"Socialistas y comunistas, en la misma encrucijada" por Nicolás Del Zotto AYER NOMÁS NÚMERO 9, julio 2011

Socialistas y comunistas, en la misma encrucijada
Las primeras corrientes de izquierda en la Argentina y su incomprensión crónica de la cuestión nacional

Por Nicolás Del Zotto

Pese a los límites que imponía el despliegue concreto de los procesos históricos y las particularidades propias que imprimía el contexto europeo, los grandes teóricos del pensamiento marxista avanzaron en la consideración de la centralidad que adquiere en toda estrategia revolucionaria la consecución de las tareas nacionales y la resolución de la cuestión nacional, fundamentalmente, en aquellos países donde no se ha alcanzado aún el máximo desarrollo de las fuerzas productivas[i]. En contraposición, las primeras corrientes ideológicas de izquierda en la Argentina optaron por rechazar todo planteo nacional derivado del análisis de las condiciones materiales impuestas por la dominación imperialista; para, en su lugar, importar toda la biblioteca marxista europea y hacerla encajar -con cuidadosos olvidos y sin adecuación alguna- en un contexto diferente, renegando del marxismo en tanto que aquella importación no incluye -muy a pesar de sus difusores locales- las condiciones sociales que le dieron origen y sentido.[ii]
Socialistas primero y comunistas después -al desentenderse del análisis de las condiciones específicas del país- pretendieron trasplantar como flor exótica elaboraciones ideológicas acabadas, creyendo ver reproducidas de manera idéntica las condiciones de explotación de los capitalismos desarrollados. Más temprano que tarde, se volvieron permeables al aparato ideológico de las clases dominantes llegando a entroncar el internacionalismo proletario surgido al calor de las grandes gestas revolucionarias de la clase obrera europea, con el universalismo oligárquico que esconde el vasallaje imperialista. De aquí que esta izquierda colonial se volvió inofensiva para el discurso oficial de las clases dirigentes: fueron libreimportadores, antiestatistas, cosmopolitas y europeístas; asumieron la interpretación mitrista de la historia argentina y terminaron compartiendo con la oligarquía entreguista la repulsa por lo nacional y el mismo lado de la barricada en repetidas arremetidas antipopulares. 

Las ideas de izquierda y el liberalismo oligárquico
El socialismo que bajó de los barcos rápidamente manifestó toda su impotencia transformadora y exhibió su completa asimilación al engranaje colonial como ala izquierda de la oligarquía. El Partido Socialista fundado por Juan B. Justo en 1890, influido por una base social mayoritariamente inmigrante, se constituyó en un prolijo remedo de reformismo socialdemócrata legitimador de la subordinación imperialista y un internacionalismo abstracto devenido en antinacionalismo reaccionario concreto.
Al traspolar mecánicamente la concepción europea del nacionalismo reaccionario y expansivo de las potencias capitalistas desarrolladas que habían concluido sus tareas nacionales y tenían resuelta su cuestión nacional; Justo y sus discípulos se opusieron irreductiblemente a la “barbarie” del nacionalismo enarbolando la bandera del internacionalismo y la “civilización” importada de Europa, adhiriendo y reproduciendo los mitos oligárquicos del cosmopolitismo universalista denigratorio de todo lo latinoamericano y del progreso basado en la imitación de pautas culturales que desdeñan la auténtica raíz cultural de la Patria Grande profunda. 
Al rechazar la centralidad de la cuestión nacional en un país semicolonial que soporta el yugo imperial; este socialismo colonial estrechó fraternalmente la mano de la oligarquía dominante, siendo cómplice y aliado de la perpetuación de la expoliación imperialista.
El socialismo que profesaron Justo y los suyos, se planteó como un modelo acabado, listo para aplicar en cualquier realidad nacional y en cualquier estructura socio-económica. Desde allí, el PS sostuvo programáticamente que “en todas partes las consecuencias del capitalismo son esencialmente las mismas”, que se habían “producido en la sociedad argentina los caracteres de toda sociedad capitalista”, y que existía “una masa de hombres y cosas movidos y moldeados por fuerzas tan regulares como las que mueven el sistema solar y han moldeado la corteza terrestre”.[iii]   
En medio de la crisis socialista de 1917 y al calor de las polémicas suscitadas en torno a la primera guerra mundial, el 5 de enero de 1918 se fundó -producto de una escisión del PS- el Partido Socialista Internacional, dos años después rebautizado con el nombre de Partido Comunista.
Mientras todavía resonaban los ecos del IV Congreso de la III Internacional -que señalaba la importancia de los movimientos nacional-democráticos en colonias y semicolonias y trazaba la táctica de “golpear juntos, marchar separados”-, comenzaba la deformación de la Revolución de Octubre llevada a cabo por la burocracia stalinista. A partir de allí, el papel de los partidos comunistas del mundo quedó reducido a simples acatadores de las directivas de Moscú. De acuerdo con la tesis del “socialismo en un solo país” elaborada por Stalin, el socialismo pasa a ser algo exclusivamente ruso; y con su rusificación, los diferentes partidos comunistas quedaron atados directamente a los virajes de la política exterior soviética y abstraídos de los rasgos específicos de cada país y cada sociedad. Partiendo de la tesis correcta del desarrollo desigual del proceso histórico mundial -donde la revolución socialista está condicionada por las características y ritmos específicos de desarrollo de cada país-, la deformación stalinista otorgó un contenido exclusivamente nacional ruso que circunscribe la construcción de una sociedad socialista a las fronteras de la Unión Soviética.
El mismo liberalismo oligárquico que permitió al PS conseguir un lugarcito en el regazo de las clases dirigentes, también dominó ideológicamente al PC y a su ascendente burocracia, cada vez más pendiente de los giros diplomáticos de la URSS y más indiferente frente al destino de la clase trabajadora argentina.
A partir de la consideración del sumiso acatamiento de las directivas soviéticas por parte de PC argentino, se tornan un poco más comprensibles (sólo un poco) las palabras de Victorio Codovilla, quién en 1942 sostuvo que “si ciertas empresas capitalistas inglesas o norteamericanas establecidas en nuestro país tratan mal a sus obreros, lo que hay que hacer es no impacientarse ni despotricar contra los aliados de la Unión Soviética y contra nuestros aliados en el orden nacional”.[iv]

Patria, ¿cuál patria?
Sólo sin tener en cuenta la óptica europea que guió sus postulados y las condiciones estructurales y superestructurales que propiciaron su elaboración, puede caerse en la aberración teórica de dotar a algunas de las tesis marxistas de un contenido universal, estático y ahistórico. Así las cosas -y pasando por alto que el marxismo demanda en su adecuación a la práctica la renovación permanente y no la repetición de lo que otros han pensado en latitudes y circunstancias históricas ajenas[v]-, los marxistas de importación se negaron -y aún hoy se niegan- a oír hablar siquiera de lejos de los problemas nacionales, escudándose en la intervención casi quirúrgica que hacen del Manifiesto Comunista para extirpar la frase “los obreros no tiene patria”. Ahora bien, ¿cuál era la realidad concreta que daba fundamento a esa idea? ¿A qué obreros y a qué patria hacía referencia Marx? En primer lugar, el Manifiesto aparece promediando el siglo XIX, cuando las burguesías de las principales potencias europeas (Inglaterra y Francia primero, Alemania e Italia más tarde) habían destronado -o pugnaban por hacerlo- a la nobleza y al clero como clase social dominante y se encaramaban hacia la consolidación de la tarea histórica que significaba la unificación nacional y la constitución del Estado nacional moderno. Las burguesías triunfantes avanzaban sobre los restos de prerrogativas nobiliarias y privilegios feudales invocando las grandes proclamas de la patria y la nacionalidad, colocando bajo su égida a las clases sociales sometidas sirviéndose de ellas como carne de cañón en sus batallas libradas por la defensa y expansión del sistema de opresión capitalista. Esa es la realidad donde, explotados directa y exclusivamente por esa burguesía que los convoca a encolumnarse tras las banderas nacionales, los obreros europeos no tienen ni familia, ni propiedad, ni patria. Esa es la patria que no poseen los obreros. La patria como típica reivindicación burguesa que, al ser invocada en los enfrentamientos nacionales, huele al azufre de la explotación capitalista. Resuelta la cuestión nacional, esto es, alcanzada la unificación territorial, la plena soberanía política y la total independencia económica; los nacionalismos europeos no son más que cantos de sirena que esconden las ansias de expansión del capitalismo como sistema de dominación mundial, y, de yapa, el intento por parte de sus potencias de engullirse algún país más débil.

La expansión imperialista y la centralidad de la cuestión nacional
Con el inicio de la etapa imperialista, donde el capitalismo se transformó en “un sistema mundial de opresión colonial y de estrangulación financiera de la inmensa mayoría de la población del mundo por un puñado de países adelantados[vi], el sometimiento ya no sólo alcanza a las colonias sino también a Estados que gozan de una independencia política formal.
Es en estas colonias y semicolonias donde la cuestión nacional se revela como esencial, y las reivindicaciones nacionales asumen un carácter distinto del que le otorga la perspectiva europea. Dado que la supervivencia del capitalismo en su fase imperialista se basa en la expoliación de colonias y semicolonias a través de la exportación de capital hacia las metrópolis, “la lucha por la liberación nacional en esas colonias adquiere un contenido revolucionario, al debilitar el capitalismo, reintroduciendo la crisis en los grandes países”[vii]. La correcta valoración del nacionalismo antiimperialista de los países dependientes dentro de una estrategia socialista, de ningún modo significa abdicar de la lucha de clases en el seno de sus sociedades; implica, por el contrario, considerar el contenido concreto y particular que asume su desenvolvimiento, donde el enfrentamiento ya no está dado invariablemente por la lucha frontal entre burguesía y proletariado -propia del capitalismo desarrollado-, sino que se manifiesta entre los firmantes del pacto de sujeción colonial -burguesías imperialistas de las potencias centrales y oligarquías nativas cómplices- y el resto de las clases subordinadas nucleadas en movimientos de liberación nacional.
Tanto socialistas -obnubilados por el liberalismo oligárquico y los exclusivos privilegios del progreso basado en la dependencia semicolonial-, como comunistas -preocupados por la exaltación abstracta de la revolución rusa pero indiferentes ante la suerte de la clase trabajadora argentina-; se han negado históricamente a comprender que una consecuente concepción revolucionaria en un país dependiente lleva a fundir la bandera de la liberación nacional con la de la liberación de la clase oprimida; allí es preciso un socialismo profundamente enraizado en las condiciones específicas que impone el peso de las cadenas de la subordinación imperial; un socialismo de claro contenido antiimperialista, por tanto, un socialismo nacional.[viii]



[i] Ver, entre otros: Marx y sus concepciones frente a la lucha de liberación en Irlanda (Correspondencia de Marx y Engels, 10/12/1869); Lenin y su apoyo incondicional al contenido democrático del nacionalismo burgués de cualquier nación oprimida (Lenin, V. I: La política nacional y el internacionalismo proletario. Buenos Aires: Anteo, 1974, p. 21-30); Trotsky y su teoría de la revolución permanente (Trotsky, L.: La revolución permanente. Buenos Aires: Yunque, p. 30).
[ii] Marx, Carlos (1973): Manifiesto del Partido Comunista. Buenos Aires: Polémica, p. 67.
[iii] Puiggrós, Rodolfo (1986): Historia crítica de los partidos políticos argentinos. Buenos Aires: Hyspamérica, Tomo II, p. 41-43.
[iv] Citado en Galasso, Norberto (1999): Apuntes para una historia de la clase trabajadora argentina. Buenos Aires: Centro Cultural “Enrique Santos Discépolo”, p. 6.
[v] Hernández Arregui, Juan José (1973): Nacionalismo y liberación. Buenos Aires: Ediciones Corregidor, p. 31.
[vi] Lenin, V. I. (1974): El imperialismo, etapa superior del capitalismo. Buenos Aires: Polémica, p. 9-10.
[vii] Galasso, Norberto (1973): ¿Qué es el Socialismo Nacional? Buenos Aires: Ediciones Ayacucho, p. 39.
[viii] Galasso, Norberto (1973): ¿Qué es el Socialismo Nacional? Buenos Aires: Ediciones Ayacucho, p. 42.