"El rol del Estado en el Bicentenario" por Mara Espasande AYER NOMÁS NÚMERO 9, julio 2011

El Rol de Estado en el Bicentenario
El primer  debate  sobre nuestra forma de gobierno:  ¿Un indio como Rey en 1816?

Por Mara Espasande

Años atrás discutir el rol de Estado parecía impensado. La implementación de la políticas neoliberales a partir de los años ´70 provoca la desarticulación de los estados populares en América Latina. Para ejecutarse se implantaron -en la mayoría de los casos- las más feroces de las dictaduras. Luego de que el terrorismo de estado disciplinara nuestras sociedades, se produce un "achicamiento sistemático" del estado. Acusado de ineficiente, fue delegando funciones hasta entonces incuestionadas. Ya en democracia -en particular durante la década de los ´90- se produce la  profundización de este proceso.
A partir de la crisis del neoliberalismo y de sus relatos triunfales, se ha puesto en discusión  nuevamente el rol del Estado. Luego del estallido social del 2001 y con el proceso iniciado en el 2003 vuelve a estar en el centro de la escena política: impulsando políticas económicas industrialistas y redistributivas, nacionalizando empresas tales como aerolíneas y los fondos de la AFJP, y otros intentos de intervención tales como el aumento de las retenciones a la renta agraria. En nombre de la libertad, la república y la democracia surgen discursos detractores de estas políticas, realizados por representantes de la oligarquía. Se cuestionan las formas, pero ¿qué ocurre en cuanto el contenido?
En 1816, en el Congreso de Tucumán se produce el primer debate en cuanto a la construcción del estado y las formas de gobierno de nuestro territorio. Aparecen  proyectos monárquicos que a simple vista pueden ser interpretados conservadores, pero que presentan un contenido profundamente revolucionario; en cambio otros proyectos republicanos modernizantes, con un  discurso progresista, terminarán sentando las bases de un país semicolonial.
Por ese entonces, Manuel Belgrano se presenta en el Congreso de Tucumán y propone durante sesiones secretas coronar a un descendiente de la casa de los Incas para que gobierne los territorios del antiguo Virreinato. Este proyecto fue juzgado como absurdo y sin base real por la Historia oficial. Bartolomé  Mitre lo caracterizó como  “extravagante en la forma e irrealizable en los medios (...) tenía su razón de ser en la imaginación y no en los hechos, que a veces gobierna a los pueblos más que el juicio”.  Cabe preguntarse si esto fue así, ¿por qué se dedicaron tantas sesiones a debatir este tema?, ¿por qué obtuvo el apoyo de gran parte de la población?
Coherente con la política indigenista del grupo morenista y con un fuerte anclaje en la realidad cultural compartida  de los territorios del actual noroeste argentino y de Bolivia, Belgrano logra el apoyo de líderes populares como San Martín y Güemes. En esos días, los pueblos originarios se mantienen atentos al devenir de los acontecimientos, preparados para defender por las armas la promesa de una liberación no sólo política sino también social.
La restauración monárquica avanzaba en toda Europa, en Hispanoamérica y la amenaza de fragmentación territorial estaba latente. Por esto, Belgrano considera que la forma monárquica era la más conveniente.
Llegada esta conclusión la dinastía que propone es acorde con su pensamiento político: intenta conjugar un proyecto político que se adecue a la situación internacional pero que también responda a las necesidades de las nacientes naciones, que sea americana por sobre todas las cosas y que mantenga los valores democráticos.
Sostiene entonces “la dinastía de los incas por la justicia que en sí envuelve la restitución de esta casa tan inicuamente despojada del trono por una sangrienta revolución, que se evitaría para en lo sucesivo con esta declaración, y el entusiasmo general que se poseerían los habitantes del interior, con sólo la noticia de un paso para ellos tan lisonjero, y otras varias razones que expuso”.
El principal objetivo del proyecto era crear un gran Estado Americano, reconciliando la revolución porteña con Europa y principalmente con su ámbito americano, transformaría definitivamente la revolución municipal en un movimiento de vocación continental, brindando un proyecto económico, político y social alternativo al que establecían las clases portuarias.
Más allá de los ideales republicanos tanto Belgrano, San Martín, Güemes y Bolívar (con su proyecto de presidencia vitalicia) se dan cuenta que sin un poder central fuerte Hispanoamérica sufrirá un proceso de disgregación política y territorial; y que esta división facilitará la nueva dominación extranjera.
Pero Buenos Aires no hace esta lectura, y  muestra su racismo representado en el diputado Anchorena. Afirma entonces,  que resulta impensable que una “casta de chocolate nos gobierne”. Desde esta concepción boicoteará este proyecto presionando para que el Congreso continúe sesionando en Buenos Aires, lejos de las masas populares mestizas e indígenas.
Finalmente se impone la burguesía comercial porteña por sobre la América profunda; la constante imitación de la cultura europea en desdén de la americana. El silenciamiento de este proyecto fue tan profundo que la clase dominante argentina logró desvincular nuestra historia de la historia de países hermanos como Bolivia. Hoy, intentando reunificar la patria grande balcanizada, donde los pueblos originarios son protagonistas de los cambios profundos de los países andinos,  podemos  redescubrir este capítulo de nuestra historia y cuestionarnos las  "formas" y los "contenidos",  para buscar la construcción de un Estado que garantice la igualdad y la justicia social para todos.