"Muchachos, los de afuera son de palo, que comience la función" por Gastón Florio COLGUÉ! NUMERO 8, junio 2011

"Muchachos, los de afuera son de palo, que comience la función"

Por Gastón Florio
gastonflorio@elpancholacoca.com.ar

  La ciudad de la fiesta estaba lista para el carnaval más grande de la historia del Brasil. Río era alegría y euforia, los ricos se abrazaban con los pobres para gritar juntos: Brasil Campeão. Tragos tropicales, pomposas carrozas y el estadio más grande del mundo, O Maracaná, se aventuraban a anticipar al nuevo campeón de futbol, luego de doce años sin este evento a causa de la II Guerra. Los principales matutinos de Brasil ya tenían listas las portadas del otro día; “Brasil Campeão Mundial de Futebol 1950”. El presidente Francés de la FIFA Jules Rimet, tenía, en el bolsillo de su saco azul, antes del partido final, un solo discurso hecho para el nuevo campeón. Sin embargo los pronósticos del mundo entero, en menos de un tiempo de 45 minutos, se fueron a la mierda…
  Era el 16 de julio de 1950. El tercer mundial de futbol rodaba en Brasil y albergaba al condimento especial, el estadio más grande del planeta: el Maracaná. Ese gigante estaba listo para la final pactada a las 15.30hs: Brasil – Uruguay. Por un lado, los locales que venían de golear a Suecia y España, con una racha goleadora impactante. Sus delanteros Friaça, Ademir y Chico rompieron la red del gigante 13 veces en tan sólo dos encuentros. Y por el otro, los charrúas. Un equipo bastante demoledor. La polenta característica de los yoruguas con su ofensiva distintiva, les había conseguido elogios del mundo entero. Un título mundial y dos primeros lugares en los últimos juegos Olímpicos hacían a Uruguay un rival digno. Pero claro, nadie le iba a arrebatar de las manos a los brasileros la Copa Jules Rimet, porque todo estaba escrito; sin embargo ¡no! Tantos brujos se olvidaban que con la pelota en juego todo puede pasar. Y así fue.
  Los dos países vivían procesos políticos similares. Getúlio Vargas, antiguo presidente del Brasil, conseguiría días después a la gran final un nuevo mandato, donde profundizara la intervención del Estado en la economía, brindándole a los trabajadores la inserción a la vida publica de la vieja colonia Portuguesa. En tanto, en el Rio de la Plata, también se aceleraba el Estado de Bienestar. Batlle Berres, presidente uruguayo después de la muerte de Tomás Berreta (1947), supo aprovechar al máximo lo que la guerra de Correa le proponía, y así logró aumentar a cifras record las exportaciones de su país. Su política iba en sintonía con la de sus mandatarios vecinos, Getúlio Vargas y Juan D. Perón: industrialización del país, protección al mercado interno y garantía a los derechos sociales.   
  Algunas estadísticas cuentan que en la final del 50´ más de 200.000 personas asistieron a ver a su seleccionados levantar la copa du mundo, en cambio otras dan que las brasileros eran 173.850. En fin, veámoslo así: Imaginémonos que mañana se levanta el Indio cebado y le pega un llamado a Skay:
–Flaco, Volvamos- le dice- hagamos una fecha en la Capital y después seguimos por la nuestra.  
  Más o menos esa minada de gente esperaba en Río de Janeiro ver campeón a Brasil, y el Maracaná era el corsódromo elegido. En frente solamente cien yoruguas perdidos entre la multitud nunca vista en un partido de futbol.
  La presión era tal, que en los vestuarios antes que la pelota se ponga en juego, a Juan López Fontana, director técnico de Uruguay, le temblaron las rodillas ante los gritos descomunales de los brazucas. Fue en ese momento que les pidió a sus once gladiadores que jueguen a la defensiva y esperen a su rival. Sin embargo, para suerte de la historia, no le dieron bola y Obdulio Varela -peón de albañil y figura clave en ese seleccionado- les dijo a sus compañeros: "Juancito es un buen hombre, pero ahora se equivoca. Si jugamos para defendernos, nos sucederá lo mismo que a Suecia o España”. En criollo; si salían con esa táctica, le iban a romper el toto. Sin embargo, la garra de Varela no murió ahí, y en el túnel se apresuró a aplacar a esos 200.000 gritos simuladamente victoriosos y le volvió a decir a sus compañeros: ¡Muchachos, los de afuera son de palo, que comience la función!
  Ya en el campo de batalla, Brasil se fue con todo al ataque. La gente alentaba y la fortaleza del arquero de Uruguay se acrecentaba bombazo a bombazo. Los hinchas y la prensa local se desquiciaban al ver que el marcador seguía en 0. Ademir y Chico no conseguían romper los palos, y así se fue el primer tiempo, empate sin goles. Barbosa, el arquero brasileño, estaba como nuevo, todo lo que iba del partido había transcurrido en el otro arco.
  En tanto, en el minuto 2 del tiempo complementario, Friaça anota y la alegría estalla en las tribunas del Maracaná: era para ellos el comienzo de una goleada asegurada y de la fiesta esperada. Para Uruguay, el momento de hacer un parate, pensar en frio y seguir con la cabeza pa´rriba, y así fue que lo entendió Obdulio Varela. Perdió entonces algunos minutos discutiendo con el réferi una posición adelantada que nunca existió, mientras su equipo se recuperaba. Años después el jugador reconoce que de haber seguido el partido con normalidad, perdían por goleada. Sin dudas, la historia también se gana con viveza.
  Sin embargo la euforia descontrolada duro escasos minutos. La tramoya de Varela dio sus frutos y a los 21 del segundo tiempo Juan Alberto Schiaffino marcó el empate para sorpresa del mundo. Uruguay se mantenía tranquilo, defendía ordenadamente y Barbosa empezaba a trabajar en la portería. En cambio Brasil no entendía lo que pasaba. Era ilógico, faltando poco y nada del partido y la victoria no estaba en casa. Pero minutos más tarde, la confusión brasilera se transformaría en la mismísima nada.  Varela encaró decidido y logró dejar en el camino a dos locales, lanzando un pase milimétrico a Ghiggia, delantero a lo Forlán. El rioplatense le manda un puntinazo al arco del Maracaná y Barbosa se arroja para desviar la pelota, pero nada más consigue rozarla, no impidiendo el gol. Tiempo después se lamentaría el numero 1: “Llegué a tocarla y creí que la había desviado al tiro de esquina, pero escuché el silencio del estadio y me tuve que armar de valor para mirar hacia atrás. Cuando me di cuenta de que la pelota estaba dentro del arco, un frío paralizante recorrió todo mi cuerpo y sentí de inmediato la mirada de todo el estadio sobre mí". Barbosa quedó solo, entre la pelota y 200.000 almas quebradas. 2-1. Todo estaba perdido… Pitazo final, Uruguay bicampeón y todo un país mudo.
  Los diarios locales no salieron, las carrozas se quemaron, todo un pueblo apagado. Hubo unos pares de fanáticos que llegaron al borde de la locura y se suicidaron, por no entender este deporte, el cual nunca ofrece ese cómodo “seguro”. Por esto el futbol es el futbol. Nunca uno se puede confiar en él, pero es el único que se escapa de los académicos pronósticos del mundo moderno y nos hace vivir plenamente amarguras y lujurias. Eso sí, para el pueblo brasilero hay un solo culpable: Barbosa. Diría este arquero años después: “En mi país, la máxima condena para un crimen es de 35 años. Hace casi 50 años que aún no consigo pagar esa pena que me impuso el pueblo brasileño’’.