolucionarios no se proponen conquistar el viejo mundo, sino crear uno nuevo. Desde luego que sobre las nuevas bases coexistirán elementos del viejo mundo, pero redefinidos en un nuevo contexto; por lo que algunos elementos sobrevivirán y otros se destruirán. El movimiento revolucionario crea y se crea.  No hay revolución si no se crea a sí misma, porque no es un procedimiento mecánico expresado en una fórmula de tipo a+b1+b2-d3=revolución. El Che dice “es nuestra experiencia no una receta” (Guevara: 1965)
  Si bien es posible afirmar, según las teorías sobre la revolución, la presencia de determinados factores comunes y tendencias similares en las diferentes revoluciones, estas últimas nunca dejan de pertenecer al plano histórico concreto, cuyas especificidades son únicas e irrepetibles. A fin de cuentas, son los movimientos revolucionarios (movimientos en el doble sentido de la palabra, como alianzas entre distintas fuerzas y como acción de movimiento, de praxis histórica) los que transforman las condiciones de crisis en oportunidades revolucionarias. Por ello la importancia de ir gestando una subjetividad distinta a la formada por el capitalismo antes y durante el proceso revolucionario, subjetividad que resulta clave forjar en la construcción de una nueva sociedad.
 En otras palabras, las condiciones no sólo se heredan y suceden; sino que es necesario además que los sujetos de la historia las hagan, con los límites que cada momento y sujeto histórico imponen y se imponen. Por ello, esos actos del presente de solidaridad, de organización, de búsqueda para conocernos a través de nuestra historia y nuestro presente, de recuperación de nuestra capacidad creadora y transformadora, esos actos que permanecen aún dispersos, si son colectivos contribuyen a la gestación de una nueva conciencia.
  Para terminar, si el mercado transformó a la imagen del Che en una mercancía en formato de rebeldía empaquetada, inofensiva y vaciada de su contenido originario, sería bueno que cada vez que veamos esa imagen del Che, tengamos aunque sea el pequeño gesto de recordar al hombre concreto, histórico, revolucionario, socialista. Un ser humano que amó, luchó, erró y acertó. Que perteneció al mundo terrenal y junto a otros muchos, lo transformó. En primera o en última instancia, de eso se trata una revolución: de comprometerse con y por los otros que, en definitiva, somos nosotros.


Guevara, Ernesto Che:
- (1962) “Discurso en el acto de conmemoración del II Aniversario de la integración de las Organizaciones Juveniles”, 20 de octubre de 1962. Disponible en: http://bvs.sld.cu/revistas/his/vol_1_98/his10198.htm
- (1964) Intervención en la Asamblea General de las Naciones Unidas en uso del derecho de réplica”, 11 de diciembre de 1964. Disponible en:  http://espace-che-guevara.com/Che%20ses%20discours-IntervencionONU.html
- (1965) “El socialismo y el hombre en Cuba”, marzo 1965. Disponible en: http://www.marxists.org/espanol/guevara/65-socyh.htm
- (1967) “Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental”, abril de 1967. Disponible en http://www.marxists.org/espanol/guevara/04_67.htm
- Carta de despedida a sus hijos. Disponible en www.archivochile.com             
Margulis, Mario (2005) “Ideología, fetichismo de la mercancía y reificación” en Estudios sociológicos, México V24 N70 ene-abril 2006.
Martí, José (2005): “Nuestra América” en Nuestra América y otros escritos. Ed. El Andariego, Buenos Aires.